11. Rescate suicida

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Sin embargo, para cuando vuelvo de la rehabilitación, todo mi entusiasmo se ha esfumado.

Noto una sensación rara.

Los especialistas que han estado hoy conmigo me han parecido buenos profesionales. Pero sé que hoy solo es una toma de contacto, y no quiero ni pensar cuando llegue la rehabilitación "de verdad". Se me encoge el estómago: mi miedo a decepcionarme a mí mismo incluso ha aumentado, porque ya no se trata solo de mí. Ahora tampoco quiero decepcionar a Amaia.

Pero la losa me sigue aprisionando. La situación no ha cambiado, solo mi visión sobre ella. Trato de buscar la luz que Amaia ha traído a mi corredor. Y trato de aferrarme a esa esperanza.

Lo haré por ti, Amaia.

Pero hoy sigue sin ser mi día, ya que, nada más verme de nuevo, Amaia se abalanza sobre mí y me da una noticia que me dejaría clavado en el sitio... Si no lo estuviera ya.

-¡Alfred! ¿Sabes qué? –se acerca más a mí y baja la voz, como si fuera a contarme alguna travesura. Veo la ilusión en sus ojos-. Vamos a volver a vivir juntos.

NO.

Realmente, no sé muy bien qué motiva mi reacción. Se me escapa uno de mis horribles gruñidos, pero esta vez casi que lo agradezco. Y mi cabeza encuentra el camino para desviarse y evitar la mirada de Amaia.

No. Solo de pensarlo se me revuelve todo.

¿Ahora qué vas a ser, mi cuidadora? No lo necesito. Gracias.

Tengo que reconocer que mi reacción puede haber sido un poco desproporcionada. Pero es que...

Vuelvo a mirar a Amaia y ya la lamento. Se siente desconcertada, con esa cara que siempre pone, como una niña pequeña que no entiende lo que ha hecho mal. Puede que esto le haya hecho más daño que mis golpes. Se me encoge el corazón. No quiero que este sea el nuevo Alfred...

No quiero hacerte daño, Amaia.

¿Cuántas veces se lo he dicho ya? ¿Cuántas veces me lo he repetido? Y, a pesar de todo, no puedo dejar de hacerlo... Y eso me destroza aún más que la losa.

Pero no me da tiempo a lamentarlo más, ya que mamá se acerca rápidamente y se pone a la altura de mi oído. Empieza a susurrarme en nuestra lengua materna, y me siento reprendido. Ahora el niño pequeño soy yo. Pero lleva razón, lo he hecho mal. Y ellos van a necesitar ayuda...

Se me llenan los ojos de lágrimas. No puedo negar la realidad. Me he convertido en una carga. Ahora solo me queda tratar de paliar las consecuencias para los demás.

Pero, por primera vez, me admito a mí mismo que estoy muerto de miedo. ¿Y si no soy capaz de luchar contra esta losa? ¿Y si no soy capaz de avanzar? ¿Y si me desespero y me canso de luchar? ¿Y si...? ¿Y si...?

Hay demasiadas incógnitas. Me abruman. Me abruman más que el peso de la losa.

Me sobra la vida

Me falta el cuerpo

Las notas vuelven a mi mente, la melodía toma cuerpo, ese que a mí me falta. Y la busco con la mirada, y trato de pedirle perdón. Y, por fin, llego a un acuerdo conmigo mismo: día a día. Me enfrentaré a lo que venga día a día. Tendré que aprender a ser paciente, algo de lo que siempre he cojeado. Siempre.

Me acuerdo de lo mal que lo pasé en los últimos días en la Academia. Ya solo quería salir, y meterme en mil proyectos. Y, desde entonces, nunca volví a parar. Tampoco lo hacía antes, a decir verdad. Así que ha llegado el momento, aun en contra de mi voluntad.

El camino a casaWhere stories live. Discover now