33. Declaración de intenciones

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No sé si fue la conversación con Amaia, que me mostró con claridad en qué punto estamos los dos y me dio nuevos bríos para seguir luchando, para seguir avanzando. O haber cambiado de ambiente, a uno que incluye mis dos cosas favoritas: el mar y mi cuquita. O haber hecho un parón en la rehabilitación y en el disco... O quizás todo a la vez. Pero lo cierto es que cuando volvemos de las vacaciones, todo adquiere un sentido nuevo en mi vida, una luz nueva, una fuerza nueva.

Y se manifiesta en muchos pequeños detalles. Como, por ejemplo, en el hecho de que en apenas dos semanas encuentro nuevas llaves para dos de los sonidos, la K y la B. Y, si la primera vez es una alegría, sé que el recuerdo de la segunda lo tendré para siempre grabado a fuego, porque es Amaia, que viene a recogerme, la que recibe la noticia directamente de José Luis.

Y, de la emoción, me abraza y me cubre de besos tiernos y chiquititos, de los nuestros.

-Está claro que a Alfred le siguen las luces –comenta José Luis, con una sonrisa, mientras nos ve entre carantoñas.

Entonces Amaia se separa de mí y me mira con un brillo especial en los ojos.

¿Qué se te ha ocurrido ahora, Amaix?

Pero yo tampoco puedo evitar emocionarme con ella, porque soy consciente de que a veces le cuesta la espera, sobre todo, desde que volvimos de las vacaciones. En algunos momentos la he notado ansiosa cuando me veía escribir en el teclado o realizar algún movimiento, como si todo fuera demasiado lento. Y, por un lado, me alegro, porque significa que ya está plenamente en la realidad, y solo quiere más y más. Pero, por otro, eso me supone un poco de presión, porque no sé si puedo dar más de lo que ya estoy dando. No sé si puedo corresponderla. Aunque también sé que ella nunca se quejaría.

Ay, cuquita... No he tenido más que pedirte que me esperes, para que te desesperes...

Eso sí, lo que no me imaginaba es que solo tengo que esperar un día para descubrir la idea que le vi en los ojos a mi cuquita, porque hoy se presenta con una lámina de pegatinas de las que brillan un poco en la oscuridad. Me lleva al teclado y ella se sienta en la banqueta, enseñándome las pegatinas con forma de estrellitas.

-Se me ha ocurrido que podemos ver cómo nuestro teclado se va llenando de luces, Alfred, de tus luces... -me dice, con la voz un poco temblorosa. Levanto los ojos hacia ella-. Cada vez que adquieras un nuevo sonido, lo señalaremos con una estrellita en la tecla correspondiente...

No se atreve a continuar, sino que intensifica su mirada sobre la mía, mientras el corazón empieza a latirme con fuerza.

-¿Te gusta la idea? –me pregunta, indecisa.

Amaix... Es tan bonita como tú. Pero solo quiero que sepas que, en realidad, mi estrella eres tú. Mi luz eres tú.

Así que asiento con la cabeza, porque sé que para ella también es importante poder materializar mis avances, poder ver mis progresos e ilusionarse con nuestras pequeñas cosas... Como el hecho de que, un día, nuestro teclado esté lleno de luces y ya no nos haga falta para comunicarnos.

Aunque creo que este alfabeto ya forma parte de nosotros, Amaix, y siempre nos acompañará, porque es un reflejo de nuestro mundo.

Y, como si de una niña pequeña se tratara, la veo abrir el paquete con torpeza, y empezar a pegar las estrellitas, una a una, tratando de recordar el orden en el que las aprendí.

-Entonces primero la A, de tu nombre...

Y del tuyo.

-Luego la T, la M y la O...

Y, aunque eso no fue del todo así, porque primero vino la E, la dejo hacer. Porque sé que esos fueron los primeros sonidos que ella escuchó de mi boca, y por eso son importantes.

El camino a casaWhere stories live. Discover now