6. El contrato

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Creo que empiezo a ser más consciente del paso del tiempo. Ya no me sedan tanto.

Anoche oí a mi madre mencionar a Alejandro. Hoy, cuando he abierto los ojos, he sabido que era por la mañana. No sé cómo. Tampoco puedo mirar por la ventana. Pero, de alguna forma, lo sé.

Día 1 sin Amaia a mi lado.

Cuando se dan cuenta de que estoy despierto, a veces mamá y papá intentan hablarme. Me cuentan cosas, todas ellas sin importancia.

A veces los miro. No porque quiera escucharlos. Lo de fuera me da igual. Tan igual... Sino simplemente porque quiero verlos.

Pero otras veces cierro los ojos. Y los aprieto con fuerza. No quiero estar en este mundo. Sin Amaia, nada tiene sentido. ¿Qué le ocurriría a la Tierra si un día se apagara el Sol? Solo puedo imaginarme la desolación... Pues eso es mi interior ahora mismo. Una tierra vasta, yerma, desierta... Desolada. Hasta la música me ha abandonado, porque me he sacudido con violencia de mis notas musicales.

Amaia...

Caigo en la inconsciencia, donde mis recuerdos esperan como perros de presa para darme caza. Y esta vez deciden acusarme con sus ladridos: 

"Fue tu culpa".

Tengo en mis manos un bolígrafo y delante, un contrato. El que me llevaría a Los Ángeles.

Levanto la mirada y me encuentro con los ojos preocupados de Mario. Él sabe lo que implica. No me ha dicho nada, ningún consejo, ninguna palabra que me incline hacia una opción u otra. No podría cargar con ese peso en su conciencia. Y me lo deja todo a mí. Como si yo sí pudiera...

Mi billete de ida... Sin vuelta. Y sin Amaia.

Ella sí me había dicho palabras. Muchas. Todos los días, desde que se enteró de que la oferta estaba sobre la mesa.

"No puedes dejar pasar esta oportunidad".

"Es lo que siempre habías soñado". 

"Imagina cuánta más gente va a conocer tu música".

"Mañana vas a ir, y vas a firmar".

Y yo no tuve fuerzas para responderle. Yo, que siempre había tenido las cosas claras, esta vez no veía nada. Me dejé llevar. Y me senté frente a ese contrato. Y firmé.

Levanto la mirada del papel y veo los ojos tristes de Mario. ¿He hecho lo correcto?

Ahora sé que no. Yo quería vivir de la música, que llegara a muchas personas. Pero debí haber sabido en ese momento que hay otros caminos... Y ese no era el mío. Solo conseguí perderme lejos de casa. 

Y lo supe desde el primer momento, desde que planté mi firma en ese papel. Aunque no lo quisiera reconocer. Aunque negara el chasquido que sentí en mi corazón cuando vi los ojos de Amaia en el aeropuerto, tratando de evitar las lágrimas. Cuando sentí su abrazo fuerte, tan fuerte como el mío. No me quería dejar ir, y yo a ella tampoco. ¿Pero por qué lo hice? ¿Por qué? 

La miro. Recuerdo su sonrisa, que no llega a sus ojos compungidos. Y la veo girarse desde el control de equipajes, dándome la espalda, quizás para que no le vea las lágrimas que había aguantado... Desde el día que llegué con el contrato bajo el brazo.

Y yo también lloro, hasta quedarme sin lágrimas. Lágrimas que ahora no puedo derramar. Aunque he tenido que volver a hacer lo mismo. ¿Cuántas veces más tendré que pasar por ello?

Por eso estos recuerdos me persiguen y me dan alcance.

En mi subconsciente, el contrato vuelve a estar delante de mis manos, pero suelto el bolígrafo y lo rompo en mil pedazos. Encontraré mi camino. Ese que nunca me alejará de ella.

Pero en la realidad, ya es demasiado tarde para eso.

Ya es demasiado tarde para todo.

El camino a casaWhere stories live. Discover now