Interludio (II)

1.5K 86 17
                                    

Canciones de este capítulo:

- Spanish Sahara, de Foals.

//

Heaven (Ana):

Acabábamos de volver de Tenerife de pasar las Navidades. Habían sido unos días increíbles, y había disfrutado mucho de la compañía de mi padre y mi hermano, y de Mimi. Nos habíamos metido desnudas en el mar la madrugada de Nochevieja, y vimos el primer amanecer del año en la Playa de Benijo, en esa en la que me vino a buscar aquel día de verano. Estábamos distintas, como si todo lo malo lo hubiéramos dejado en Madrid, encerrado en ese piso.

Sólo estábamos nosotras y en paz.

Sin embargo, nada más volver a Madrid noté cómo volvían esas malas sensaciones, ese sentimiento de angustia y de malestar. La ansiedad llamaba constantemente a mi cabeza y no sabía qué hacer para aplacarla.

Era la madrugada del 5 al 6 de enero de 2018, un domingo, un día antes de reincorporarme al trabajo. Llevaba horas despierta en la cama, sin poder pegar ojo. Mimi descansaba a mi lado tranquilamente, durmiendo como una bendita, sin un ápice de preocupación en su cara. La miré y me quedé un buen rato así, estudiando sus facciones en la oscuridad. Cerré los ojos intentando retener ese recuerdo, esa paz que inspiraba durmiendo, su pelo rubio esparcido y alborotado por la almohada, sus labios ligeramente entreabiertos.

Sentí miedo de repente. Miedo de perder lo único que me había dado estabilidad en los últimos meses, miedo de haberme comportado como una imbécil por no saber controlar mi cabeza, miedo de romperlo todo en mil pedazos porque no sabía hacer las cosas bien.

Miré el reloj. Apenas eran las 5 de la mañana. Me volví a tirar sobre la cama, resignada, intentando no pensar en aquello. Intenté volver a dormirme pero no lo conseguí. Media hora más tarde me levanté de la cama, me vestí y salí a la calle.

Hacía frío y viento, y me dediqué a deambular por las calles de Malasaña; sólo había gente borracha intentando volver a casa o ver cómo prolongar la fiesta, lateros que intentaban vender lo poco que les quedaba y dueños de bares cansados intentando echar a los últimos fiesteros para poder cerrar e irse a dormir. Me sentía ajena a ese bullicio silencioso que comandaba siempre esta zona a estas horas; muchas veces había sido yo esa borracha que se resistía a irse a casa, intentando apurar todo y riéndome escandalosamente alto porque alguna gilipollez que un desconocido acababa de decir a mi lado me parecía el mejor chiste del universo. Sin embargo, hacía mucho que no era así.

Me encendí un cigarro mientras me acercaba a un latero y le compraba una lata. Fui bajando por la Calle La Palma en dirección San Bernardo para acabar en Plaza España a paso lento, dando caladas al cigarro y bebiéndome la lata fría, mientras notaba como mi mano se iba congelando poco a poco. Me paré en un escaparate y me miré con pena. ¿En qué clase de persona me había convertido? ¿A qué demonios aspiraba?

Vi muchas ojeras, cansancio, una delgadez casi enfermiza, menos volumen en el pelo y manos temblorosas. Estaba echándome a perder poco a poco. Suspiré y reanudé mi marcha lenta, ajena a todos los borrachos que parecían esquivarme de manera deliberada. Era como un fantasma recorriendo las calles que una vez le pertenecieron pero que ahora se le antojaban raras y lejanas. Apuré la lata y la tiré con fuerza contra el suelo mientras le daba otra calada profunda al cigarro. Sabía que tenía un problema pero no sabía cómo enfrentarme a él, ni siquiera pedir ayuda.

¿Cómo pides ayuda cuando no sabes ni lo que te pasa?

La sensación de tener una nube negra rondándote la cabeza todo el rato, cíclicamente y de manera constante. Unas manos ahogándote desde atrás. La furia azotándote desde dentro, quemándote cada terminación nerviosa y haciendo estallar en la garganta un fuego incontrolable que arrasaba todo. Una ira que era capaz de convertirme en Goliath en un segundo y al siguiente ser David. Un agujero tan dentro de mí que por mucho que lo rellenara no surtía efecto. Estaba arrastrando a la gente que quería a un vórtice de daño y oscuridad. Estaba convirtiéndome, poco a poco, en lo que nunca había querido.

Sweeter than heaven, hotter than hell // WarmiWhere stories live. Discover now