32. Estrellas fugaces

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Y el verano llega sin sentirlo... Bueno sí, sentirlo se siente, porque la romántica humedad de Barcelona es inevitable. Después de una primera explosión cuando Amaia les anuncia a nuestros representantes y a la discográfica su decisión, vemos cómo la actividad a nuestro alrededor empieza a descender. Mis especialistas se van de vacaciones y con los nuevos no es igual, hasta el punto de que a veces trato de saltármela, con el beneplácito de mamá, que debe de estar tan cansada del calor y los viajes como yo mismo.

El asunto del disco las primeras semanas sigue en marcha a buen ritmo: buscamos aumentar el número de versiones y colaboraciones, y algunos nombres que me hacen mucha ilusión empiezan a sonar. Pero no quiero que este sea un disco de grandes voces, sino que las voces que haya lo hagan desde el cariño. Porque eso es Te presto mi voz, un acto de desinterés, de generosidad. Y, para eso, no cualquiera sirve. No cualquiera puede darle cuerpo al alma del disco, porque no todo el mundo lo sentiría como suyo de igual manera.

Por eso, y aunque se barajan algunos nombres y se empiezan a grabar las primeras canciones, el proceso de producción también acaba por ralentizarse sin remedio, a lo cual contribuyen las vacaciones de Mario y la menor disponibilidad del estudio. Pero no me preocupa: todo está encauzado, en septiembre retomaremos el trabajo.

Quizás por eso me hace tanta ilusión que lleguen ya los días de vacaciones que hemos programado, y todo gracias a Ángela.

Miro a Amaia, que trata de cerrar las maletas con escaso éxito y acaba pidiéndole ayuda a mamá.

Sabes que siempre estaré en deuda con tu hermana, ¿verdad?

A fin de cuentas, fue ella la que tuvo la idea de las vacaciones, pensando en pasar algún tiempo con Amaia, ya que no pudo venir a la reunión familiar de las Navidades. Aún recuerdo el día que la llamó y le contó que había encontrado un hotel en la Costa Brava que incluía todo lo necesario para personas con diversidad funcional, servicio médico y, además, cerca de Barcelona.

-Ángela quiere que nos vayamos un par de semanas con ella, José y los niños... -me comentó Amaia, no muy convencida.

Pero yo reconozco que a mí me hizo toda la ilusión del mundo, hasta el punto de que ni siquiera mis padres pusieron muchas pegas. Después ya me enteré que parte de las reticencias de Amaia se debían al precio del alojamiento, que para nosotros no era un problema, pero para Ángela suponía quedarse en su casa con los niños durante todo el resto del verano.

"Les pagamos parte", le había sugerido a Amaia en el teclado, y ella me había devuelto una mirada pensativa.

-Umh... Pero no pueden darse cuenta. O Ángela nunca lo aceptaría... -me había contestado.

Pero, sinceramente, para mí ese es el menor de los problemas. Se habla con el hotel y punto. Porque sí, soy consciente de que es muy generoso de su parte el esfuerzo de buscar un sitio que nos convenga sobre todo a nosotros, después de que son ellos los que tienen tres niños pequeños y dos empleos normales.

El viaje hasta el hotel se me hace eterno, quizás porque ni en mis mejores sueños había imaginado tener unas vacaciones así con Amaia este verano...

Quién nos lo iba a decir, ¿verdad, cuquita? Con las de veranos de sol y playa que hemos pasado juntos...

La memoria se me va con nostalgia al primero de todos, y esta vez como aquella, lo vuelvo a sentir: un nuevo comienzo, unas nuevas vacaciones.

Me alegro infinito de ver de nuevo a Ángela cara a cara, y no a través de una pantalla. José también me saluda efusivamente, como si me conociera de toda la vida, y en ese momento no me cabe duda de que su mujer seguro que ha tenido que hablarle mucho de mí, quizás más de lo que me gustaría. Pero qué vamos a hacer, así son las hermanas Romero Arbizu.

El camino a casaWhere stories live. Discover now