Capítulo 6 - Those little things we are

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Llevo más de 6'4k de visitas. 

Seis mil cuatrocientas y pico visitas. Estáis locas.

Además se cumple UN MES desde que empecé a publicar esto y me hace súper súper súper feliz.

No me lo termino de creer. Estoy disfrutando muchísimo viendo que os gusta pero jamás pensé que iba a tener tantísima repercusión y que me iban a llegar comentarios tan buenos. Estoy súper agradecida, de verdad.  Por cierto, a respuesta de un comentario que me pusieron, cuando decían que qué raro que todavía no había aparecido cafeto era porque me había equivocado al escribir su nombre (le llamé David en vez de Javier). Está ya corregido y en futuros capítulos aparece como Javier. Perdonadme 😅 

Nos aproximamos al primer punto de inflexión de esta historia. Estoy planificando cuántos capítulos más o menos van a ser pero estamos todavía un poco en el principio, creo. Espero que sigáis disfrutándolo. Yo, os aseguro, que ya lo estoy haciendo. Madre mía perdonadme este rollo macabeo pero es que me flipa la recepción que tiene cada capítulo. Sois bestiales.

Canciones de este capítulo:

- Those little things, de Ramon Mirabet.

- Still into you, de Paramore.

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Hell (Mimi):

Disfrutaba mucho del tiempo que pasaba al lado de Ana; me hacía sentir querida, completa y en paz. Hacíamos cosas absurdamente cotidianas, como ayudarnos con la compra, limpiar la casa... Pero también nos gustaba hacer cosas normales de ocio, como ir a pasear, al cine, de cañas...Y a museos. Me gustaba susurrarle cada vez que se paraba delante de un cuadro que le llamaba la atención aquella frase que le susurré el primer día que hicimos el amor, y notar cómo se le erizaba la piel y sonreía. Porque eso no fue follar, con ella nunca lo era. Conectábamos de una manera que jamás había sentido y que a veces me asustaba, por toda la intensidad y por lo absurdamente inesperado que había sido. Decía que éramos como una serendipia, que estábamos en el momento adecuado y en el sitio adecuado. Y la creía. Todo lo que salía de su boca lo tomaba como mantra y como oración. La adoraba como se veneraba a una diosa: con dedicación, con calma, con pasión. Había logrado que creyese en mí y en todo lo que hacía.

A finales de marzo me dieron uno de los trabajos en la academia de baile, y con Ricky seguía planeando una pequeña gira. Las cosas estaban yendo tan bien que me asustaba, porque el leitmotiv de mi vida había sido siempre que después de una cosa buena se avecinaban treinta malas. No quería imaginarme cuántas me vendrían después de aquella racha, pero me centré en el presente, en ella, y en lo que estábamos construyendo poco a poco.

Llegó abril y con él mi cumpleaños. No quise hacer mucha celebración y me limité a hacer una cena y fiesta con Ricky, Ana y algunos amigos más que tenía por Madrid. Nos bebimos hasta el agua de las flores aquella noche y yo estuve cerca de Ana todo el rato; dejé a mis amigos con Ricky y yo mientras bailaba con ella, robándole besos y provocándola. Era mi juego favorito, jugar a prenderla, a ver cuánto aguantaba hasta que me suplicaba que nos fuésemos a su casa –yo seguía viviendo con Ricky, todavía no había encontrado un piso decente para mí–. Yo era el infierno particular de Ana, la persona capaz de quitarle toda la cordura con caricias, el pecado al que jamás renunciaría. Y lo sabía.

No sabía qué o a dónde me estaba llevando aquel camino incierto que recorría con Ana. Jamás habíamos tenido la conversación, ni le habíamos puesto nombre. Lo único que teníamos claro era la exclusividad, y aunque yo era una persona que había pasado siempre de etiquetar todo, sentí una necesidad imperiosa de sentarme a hablar con ella y cerrar o clarificar lo que estaba pasando entre nosotras. Y mi maldita impulsividad quiso que lo hiciera aquella noche.

Sweeter than heaven, hotter than hell // WarmiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora