Capítulo 47

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El patrullero llegó a la comisaría y paró en la puerta de la misma. Los agentes bajaron junto con Abel llevándolo cada uno de uno de sus brazos. Abel estaba extrañamente tranquilo, tal vez por estar seguro de su inocencia. Lo ingresaron en la comisaría y lo llevaron a uno de los calabozos individuales mientras los reos que estaban en la celda grande gritaban y lo "piropeaban". Abel ingresó en la celda mirándolos con desde.

- NO se hagan ilusiones, chicas, que voy a estar poco tiempo...

- SI te llegan a poner acá adentro te hago mía, nena. – le dijo uno de los reos mientras los otros reían –

Abel se sentó en la pequeña y angosta tabla que estaba amurada, con unas cadenas. en una de las paredes de la celda. Se quedó un rato mirando la otra pared mientras buscaba explicaciones que no encontraba. En un momento se paró e intentó mirar por la única pequeña ventana que tenía la celda, pero estaba demasiado alta, por eso pegaba saltos para ver un poco el exterior. Estuvo como dos horas hasta que lo llamó uno de los agentes.

- Pendejo, te vamos a sacar para que declares. ¿Querés llamar a tu abogado?

- ¿abogado? No, gracias. Voy a salir de acá en cuanto declare. No preciso de abogado, sería tirar la plata al pedo.

El carcelero abrió, lo tomó de los hombros para ponerlo de espalda mientras le ponía las esposas.

- Te voy a llevar con Rodó y Goncalvez, ya los conocés.

- Si, tuve ese gran gusto.Ok.

Lo llevó a un cuarto diminuto en el cual había una mesa redonda en el centro. Cuatro sillas la rodeaban, en una de ellas estaba sentado Rodó y, a su lado, Goncalvez. En la otra había una pila de papeles. El agente lo sentó en la silla restante.

Rodó comenzó a mirarlo fijo a los ojos mientras Goncalvez jugaba con un bolígrafo demostrando su nerviosismo. Abel miraba tranquil a Rodó quien intentaba de intimidarlo. Goncalvez seguía en la suya y miraba el centro de la mesa.

- Bueno, vamos a hacerle una serie de preguntas, a no ser de que quiera confesar. – le dijo Rodó –

- ¿Confesar que cosa?

- No se haga el tonto y no nos haga perder el tiempo. Estamos aquí por el asesinato de...

- De Hortensia García Ureña, argentina de 59 años...

- ¡No me tome el pelo! Tiene algo que confesar por el crimen por el cual es sospechoso...

- No.

- Bueno comenzaré con las preguntas. ¿Cuánto hace que conoce a la señora Hortensia?

- Hace unos meses. Pero acá hay algo que está más que claro que ustedes no ven...

- No nos venga a decir como tenemos que hacer nuestro trabajo – retrucó con bronca Goncalvez –

- No estoy diciéndolo como tienen que trabajar. Hay cosas que no saben ustedes. La señora Hortensia se había querido suicidar no hace mucho. Creo que ahí está la punta del ovillo. Era una suicida.

- Ah...ese dato no lo teníamos...- le contestó Rodó tomando de nuevo el mando del interrogatorio – Y qué problemas tenía que para llegar a semejante decisión.

- No lo sé. Era depresiva. Estaba tomando medicamentos.

- ¡Ahí lo agarré! ¿Y cómo hizo para subir a un banquito, atar una soga a un árbol a ahorcarse!

- Bueno, ese es trabajo de ustedes...

- Lo único que sé es que de las personas que estaban en la casa solo ustedes podía alzarla para colgarla de un árbol. Las otras dos mujeres que estaban en la casa es imposible que hicieran eso.

- Quién sabe, mire que son jóvenes y fuertes.

- La occisa pesaría unos sesenta y cinco kilos y tanto la hija como la empleada pesan poco más de cincuenta kilos.

- Si es por peso, yo no llego a setenta...

- No se haga el gracioso. Los hombres tenemos más fuerza que las mujeres. – dijo indignado Goncalvez –

- Bueno. No sé qué decirles. El caso es todo de ustedes. Yo no tengo más nada que decirles.

- Por ahora seguirá encerrado acá. Es el principal sospechoso, y por más que se vaya en evasivas sé perfectamente que por dentro es un manojo de nervios. Se hace mucho el canchero porque sabe que es un caso muy difícil. Pero ya va a pisar el palito, todos lo hacen.

- No me hago el canchero, es seguridad que no es lo mismo. Yo se que no lo hice, la señora era una suicida.

- Eso es verdad, pero también es verdad que una persona puede cometer asesinato y usaría como estandarte que la señora era suicida. Y esa es una verdad que era suicida, pero eso no quiere decir que no la pudiera matar alguien...

- Es verdad, pero ese alguien no tengo porque ser yo. De hecho no lo soy.

Terminó el interrogatorio y llevaron a Abel nuevamente a la celda. Al otro día por la mañana, Rodó llamó a la casa de las García Ureña. Contestó Lili.

- Si, oficial. ¿Cómo él va?

- Puedo pasar unos instantes para hablar con usted y la señorita García Ureña.

- Si, no sé si ella va a poder, pero venga, no hay problema.

Rodó fue con Goncalvez. Tocaron el timbre y les atendió rápidamente Lili. Los hizo pasar a la sala y se sentaron. Muy amablemente, Lili les sirvió café. Apareció por un momento Victoria. Ambos policías se pararon para saludarla.

- Está bien, quédense sentados. No voy a estar mucho tiempo.

- Una sola pregunta, señorita. Su madre estaba tomando medicamentos por los que nos contó su novio.

- Si, antidepresivos.

- Ok. ¿Y usted se los suministraba?

- No...no...Lili era la encargada de dárselos. Bueno, sin más me voy a mi cuarto. En otro momento la seguimos.

- Ok, señorita. Que tenga buen día y muchas gracias.

Victoria subió medio tambaleante por las escaleras para internarse en la habitación de su madre. Sentía como que necesitaba desesperadamente de su aroma.

- Bueno, Lili. Así que usted era la persona de confianza que le daba los medicamentos a la señora Hortensia.

- Sí...- dijo Lili con inseguridad y con extrema palidez –

- ¿Le pasa algo, señorita?

- No...prosigamos...

- ¿Tiene algo que decirnos?

- Si...

- Adelante...

- Lo que pasa es que...hace dos días que no le daba la medicación a la señora...

- ¡Cómo es eso! ¿Y por qué tomó esa determinación? Se lo ordenó la hija de la señora...

- No...

- No la entiendo entonces.

- Fue Abel. Abel me dijo que no le diera más los remedios.

SuecoWhere stories live. Discover now