42. Ahora es realidad

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Mi mujer.

Pues oye, no suena tan mal, ¿no? Aunque siempre seguirás siendo mi Amaix.

No puedo evitar pensarlo mientras siento su brazo sosteniendo el mío, por el pasillo de la iglesia que nos lleva a la salida. Mi guía, mi apoyo... Mi compañera en el camino. Este camino de la vida que se nos presenta lleno de obstáculos. Pero siempre cogidos de la mano entre notas y pentagramas. En el camino, mis ojos se cruzan con los de Ana Guerra, y recuerdo aquella conversación que tuvimos sobre lo que suponía tener a tu lado a alguien que entendía la música como tú.

Ana me sonríe entre lágrimas, y yo le devuelvo la sonrisa, para después buscar con la mirada a Amaia, que avanza preciosa hacia delante, llevándome con ella. Nos queda poco para alcanzar la salida, y esto también me sabe a un nuevo comienzo. Uno de esos que no cambia nada, pero lo cambia todo.

Nuestros ojos se encuentran justo antes de cruzar el umbral, donde la mayoría de los invitados nos esperan para recibirnos con vítores, flores y toneladas de arroz. Nos sentimos el uno al otro y, en un consentimiento sin palabras, nos fundimos en un largo beso, en el que nos insuflamos fuerzas y nos transmitimos tantas emociones.

Ya está. Ya no es un ojalá. Nuestra ojalá ahora es realidad.

Del resto del día, reconozco que solo recuerdo la presencia de Amaia. Los demás eventos no son más que atributos que la adornan, como el bosque de Sorauren donde nos sacamos las fotos o el convite que celebramos con nuestros invitados. Y querría decir que Amaia y yo fuimos los perfectos anfitriones y nos preocupamos por saludar a todo el mundo, pero la verdad es que no fue así. En el fondo, es que nunca he entendido esa preocupación de los novios en el día de su boda. ¿No se trata de disfrutar?

Así que eso hicimos: Amaia dio buena cuenta del menú, al que tantas ganas le tenía, y yo comí únicamente de lo que ella me daba, porque estaba tan emocionado después de la mañana tan intensa, que me sentía un poco descontrolado. Saludamos a los que se pasaban por nuestra mesa, pero al entrar en la sala del convite ya nos habíamos encargado de decir que lo importante era que se lo pasaran bien. Y, de todas formas, mi suegra estaba haciendo un papel de anfitriona mucho mejor del que nosotros hubiéramos podido conseguir.

Lo que sí tengo grabado en mi memoria es el momento en el que abrimos el baile. Pero Amaia y yo ya lo habíamos hablado: ni yo estaba en condiciones de bailar todavía, ni era lo nuestro, ni nos importaba romper otra tradición más. A fin de cuentas, por eso existen, para romperlas. Así que, como lo nuestro es cantar, decidimos abrir el baile sentándonos al teclado y deleitando a los invitados con un adelanto de nuestro nuevo proyecto. Y el tema que elegimos, como no podía ser de otra manera, es Tu Canción. ¿O acaso hay algún otro que hable mejor de nuestra historia de amor? Me encuentro con los ojos de Raúl cuando ya estamos los dos sentados al piano y no puedo evitar que me recorra un escalofrío, porque aún a día de hoy sigue siendo verdad. Habíamos tenido tanta suerte...

Y nuestra particular versión causa sensación, sin duda, porque es la primera vez que enseñamos algo de nuestro nuevo proyecto, Una voz compartida. Especialmente nuestros padres, que tanto habían sufrido viéndonos entretenidos con esto en lugar de centrarnos en la boda, no pueden contener las lágrimas cuando escuchan esta versión acústica que hemos adaptado para que podamos cantarla los dos a la vez. En ella, tanto Amaia como yo nos apoyamos mutuamente en las voces, pero en un juego que ideé para que pareciera una sola voz. Aún nos quedan algunos retoques, pero es una maravilla volver a sentir su voz fundiéndose con la mía, esta vez de una forma tan única, tan nuestra.

Y eso es lo que hacemos durante la mayor parte de la noche: fundirnos los dos en uno, primero en el teclado, del que no nos levantamos hasta mucho después de haber abierto el baile del convite, hasta que ya mi espalda no aguanta más erguida. Por suerte, nuestros compañeros de OT se encargan de animar la fiesta. Todos se lanzan a cantar en algún momento, y Aitana viene a por Amaia en cuanto ve que ya estoy sentado en mi silla y puede disponer de ella durante un rato. Mi cuquita se resiste al principio, pero le hago un gesto para que se anime, y es una sensación tan maravillosa verla desmelenarse...

El camino a casaWhere stories live. Discover now