Capítulo 13 - Un día de clases

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Salió el sol y Ángela tenía la cabeza enfocada más en su uniforme que en sus propias materias. En el cuerpo de una mujer o de un extraterrestre debía aprender algo: debía poner su mente a trabajar. Pero las tres opciones seguían rondando su cabeza. Esto era un sueño eterno, la cerveza tenía hormonas o en realidad era un maleficio. 

Si seguía pensando se quedaría hasta el almuerzo. Así que se levantó y de inmediato sacó el uniforme del colegio. La camisa estaba bien, la corbata excelente, pero la falda azul tableada la ponía dubitativa. Abrió la ventana y, en vez de encontrar una brisa, vio ventarrones que convertirían su trayecto a la escuela en un juego de monopolio. Pero para Ángela no era un problema.

Sin más rezongas, se abotonó la camisa, se acomodó la corbata y dejó la falda para lo último. Un bóxer no era una opción muy cómoda. Cogió un calzón negro rayado y se lo puso. Finalmente, palpó la falda, de treinta centímetros, y se la puso. Cerró la cremallera y cogió el espejo. La falda mostraba más que las rodillas y para Ángela era suficiente. «Listo, no habrá problema si no corro», se dijo con plena confianza.

Su malhumorado padre salió antes y Ángela cogió la correa de su mochila y salió de la habitación. Tras salir de su casa, un golpe de viento levantó, prácticamente, toda su falda, dejando su ropa interior tan expuesta e incluso su camisa se dejó ver con toda claridad. Al calmar su falda, ya se estaba pareciendo a Marilyn Monroe. El viento hacía cosquillas en busca de hallar su pudor.

—¿¡Diablos, dónde está el colectivo!? —refunfuñó.

Finalmente, Ángela llegó al colegio y una brisa que se convirtió en ventarrón le dio la bienvenida. «¡Ya calma, calma! ¡No te rebeles ahora!», dijo a su falda y prosiguió a entrar al aula.

El curso estaba repleto, Tadeo yacía sentado en los últimos asientos tratando de acabar su tarea. Con algo de nerviosismo, caminó hacia los últimos asientos hasta que encontró la voz chillona de la chica de ayer.

—¡Ángela, aquí hay asiento! —dijo Priscila pletórica.

Ángela dibujó una sonrisa de pocos segundos y se sentó junto a su nueva amiga.

—Hola...

—Soy Priscila, ¿ya te olvidaste mi nombre? —dijo ella con alegría.

—No, no. Sé que tengo un lugar en mi cabeza para recordar tu nombre tan genial...

Ella soltó una risa y Ángela desvió su mirada abajo.

—Oye, Priscila, nueva amiga... ¿Por qué tu falda se ve más corta?

—Ah, es que la enrollo para cuando hace calor. La costumbre, ja, ja.

De pronto, por la puerta cruzó, de forma ceremoniosa, el maestro de historia, por el cual, todas las chicas suspiraban y ponían atención cada vez que atravesaba esa puerta. Era alto, robusto y con el pantalón y la camisa a punto de estallar por el físico del míster universo. Un maestro fortachón que tendría que empezar a cobrar cada vez que se volteaba y sus nalgas llamaban la atención más que la propia materia. Aunque las notas eran altas en dicha disciplina.

—¡Buen día, alumnos! —dijo el profesor con una sonrisa.

Al unísono, todos le devolvieron el saludo. Las voces femeninas opacaban a los de los chicos. El maestro miró a Ángela y dijo:

—¡Señorita, ¿cómo se llama?

—Ángela... —respondió con seriedad.

—Bueno, señorita, le pido que se baje la falda un poco, por favor.

Ángela frunció el ceño y su amiga sentía una envidia evidente.

«Esto es un sueño. En cualquier momento despertaré», se dijo y puso un semblante condescendiente para su maestro.

Endemoniado ©️Where stories live. Discover now