Parte 13: El encuentro

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- Vete, Lincoln. No quiero hablar con nadie ahora, y menos contigo.

- Lynn, por favor abre la puerta, necesito hablar contigo.

- Si no te vas en los próximos cinco segundos, llamaré a la policía...

- ¡Lynn! En serio, es necesario que abras la puerta, no soy solo yo, todas las demás se preocupan por ti, todo este tiempo te hemos estado buscando.

- ¿Para qué volver? ¿Para ser otra vez la olvidada, la solitaria? ¿Ver otra vez a esa modista, verla a la cara sabiendo que...?

- Dejé a Leni. Te lo juro, nunca quise estar con ella. Si me dejas explicarte, tan solo diez minutos, te lo diré todo. Por favor... Te lo ruego. En estos momentos estoy de rodillas. Sé que te hice daño, y no pienso que esto lo remedie del todo, si es que en absoluto. Pero al menos no dejes a las demás, porque aquí el único culpable soy yo... y tal vez Leni.

Hubo unos minutos de silencio, y no sólo entre ellos dos. No se oían grillos, ni voces, ni carros transitando, ni crujidos del hotel, ni respiraciones. Ni siquiera el viento se oía, y más que oírlo, lo único que se percibían eran los latidos de sus corazones, que no cesaban de claudicar.

Después de lo que pareció una eternidad, la puerta por fin se abrió, lentamente. Lincoln no sabía qué esperarse, pero lo que vio lo dejó mucho más pasmado de lo que creía. Lo que en alguna ocasión había sido una cola de caballo, ahora parecía una colección de alambres: el cabello de Lynn estaba completamente despeinado. Se veía mucho más delgada que antes, no debía de alimentarse bien. Un tono pálido cubría su piel, como si no hubiera visto la luz del sol en mucho tiempo. Se veía débil, algo que nunca creyó ver en su hermana deportista; la ropa le colgaba un poco. Pero lo que más le aterró fueron los ojos. Grandes ojeras se notaban en sus ojos, que estaban rojos y carentes de brillo. No se veían vivos, y si no fuera porque estaba parada, Lincoln habría creído que ya no seguía viva. Supuso que él también tendría un aspecto parecido, además de enfermo; cada vez sentía mareos con mayor frecuencia.

- Cuánto tiempo, Lynn... -quiso comenzar.

- No me digas tonterías, Lincoln -le espetó su hermana- Tienes diez minutos exactos para explicarte. Y no te garantizo para nada que vuelva. Sólo quiero oír lo que tengas que decir. 

Abrió por completo la puerta. Era una sola habitación cubierta de humedad, con una simple cama en una parte, un baño a la derecha, una diminuta cocina a la izquierda y una simple cama en medio. Un desgastado televisor que no parecía haber sido tocado en años se arrumbaba en la esquina junto a un viejo sillón cerca de la cama. Pero no entraron. Lynn salió y se encontró con él. Cuando Lynn comenzó a caminar, él la siguió, coincidiendo en que el aire en el cuarto era muy pesado y era mejor estar afuera. Llegaron a un patio dónde no había nada más que una buena vista del cielo. Unas nubes arreciaban, anunciando tormenta.

Lynn se detuvo en medio del terreno afuera, y lo esperó. El albino no perdió el tiempo. Se acercó y le dijo todo. Las citas que tuvo con Leni, lo cerca que se volvió la modista, lo que él sentía cuando estaba con Lynn, el súbito ataque de los bravucones, lo asustada y adherida que estaba Leni cuando volvieron, pocos detalles sobre esa noche, lo devastado que se sintió cuando Lynn se fue, la plática con sus hermanas, y esas intensas semanas que había pasado para encontrarla.

Le estaba relatando el momento en que se ocultó de la recepcionista cuando se calló. No había nada más que decir, así que no dijo más. Se dio cuenta también de que habían pasado los diez minutos con creces. Lynn se volteó, y no dijo nada.

El albino se caía de sueño. En eso la lluvia cayó con más fuerza, mojándolos. Lincoln esperó un buen rato, pero sólo se quedaron ahí, sin decirse nada. Y mientras esperaba, a Lincoln le entró miedo de repente. La idea de que Lynn se fuera para siempre lo golpeó como un mazazo en la cabeza, y una lanza en su corazón. No se sentía capaz de dejarla ir, pero si ésa era su decisión, no habría nada más que hacer. Se iría del lugar con las manos vacías, y una voluntad sin rumbo. Estaba a punto de llorar, de dormir, de gritar, de tumbarse, no estaba seguro; cuando Lynn por fin se volteó y lo enfrentó.

Mi hermana favoritaWhere stories live. Discover now