Capítulo 7 - Un cambio para rebelarse

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La alarma de su móvil sonó a las cinco de la mañana, como lo había puesto, pero su flojera hizo que siguiera soñando con su maestra voluptuosa que solo aparecía cuando juntaba los ojos. Como un sueño no es real, su maestra parecía más una supermodelo, sosteniendo un cetro en vez de una regla, con unas tetas y unas nalgas que podían medirse fácilmente con una cinta métrica.  

Finalmente, Ángel abrió los ojos al sentir que el sonido de la alarma se aparecía hasta en sus sueños. Una vez de pie, su aspecto físico era prioridad y su desordenada habitación tenía que esperar a que llegara de clases. Ángel sería capaz de olvidar hasta sus cuadernos con tal de mantener el copete firme y duro como piedra, con un fijador para dinosaurio. 

Al ponerse el uniforme, sentía que pasaba de un hombre chabacano a uno educado en segundos. Su cuerpo clamaba por un gimnasio, menos sus piernas torneadas. Al mirarse al espejo, era como si el mismo espejo se riera de su camisa de ejecutivo, de su pantalón negro de anciano jubilado, y su corbata o, más bien, de su herramienta de ejecución para condenados. 

Casi una parte del tiempo que tenía para cambiarse, lo usaba para verse en el espejo, y siempre salía con una sonrisa porque el espejo así lo quería. 

Cogió la mochila, que siempre engordaba y se parecía a un equipaje, y salió de su habitación rumbo al dormitorio de su padre, que estaría recogiendo las llaves para irse a ganarse el pan o la cerveza, con el destartalado taxi. 

—Ya me voy, papá —dijo Ángel en la puerta. 

—¿Sigues aquí? ¡Apúrate! —respondió su padre. 

—Papá, espero que ganes algo para mis textos y no solo para tu botella. 

—¡Repite eso! —Walter se quedó con la grosería en la boca. 

—Necesito dinero para mi gaseosa y tal vez para una cajetilla. 

—¿Cajetilla? ¿de qué? 

—Puede ser de cualquier cosa, no siempre de... 

—¿¡Cigarrillos!? ¿Qué sigue después? ¿Un tatuaje de cobra? 

—Oye, papá... No lo había pensado. No es una mala idea... 

—Para que eso pase yo tendría que estar bajo tierra. ¡Ahora lárgate! 

En clases de historia, a veces, Ángel solía estar tan atento a la explicación de la maestra, como cuando suele buscar porno en Google. Parte de esa información se iba como una hamburguesa o una gaseosa, a pesar de mirar la cara de la maestra, que ya estaba a poco de recibir su jubilación. 

El recreo era más esperado que la devolución de un examen. Ángel y Tadeo conformaban el equipo de los invencibles. Un equipo de fútbol de cinco que siempre barría el piso con los alumnos de los otros cursos. Solo había una manera de que perdieran y era por un autogol. Ángel era el delantero goleador, pues cada disparo era gol. 

En medio del juego, el balón se elevó bastante y no cayó en la casa de enfrente. Esta vez, cayó en el hombro de una chica. 

—Discúlpame, por favor —dijo Ángel a la chica que tenía el rostro cubierto con su cabello. 

—No te preocupes... 

—¿Sofía? No sabía que estudiabas en esta escuela. 

—Sí, y ando embobada con la materia de historia. Odio la materia de historia. 

—Yo amo historia. No tanto como a una mujer... 

—Bien, bien... —Sofía sonrió. 

—Sí, si quieres te puedo ayudar. Creo que sabes donde vivo. 

—Muchas gracias. Sí, sé dónde vives —Sofía volvió a sonreír. 

—Bueno, te veo luego... 

—Sí —Sofía y Ángel se despidieron. 

El timbre sonó y las sonrisas se apagaron. Era hora de volver a los aburridos cursos, y Tadeo era el primero en llegar a la escalera. Su jocosa afición era registrar, mediante los ojos, la ropa interior de las chicas cuando subían las escaleras. 

—Tadeo, apúrate...  

—El color que predomina es el rosa, el blanco y el negro con forma de calza. 

—¿¡Qué dices!? ¡Apúrate, pervertido! —dijo Ángel con una sonrisa.

Endemoniado ©️Where stories live. Discover now