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Me tranqué en la habitación para no salir hasta el otro día. Aunque estaba un poco temprano, de igual manera no quería salir. Aprovecharé el rato para guardar algunas cosas que todavía llevaba en mi maleta. Tengo 3 maletas llenas de sombreros. Los sombreros son mi pasión; ya me estaba sintiendo incómoda no andando con mis sombreros.

Tomé uno de los armarios que quedaron vacíos en aquella habitación y los llené de sombreros según colores, de colores claros como blanco, hasta los más oscuros, como marrones y negros.

Escucho que alguien toca la puerta.

— No quiero visitas, se puede ir— grité.

— Quería verte, lo siento— Zabdiel entró algo nervioso.

— ¿Qué sucede?— lo ignoré.

— Quise traerte esto— me ofreció un paquete de bombones—. Quería pedirte disculpas.

— Gracias por los bombones— dije—, pero no los quiero.

— Vamos Bárbara— me los llevó a la mano—. Es raro que quiera dar un presente así; así que recíbelo. Por favor.

— Dejalos en la cama— dije cortante.

— De acuerdo.

Se quedó en silencio por un momento. Podía escuchar su respiración. Me sentía incómoda estando cerca de él, y ahora más con el silencio que rodeaba la habitación.

— ¿Por qué tantos sombreros?— sentí su mano en mi hombro.

— Amo los sombreros, no puedo salir a la calle sin ellos. Bueno, no había podido usarlo en París por la pereza. Ya sabes, la pereza de sacarlos de la maleta. Pero ya, acostumbrate porque de ahora en adelante me verás así.

— De acuerdo, de acuerdo— rió.

— ¿Quieres uno?— le ofrecí uno de paja.

— Es playero— lo tomó y se lo puso.

— Te queda bien— reí; en verdad le quedaba muy bien.

— ¿Te gustaría ir a la playa conmigo?— nuestros ojos quedaron mirándose fijo.

— Ya pregúntale a tu novia si me dejará ir contigo.

Seguí ordenando mis sombreros.

— Y de antemano te digo que no. No porque no quiera, sino porque ella no me dejará ir a solas con su novio.

— No le digamos— me colocó el sombrero que le había pasado.

— ¡¿Estás loco?! ¡Zabdiel no!— reí.

— Vamos en la noche. Supongo que siempre haz querido ir a una playa en la noche.

— Pero con mi novio, no con mi cuñado— se molestó al escuchar esas palabras.

— Da igual, de todas maneras nos vamos.

Se dirigió para salir pero antes se quedó parado en la puerta mirándome.

— Si es por miedo tranquila. Drogaré a Luciana.

— ¿Te falta un tornillo o algo así?

— Por salir contigo hago lo que sea— cerró la puerta tras él.

¿Está loco? Creo que sí.

Terminé de organizar todos mis sombreros. Me fui a dar una ducha, me puse un traje de baño porque me creí el cuento de la playa. Ojalá sea cierto. Aunque no me guste la idea de drogar a Luciana, ojalá haya sido mentira.

Me puse un vestido por encima del traje de baño y bajé a la cocina a ver que me robaba. Pero lamentablemente esta cocina está llena de trabajadores a todas horas y mínima cosa que quieras, mínimas hay que pedirlas.

Terminé pidiendo una batida de mango y una hamburguesa de doble carne. La suerte es que aquí te dan lo que sea en fracciones de segundo.

Recibí un mensaje de Zabdiel, que decía que me esperaba abajo. Quise ver a Luciana pero me dio algo de miedo y salí a dónde estaba Zabdiel.

Entré al auto y lucía bien sexy con un simple bóxer negro y ya.

— ¿Y es que no se piensa vestir Zabdiel?— reí.

— Vamos a la playa, no hay necesidad— me dio una mirada pícara.

— Estás en bóxer y tienes el pito casi erecto. Me debo de asustar Zabdiel— reí como loca.

— Ha sido mi sueño hacerlo en una playa— parecía un maniático.

— Entonces no se te dará el plan porque Luciana no anda.

— Luciana se tomó unas patillas para el dolor de cabeza— me miró—. No me preguntaste por ella así qué...

— Fue lo que mejor que pudo haber pasado— sentí un alivio.

— De igual forma Bárbara— me toma de las mejillas—. Te haré mi mujer en la arena.

— Fascinante— le saqué el dedo del medio.

Llegamos a la playa que estaba a 8 km de la casa de Zabdiel. Estaba desierta. Se veía hermosa la marea, luna reflejada en el mar, el suave viento. Tenía ganas de meterme y morirme allí.

Salí corriendo y me metí al agua. Zabdiel parecía un marica con ese bóxer tan apretado, al menos su trasero luce sexy.

Sacó unas cervezas y se echó en la arena a tomarse unas cuantas. Y yo desde el agua, solo lo veía tomarse una detrás de otra. Sin mentir, se había tomado más de 10.

Salí del agua porque debía controlarlo.

— Ya deja de tomar Zabdiel— le saqué la botella de la boca.

— Odio mi vida— empieza a llorar.

— ¿Por qué lloras Zabdiel?— me senté a su lado—. Eres un empresario prestigioso y rico. No creo que debas odiar tu vida.

— ¿Y en el amor?— daba gritos como niño de 5 años—. Estoy hecho una mierda.

— No digas eso— me limpiaba las lágrimas—. Tienes a Luciana, no puedes quejarte.

— Luciana no me gusta— dijo franco y seguro.

Aunque me escupió toda la cara.

— Estoy muy confundido— se llevó la mano a la cabeza.

— No sé qué decir, Zabdiel.

— Admite que tengo una vida de mierda— se rascaba los hombros con la arena.

Es obvio que estaba borracho y fuera de sus cabales.

— Estoy de novio con una mujer que no me gusta— se quedó mirando la luna—. Y encima creo que me gusta la hermana.

Se tiró en la arena y seguía llorando.

¿Espera qué? ¿Qué le gusta la hermana? Definitivamente esa soy yo. ¡Ay Dios! ¿En qué lío estaba metida?

— Me gustas mucho Bárbara— cerró los ojos y empezó a roncar.

Me eché a su lado. Me quedé pensando en lo que él me había dicho. Zabdiel me parece apuesto y lindo pero nunca pensé que él se interesaría en alguien como yo. Y menos cuando soy la hermana de su novia. Estoy entre la espada y la pared; no sé qué hacer.

Cuñado |Zabdiel de Jesús|Nơi câu chuyện tồn tại. Hãy khám phá bây giờ