40. Muchos años soñándolo

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Bueno, me encantaría poder decir que nos pusimos rápidamente con los preparativos de la boda, pero la verdad es que, si eso hubiera ocurrido, no habría sido la boda de Amaia y Alfred, sino de dos desconocidos.

En realidad, no tardamos mucho en contárselo a nuestros respectivos padres. Los míos se lo toman con una calmosa alegría, apenas hacen preguntas y simplemente nos animan a concretar detalles cuanto antes, porque quedan poco más de dos meses.

-¿Y habéis pensado ya qué vais a hacer con la vivienda? –me pregunta mi madre, con una sonrisa inteligente.

¿Qué vivienda?

Amaia y yo intercambiamos una mirada desconcertada, hasta que por fin comprendemos que mi madre lleva razón: ¿dónde vamos a vivir cuando nos casemos? Y, la pregunta más importante: ¿estamos preparados para independizarnos?

Pero en realidad esto no es nada comparado con la reacción de mi querida suegra. Hacemos videollamada justo después de hablar con mis padres... Y en ese preciso momento se nos acaba la paz... Bueno, la poca que nos quedaba después de la pregunta estrella de mi madre.

-Pero a ver, Amaia, ya sabíamos que os teníais que casar, que para eso hubo un compromiso. ¿Pero me puedes repetir de qué fecha estamos hablando? –nos pregunta, tratando de mantener la calma.

-Pues, no sabemos seguro, mamá, pero antes de mi cumpleaños...

-De tu cumpleaños del año que viene –afirma Javiera.

-Sí... No. O sea, sí. De este año que entra –se lía un poco mi cuquita.

-¿¿De este año?? ¡¿En menos de tres meses quieres decir?!

Y ya no deja de gritar el resto de la conversación. Amaia acaba despidiéndose de ella con la pobre excusa de que la están llamando. Cuando consigue colgar, nos miramos ante lo absurdo de la situación: en menos de una hora, hemos pasado de la calma absoluta a tener una madre histérica y una pregunta del millón.

Pues ni tan mal...

Así que nos echamos a reír sin remedio durante un buen rato.

-¿Esto acaba de pasar, Alfred? –me pregunta Amaia, entre risas.

-Zupongo –le respondo, sin poder controlar muy bien lo que digo. Por fin conseguimos calmarnos un poco. Nos miramos a los ojos con intensidad, ambos brillantes del ataque de risa-. ¿Sigueh quediendo casahte iguah, cuquita?

Amaia ladea un poco la cabeza, sin dejar de mirarme, y al final su sonrisa se amplía y asiente con la cabeza, echándose en mis brazos.

-Sí, Alfred. Cómo sea me da igual, ya lo solucionaremos. Sigo sin querer cumplir años sin ser tu mujer...

Mi mujer... ¿Por qué esas dos palabras tan sencillas suenan tan bien juntas?

Y así, de una forma tan simple, vuelve la calma a nosotros.

Pero, por desgracia, no para Javiera, que el fin de semana siguiente estaba en Barcelona para sentarse con nosotros y empezar los preparativos. Como medida de precaución, en cuanto nos enteramos de que mi suegra está de camino, le contamos a Mario cómo anda la cosa y le preguntamos si puede estar presente en la "reunión" que vamos a tener con ella.

-Pero Alfred, ¿me los estás diciendo en serio? –me pregunta Mario a través del teléfono, sin dar crédito.

Y tan en serio. Temo más esta reunión que una con los directivos de Universal.

Amaia me quita el teléfono de las manos y contesta ella.

-Sí, sí, Mario. ¡Por favor! –le pide, casi entre súplicas-. Es que de verdad que no sabes cómo puede ponerse mi madre. Y Alfred todavía no está listo para seguirle el ritmo...

El camino a casaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora