ᴄᴏᴍᴘʟᴇᴛᴀ
Lydia Martin daba todo por salvar una vida. Era su vocación. Una pasión indiscutible por su trabajo como doctora y un buen corazón eran las cosas que más la caracterizaban; pero normalmente la gente buena debe enfrentarse a situaciones difí...
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SEMANA 3
LO ESTABA LOGRANDO. Estaba logrando convivir con un asesino. Lo estaba llevando adelante, lo estaba transitando. No con tranquilidad -claro que no. Pero lo hacía.
Lydia era una bola de nervios y estrés que no hacía más que pensar en el bienestar de Mitch a pesar de que siquiera él mismo se preocupaba por su propia salud.
Definitivamente estaba mejor que hace una semana atrás, cuando la ansiedad de no saber qué era Mitch la comía viva.
No todo había mejorado mágicamente, pero podía ver cómo las cosas se iban acomodando en su lugar. Las heridas de Mitch iban sanando de a poco y cada vez podía moverse más. Incluso ahora insistía en que no necesitaba la ayuda de Lydia para casi nada. Ella sabía que no era verdad, pero también sabía que hablar con él era como hablar con una pared.
Incluso la pared le prestaría más atención.
Él no le hablaba mucho. Algún que otro "buen día" y "gracias" cada vez que ella preparaba el almuerzo o la cena para ambos. Comían separados, él en la habitación y ella en la cocina. Estaban bien así, ninguno invadía el espacio del otro y evitaban posibles problemas.
Sin embargo, Lydia ignoraba la distancia que Mitch ponía entre ambos y, por más que nunca obtenga respuesta, solía desearle buenas noches e incluso dedicarle sonrisas.
Pero hoy iba a llevar todo un paso más allá.
"Pequeñas buenas acciones, Lydia. Actos, gestos que hagan de esta convivencia algo un poco más transitable" pensó.
Entró a su habitación para ver a Mitch sentado en la cama, sus codos apoyados sobre sus rodillas mientras una de sus manos contenía el peso de su cabeza inclinada hacia adelante, leyendo un libro. Frunció el ceño y se acercó a él.
—¿Qué lees?
Mitch no despegó la vista de las páginas, totalmente consiente de su presencia en la habitación incluso desde el momento en el que ella comenzó a caminar hacia allí.
Nunca dejaba de estar en alerta.
—Lo primero que encontré —respondió. Lydia miró hacia el estante donde conservaba sus libros perfectamente acomodados en orden alfabético. Faltaba uno.
