Prefacio.

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«Está bien tener miedo. Tener miedo significa que estás a punto de hacer algo muy, muy valiente».

[Mandy Hale]

...

Llevaban más de dos horas sentados en aquella sala. Dos horas frustrantes en algunas ocasiones y casi surrealistas en otras. Sus párpados pesaban, sus espaldas dolían y la tensión era tanta que temían que al cortar surgiesen cortes en su piel. Pero tenían que estar ahí, como lo habían estado en todos los demás sitios.

Durante los meses posteriores a la batalla en Hogwarts, Hermione, Harry y Ron habían sido convocados, junto a otros miembros de la Orden, para declarar a favor o en contra de los mortífagos y sus aliados. Desde el mago que se encargaba de controlar tiendas de las que nunca habían oído hablar, hasta los más importantes del círculo cercano de Voldemort. Habían sido semanas agotadoras donde pasaban más tiempo en las diferentes salas para los juicios que en sus propias casas.

Sin embargo ese día era completamente diferente. No se trataba de otro día cualquiera donde tendrían que estrujar su mente para recordar a ciertas personas. No. Ese día se encontraban en uno de los casos más importantes; tenían que juzgar a tres personas que de alguna manera u otra habían estado implicados en gran medida con Voldemort y sus ideales.

Los Malfoy.

La primera en ser juzgada fue Narcissa Malfoy, como su antebrazo izquierdo no tenía la marca y había ayudado a Harry Potter en el bosque se le retiraron los cargos exceptuando el de afiliación con magias oscuras. Después de casi cuarenta minutos de deliberación se dictaminó que por ese delito tendría que donar una parte de su fortuna en Gringotts a la reconstrucción de Hogwarts. La mujer no se inmutó ante la sentencia, simplemente asintió y se levantó, extendiendo las manos para que se le retirasen las esposas y poder caminar a la zona destinada para ellas y los otros acusados.

El siguiente fue Lucius Malfoy, su juicio fue el más rápido de todos y en menos de media hora lo habían declarado culpable de todos los cargos condenándolo al beso del dementor. El hombre había gritado, había apelado a que volvió a estar bajo la maldición Imperio durante esa segunda guerra, argumentó una y otra vez que no había participado en la batalla final. Pero fue en vano. Los miembros del Wizengamot fueron impasibles y su sentencia se mantuvo firme. Ni su hijo ni su mujer se inmutaron cuando, entre gritos y maldiciones, se lo llevaron a la prisión. Lo último que escucharon antes de que aquella puerta se cerrase fue el nombre de su mujer y su hijo gritados al aire, pero sin recibir respuesta a su suplica. Todo se mantuvo en silencio después de eso. Un silencio sepulcral, frío, desolador.

Minutos después, el último en ser juzgado se levantó y caminó hasta donde correspondía. Finalmente se encontraban en el juicio que tanto habían esperado. Hermione, Ron y Harry aguantaron la respiración al ver la forma en la que Draco Malfoy, parado en mitad de la sala, observaba todo con una mueca de perpetuo asco. Su máscara de frialdad e indiferencia imposibilitaba saber si estaba asustado o no.

—Por favor, señorita Granger, suba al estrado. —Hermione tragó saliva y caminó hasta el sitio indicado, sintiendo la mirada de Draco fija en ella—. ¿Es verdad que el señor Malfoy negó conocerlos en la persecución en la Mansión Malfoy semanas antes de la Batalla final?

—Es verdad, señor. —Suspiró—. A pesar de que él era consciente de quiénes éramos, negó conocernos, por lo que Bellatrix Lestrange no convocó a Voldemort en la mansión.

—¿Es cierto que el señor Malfoy los atacó a usted y sus amigos en la Sala de los Menesteres de Hogwarts? —Hermione parpadeó, sorprendida—. Responda, señorita Granger.

Redención [Dramione]Where stories live. Discover now