VEINTICUATRO

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STAN HURLEY extendió el mapa sobre la larga mesa en el medio de la sala de conferencias, donde Mitch había pasado horas y horas planificando operaciones años atrás

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STAN HURLEY extendió el mapa sobre la larga mesa en el medio de la sala de conferencias, donde Mitch había pasado horas y horas planificando operaciones años atrás. Un nuevo agente se acercó hacia él para tener una mejor visión del papel, siendo probablemente la única persona que aliviaba un poco la tensión entre los presentes en la sala. Lo había conocido hacía unos cuatro días, desde que comenzaron a planificar la misión que ejecutarían pronto. Matthew Donovan. Contextura física robusta, pelo rubio, ojos claros y por sobre todo, un dolor de cabeza incomparable. El muchacho comenzó a apresurarse para sacar conclusiones y Mitch no tardó en poner los ojos en blanco; estaba desvariando cuando en realidad debía escuchar como sería el protocolo a seguir y quien era su nuevo objetivo. Él no estaba allí para perder el tiempo. Debían actuar, y debían hacerlo rápido.

    Al igual que los últimos cuatro días, Mitch había entrado al edificio de la CIA sintiendo la correntada de viento cálido mezclarse con el aire acondicionado del lugar. Sus pasos eran largos, su mirada siempre iba centrada en un punto fijo frente a él. Su mentón alto, su pecho subía y bajaba con tranquilidad y en sus ojos había una paz perturbadora acompañada de confianza y un aire de arrogancia que hacía que cualquiera que lo vea se haga a un lado, aunque el sabía muy bien que su interior no podía estar más alejado de la serenidad.

    La gente se abría ante a él y aquellos que se rehusaban, así sea algún administrativo o un recluta entrenado, se daban por vencidos con una sola mirada de sus ojos oscurecidos.

    En eso se había convertido.

    Volver a trabajar para ellos lo irritaba a sobremanera, pero no era idiota como para creer que tenía muchas más opciones. Sin la protección de la organización seguiría siendo un fugitivo buscado a nivel internacional, al menos, hasta que la mayoría de los estados se olviden un poco de él y de la generosa cantidad de dinero que valía su cabeza; pero esa no era la principal razón. Mitch podría vivir escapando todo el tiempo que sea necesario, y aunque su mente buscaría constantemente un segundo de paz, estaba seguro de que lo lograría sin problemas. La verdadera causa era que Lydia estaba metida en todo esto, y no iba a dejar que nada le suceda.

    Antes de acercarse al mapa con cautela, sus ojos se conectaron con los de ella por unos segundos. Estaba sentada del otro lado de la mesa. Su pelo caía en cascada sobre sus hombros, su ropa era completamente negra. No la veía desde aquella vez que le pidió perdón en el interrogatorio y el dolor era igual o peor que el que le generó no haberla visto por un año entero.

    En su interior habitaba una angustia agobiante por haber caído en la realidad de que nada de esto podría haber pasado sí no fuese por todas sus inseguridades, mezclado con la constante sensación de que la persona que amaba estaba en peligro y la impotencia de ya no tener la importancia suficiente en su vida como para que lo escuche cuando le diga que era una locura que alguien como ella se involucre con el terrorismo. No era por subestimarla; Mitch jamás haría eso, pero tantos años de experiencia podían decirle fácilmente que las almas buenas eran las más lastimadas dentro de este tipo de trabajo, y Lydia... Lydia tenía el alma más pura que él alguna vez haya conocido. Mitch había conocido miles de personas a lo largo de su vida -tanto buenas como malas- pero nunca nadie como ella. Tal vez su esencia se encontraba un poco golpeada y otro poco manipulada, pero no había duda de que siempre iba a permanecer allí, intacta.

I THINK I LOVE HIM,     mitch rapp.   ✓Where stories live. Discover now