8. Otro pentagrama

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Día 3...

No. Día 1 con Amaia.

Pero en realidad, ¿para qué contar? Ahora, con ella a mi lado, el tiempo da igual. Me recreo en su recuerdo... En concreto, en el de ayer por la tarde. ¿Cuánto hacía que no pasábamos tiempo así?

Ella y yo. Yo y ella. Por un momento, casi olvidé todos los problemas, toda la situación. El mundo daba igual. Éramos ella y yo. Su mano y la mía.

Y hablamos. Bueno, ella habló. Me ayudó a encontrar un camino para comunicarme. Siempre lo he dicho: es muy lista, quizás porque su inteligencia reside en su intuición, de la que ha aprendido a fiarse. Mucho más que yo.

Y, aunque esta comunicación no es suficiente, y me sabe a poco... Al menos es algo. Es el primer paso. He sido capaz de encontrar el camino de mi mente a mi mano. Un camino.

Tal vez... Tal vez pueda volver a aprender todos los caminos. Con Amaia. Ella me ha devuelto la esperanza. Ella es mi esperanza. Quizás la única.

-¿Te acuerdas de todo, Alfred? –me preguntó ayer, después de haberme sugerido su idea para comunicarnos. Es como si la viera ahora.

Le aprieto la mano.

Sí, Amaia. De todo.

La veo vacilar. Me lo dicen sus ojos indecisos.

¿Ocurre algo?

-¿Quieres...? ¿Quieres saber lo que ha pasado? ¿Cuánto tiempo has estado así?

Me mira con intensidad. Me escudriña. Quiere saber si estoy preparado.

¿Lo estoy?

Le vuelvo a apretar la mano.

Sí, Amaia. No lo estaría sin ti. Pero contigo... No me quedan dudas.

Y es verdad.

Entonces se sinceró conmigo sobre lo que pasó después del accidente: mis heridas, la llamada, la operación, Mario... Y Alejandro. Aunque no me dio detalles. Lo pasó por encima.

¡No! ¡Quiero saber! Necesito saberlo todo.

¿Fuiste feliz? ¿Te hizo él feliz?

Es importante. No sé si yo podré hacerte feliz, Amaia.

Sus ojos, esquivos, me aseguran que está dispuesta a intentarlo. Está decidida a intentarlo. Y, por ahora, me tengo que conformar, porque no puedo decirle todo lo que me gustaría. Las palabras han huido de mí. Me han dejado solo en el camino.

Pero, al menos, con ella... Ha vuelto la música. Han vuelto las notas.

Esta noche he soñado con el momento en el que abrí los ojos y la vi.

Despertar.

Son solo acordes que se desenvuelven en el pentagrama. Ella en mí. Y yo en ella.

Qué bonito es despertar

Volver del infierno a la vida...

Con la consciencia, los acordes que he tenido esta noche en la mente empiezan a tomar forma.

Y ver tus ojos con los míos,

En este rescate en vida...

Contengo la respiración... No creo que olvide los acordes, pero la letra... ¿Qué voy a hacer?

La impotencia me empieza a abrumar. La losa.

Anoche no lo hizo, pero hoy empiezo a ser consciente de todo a lo que tendré que renunciar. Y la música... Eso no, por favor. Por favor. ¿Cómo podría sobrevivir?

Quiero gritar. ¡Quiero gritar! ¿Cómo voy a hacer, a partir de ahora? ¿Cómo podré componer?... Es... Es el peor castigo. Preferiría no ver, incluso no escuchar. Pero no poder sacar lo que llevo dentro...

Mi cuerpo empieza a descontrolarse. Siento que me sumo en la oscuridad. ¿Qué sentido puede tener mi vida, si no soy capaz de expresarme?

Pero los acordes que me habían iluminado el camino por la noche vuelven a reclamarme, y el rostro de Amaia aparece entre ellos.

Mis notas...

Me recuerdan que hay esperanza. Que he encontrado un camino, y podré encontrar los demás.

Trato de volver a respirar, de volver a controlarme. De volver a encontrar la luz que Amaia ha traído a mi corredor oscuro. En él se encuentra la puerta, el camino para transmitir mi música.

Abro los ojos cuando siento que me tocan en el hombro. Y, para cuando mi madre entra en mi campo de visión, ya sé que no pararé hasta hacerlo.

Aprieto el puño. Sí, lo encontraré.

Encontraré otro pentagrama que me sirva, porque la tengo a ella. Las notas me mostrarán el camino.

Y eso... En el fondo sé que eso es todo lo que necesito.

El camino a casaWhere stories live. Discover now