7. El reflejo de los míos

1.5K 140 52
                                    

Día 2 sin Amaia. Bueno, o noche 2.

Ahora que mi cuerpo se ve más libre de los sedantes, ahora que las tinieblas se alejan, mis músculos han decidido empezar a moverse por sí solos. No me quieren contar el secreto para dominarlos. Se mueven sin mí.

Yo intento controlarlos. Quisiera controlarlos, pero mi ser sigue cayendo como un peso muerto. Excepto cuando cobra vida propia. ¿Por qué? Quisiera recorrer los recovecos de mi mente. A veces siento que estoy ante puertas, miles de ellas, pero todas cerradas. No me quieren dar acceso a mi propio cuerpo.

Quizás por eso esta noche, o esta mañana, sueño con puertas. Un corredor oscuro, sin fin, del que no puedo salir, porque ninguna puerta se quiere abrir para mí. Estoy atrapado... Pero eso también lo sabía.

Ahora el tiempo pasa lentamente. Lo siento todo. Cada minuto, cada segundo, cada tic de la aguja. Me queda por delante una eternidad.

Por eso me sorprendo del silencio cuando recupero la conciencia. No es pronto, lo sé. Mis últimos momentos conscientes rayaban el amanecer. Pero no oigo la charla de mis padres, ni el pasar de las páginas del periódico, ni del libro que suele estar leyendo mamá. ¿Me han dejado solo?

Me concentro y siento una respiración diferente a la mía, muy cerca. Abro los ojos, pero no veo a nadie. No me quiero mover, aunque de vez en cuando mi cuerpo pretende hacerlo por mí. Mi cabeza, de alguna forma, decide secundar mis pensamientos y se mueve en todas direcciones, de forma descontrolada.

Sigo sin ver a nadie, pero ahora estoy seguro de que está aquí. Mi corazón se estremece. ¿Es ella?

Y entonces sus ojos entran en contacto directo con los míos, sin palabras, pero con una intensidad que me derrumba por completo. Quiero beber de ellos... Necesito beber de ellos una última vez. Solo unos segundos más.

Pero el tiempo se acaba, y decido activar el mecanismo por el cual sé que me descontrolo. Tiene que irse: Alejandro ha venido a por ella.

Entonces compruebo cómo Amaia no se aparta ante mis movimientos, sino que me coge la cara y me obliga a seguir mirándola. Trato de parar. No quiero golpearla más. No sé si sería capaz de perdonármelo.

-Se um dia alguém perguntar por mim, diz que vivi para te amar. Antes de ti, só existi cansado e sem nada para dar.

Me quedo sin respiración. ¿Qué hace? Siento cómo la emoción me embarga. Un rayo tímido, de esperanza, quizás, empieza a luchar por abrirse hueco en mi corazón... Igual que la primera vez en mi vida que escuché esa canción.

-Meu bem, ouve as minhas preces, peço que regresses, que me voltes a querer. Eu sei que não se ama sozinho. Talvez, devagarinho, possas voltar a aprender.

Su voz temblorosa me estremece, me remueve, me emociona y me inunda. Siempre había sido yo el que le había susurrado esa canción al oído. Tantas veces...

Pero, por la emoción, he dejado de controlar mi cuerpo, y sin darme cuenta se me va un manotazo, con el que le golpeo en la pierna. Amaia deja de cantar por el golpe. Y me quedo congelado en el sitio. No puedo dejar de hacerle daño. Y siento la pesada losa aplastándome de nuevo.

No. Amar por los dos quizás no sea suficiente esta vez.

No puedes quedarte a mi lado, cucu.

Intento decírselo de nuevo con mi cuerpo descontrolado, y sé que se lleva más golpes. ¿Pero por qué no se aparta?

-No me voy a mover, Alfred –me dice, con decisión. Y la firmeza de su voz me deja clavado en el sitio.

El camino a casaWhere stories live. Discover now