Capítulo 1 - Siete años después

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Los días ya no pasaban volando, sino los años y, en algún suburbio en Minddey City, Sofía Céspedes se ponía su uniforme del colegio para asistir a clases. Se acomodó los lentes y cogió su mochila para disponerse a salir. Pero algo llamativo y pintoresco la detuvo en seco. No era nada perturbador, sino todo lo contrario. Una imagen agradable para sus ojos castaños. Su vecino joven de al lado era responsable de generar esa sensación tan voluptuosa. 

Ahí estaba Sofía, de dieciocho años, observando a través de su ventana, la figura masculina de un chico, de uno setenta de estatura; bañándose de espaldas a ella, para el deleite de sus ojos. La vista era inigualable y prohibida a la vez. Pero se sentía tan afortunada de poder observar sus nalgas y sus brazos tonificados que se movían a sazón del agua, que tenían el privilegio de empapar su piel. Ella hubiera querido ser agua en ese momento. 

Una nerviosa Sofía se acurrucó a un costado de sus persianas para que no la viera. El muchacho de al lado sacó un poco de champú y se lo aplicó por todo el pelo. Luego, inclinó la cabeza hacia arriba para disfrutar los chorros de agua, salir de la alcachofa de la ducha, cayendo sobre su rostro de ángel.  

—¡Hija! ¿¡Ya estás lista!? —dijo la señora Gema desde la cocina.   

—¡Ya mamá!  —respondió ella.  

La muchacha se levantó refunfuñando y obedeció el mandato de su apurada madre. La chica se fue alejando de la ventana, pero sus ojos seguían contemplando la limpieza de esa escultura masculina en una ducha. Por poco, Sofía se olvida que tenía clases de historia y también un examen al final del periodo. 

El misterioso chico terminó de enjuagarse el cabello y salió de la ducha con una toalla que le cubría de la mitad abajo. Y los ojos de Sofía lo despidieron. Ya tenía muchas mariposas en el estómago o más bien parecían murciélagos. 

Después de ese episodio, Sofía trató de abocarse en su prueba de historia. A pesar de ser una alumna destacada, su madre le exigía una buena nota por norma y costumbre, como en su anterior escuela. Pero ahora tenía la mente abarrotada de imágenes lujuriosas que se rebelaron contra ella. Su vecino fue acaparando sus pensamientos que hacían a un lado su importante prueba.  

Afortunadamente, Sofía se concentró unos momentos y, a su prueba, le faltaban cinco preguntas más por responder, de veinte posibles. Para ella, era demasiado y nunca dejaba preguntas en blanco. Por otro lado, las alumnas que tenían la intención de ser su competencia apenas llegaban a responder la mitad de las preguntas. En contrapartida, ellas eran populares y siempre se quedaban con los galanes de la escuela.   

Sofía dio un suspiro y, con esa última bocanada de aire, el timbre de salida se activó con estruendo. Todos los alumnos comenzaron a entregar sus exámenes a regañadientes. Y Sofía, sin plena satisfacción, entregó la suya y, al mismo tiempo, su amiga iba detrás de ella con preocupación. 

—¿A qué hora hacemos el trabajo? —preguntó Keila esperando una respuesta positiva.   

—No lo sé... Luego te aviso. —dijo Sofía dando a entender que escaseaban las palabras.   

A la salida, Sofía se despidió de su compañera y caminó rumbo a la parada de micros. En el camino, solo encontró baches y murmullos. En el autobús, Sofía se puso los audífonos, pero la música no fue capaz de sofocar el incendio que aquel chico había provocado en sus pensamientos. 

«¡Ese culo y ese... Pero qué te pasa Sofía!», se dijo así misma y cerró los ojos.  

Minutos después, el autobús se detuvo y Sofía descendió de él y, detrás de ella, se bajaron dos chicos en actitud extraña, que en principio, se hallaban muy cómodos en sus asientos individuales.

Endemoniado ©️Where stories live. Discover now