El camino a casa

18. Si no estás tú

Los días empiezan a pasar, más o menos con la misma rutina, pero en mi interior no tienen nada que ver. Todo ha cambiado, porque ahora Amaia está conmigo, también en mi mundo. Y es como el faro que me ilumina en el camino a casa, y me va enseñando las llaves para abrir puertas...

Por ejemplo, el otro día encontré la de la risa. Recuerdo perfectamente el momento. Fue el fin de semana pasado, mientras Amaia seguía concentrándose en darme de comer y que la comida quedara dentro, no fuera. Aún tengo que encontrar esa llave, pero lo haré, ahora sé que lo haré. Y también sé que estoy cerca, lo intuyo.

Pero ese día hubo un momento en el que me entraron ganas de estornudar mientras Amaia trataba de meterme la cuchara en la boca. Yo giré la cabeza para apartarme, pero ella me siguió, casi de forma automática, sin entender el motivo de mi movimiento. Quizás se pensó que era de uno de esos que no controlo. Pero el caso es que tenía la cuchara prácticamente en mis labios... Cuando pasó. No pude contener más el estornudo. Y la espolvoreé entera de papilla, que llegó casi hasta el sofá.

Recuerdo que la miré muy serio, esperando su reacción.

Ayyyyy, peor que un bebé, porque mis estornudos son más grandes... ¿Me perdonas, Amaix?

Ella empezó a mirar a su alrededor, toda su ropa y la mía manchadas, la mesa, el suelo, su pelo recién lavado la noche anterior... Pero seguía muy seria, sin reaccionar. Hasta que me miró a los ojos.

-En este momento me vendría muy bien recordar el mantra aquel que repetíamos con Xuan en la Academia –dijo, con voz neutra.

No supe cómo interpretar eso, pero lo que sí sentí es cómo mi cabeza volvía a todos esos momentos. Yo sí que me acordaba de aquel "Respiro hondo, escucho mi ser profundo..." y, sobre todo, me acordaba de aquella vez que Roberto Leal me hizo recitarlo en plena gala, delante del público y de millones de espectadores. Me costó aguantar la risa. Y entonces lo volví a sentir, el movimiento de los músculos que trataban de provocar el movimiento, mientras el mantra recitado con sus notas bien entonadas regresaba a mi cabeza. Algo hizo clic en mi mente, y supe que había encontrado la llave... La llave para dejar de aguantar la risa.

Y surgió, brusca, espontánea, natural. Por supuesto que aún no sonaba como mi risa, porque aún no controlo bien esos músculos de la garganta. Pero ahí estaba: me estaba riendo, si bien con una especie de chillido primitivo. Lo había conseguido.

Y, con mi risa, Amaia salió de la sorpresa y comenzó a reírse también. Cogió una cucharada de puré y decidió lanzármela como un tirachinas, que contribuyó a un desastre que poca reparación tenía. Yo seguía riéndome, sin poder parar, mientras notaba la euforia recorriendo cada una de mis células. Se sentía tan bien...

Amaia empezó a recoger con su dedo algunos pegotones de puré que había en su ropa, pero al mirarlos, decidió que yo no había salido lo suficientemente mal parado, así que empezó a esparcírmelos por la cara, para luego recogerlos con su lengua. Y así hasta llegar a mis labios.

Ay, Amaix. ¿Te haces idea de cuánto necesitaba esto?

Y así nos encontró mamá cuando volvió de comprar el pan, en una masa ingente de restos de papilla, ropa sucia, besos y risa, mucha risa. La suya y la mía.

A José Luis también le gustó mi descubrimiento, y espera que pueda seguir aprendiendo a recordar movimientos con los músculos de la garganta. Aún no he podido contarle cómo lo consigo; seguro que eso le ayudaría. Pero sé que algún día lo haré, porque encontraré las llaves para todos los fonemas de nuestra lengua. Ahora sé que es cuestión de amor y música.

El timbre de la puerta me saca de mis cavilaciones. Es Mario.

Me remuevo en la silla, inquieto. Sé a lo que viene: esta noche es el lanzamiento de Lejos de ti, mi single... Cantado por Amaia. Yo aún no había podido escuchar la versión definitiva, por lo que Mario ha venido a enseñármela, para que la escuche antes que los demás. Ojalá encontrara la forma de mostrarle mi agradecimiento...