Capítulo 23 - ¡Hasta nunca!

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Sofía había soñado con tener al chico de su ventana junto a él. Ahora lo tenía a milímetros de ella y a nada de recibir un sabroso beso de Ángel o Ángela. Ella seguía viendo a una simple amiga jugando a los manoseos. Y dejando muy claro su heterosexualidad, el lesbianismo no se acercaba ni por asomo para dejarse llevar por sus manos traviesas que ocultaban al chico que quería mucho. 

El silencio en la habitación era de funeral. Podían pasarse viéndose durante horas y sin aburrirse. No había necesidad de un teléfono porque los ojos de Ángela eran los de Ángel y eran todo el entretenimiento que necesitaba. Sus ojos avellana distraían más que una serie de History Channel.

El momento era único para Sofía, apartando la feminidad de Ángel. Pero era cuestión de tiempo para que ese momento se rompiera. El golpeteo en la puerta era tan molesto como el sonido del despertador o de las uñas en un pizarrón.

—¿Son tus padres? —preguntó Ángela con miedo.

—No, mis padres no llegan hasta la noche...

Afuera, estaba el buen Danilo con la nariz refaccionada y listo para lo que fuera, menos para otro golpe ahí mismo. Esa nariz respingada ya no era rival para los manotazos. Solo unos guantes de boxeo lo harían temblar.

—¿Danilo? —dijo Sofía con sorpresa.

Ángela esperaba detrás de la puerta por si Danilo se dejaba llevar por la calentura o por la ira similar a un oso pardo.

—Sofía, solo pienso en ti. Ya no puedo estar sin ver tu rostro. Oye, salgamos un rato.

—Lo siento, Danilo. No te conozco bien. Además, no puedo salir.

—No, no seas así. ¡Vamos!

—No puedo.

—¡Yo quiero ir contigo!

Ángela intervino antes de que Danilo gritara un poco más.

—¿¿Qué pasa!?

—¡Tú no te metas, zorra!

Aquella palabra la ponía como una tigresa hambrienta. Danilo ya no iría a clases porque cuando estaba a punto de soltar otra grosería un manotazo caía sobre él y ya estaba estrenando un ojo morado. Con la tremenda bofetada, su ojo izquierdo no se vería bien al dar una exposición. 

—¡Tú no aprendes! —dijo Ángela con una sonrisa que contagió a Sofía.

Mientras eso pasaba, Walter llegaba a casa. Dos noches de borrachera y lujuria mostraban a un hombre en mal estado: un pordiosero con camisa y pantalón.

Tan sólo llegar a la sala, su nariz empezó a sofocarse con la humareda que se originaba en el piso. Una llama pequeña alertó a Walter que buscó algo para apagarlo: una sábana le hubiera servido. Y antes de que llegara a ella, en el fuego ya se había formado la criatura demoniaca que odiaba Ángel. El humo se fue disipando mientras Walter buscaba la grosería perfecta.

—¿¡Qué mierda es esto!?

—Mira... Tus últimas palabras.

Dicho eso, la criatura tomó una posición hostil y de sus manos oscuras y aceitosas salieron unas garras semejantes a una lámina metálica y bien filosa. No había necesidad de saber qué iba a pasar a continuación.

Walter ni se movió y para el ser demoníaco fue como hacerle un favor. La criatura tosió un insecto de la boca y con un movimiento violento, partió, verticalmente, a Walter en dos mitades. Sus garras afiladas fueron tan rápidas que ya yacían bañadas de coágulos de sangre. El cráneo y la carne se desprendió sonoramente hasta llegar al coxis y Walter se convirtió en dos personas. Al caer al suelo, la sangre y los jugos intestinales se mezclaban y salían junto a su intestino delgado que se adelantaba al riñón y a los demás órganos vitales.

—Ahora voy por tu hijo.

Endemoniado ©️Όπου ζουν οι ιστορίες. Ανακάλυψε τώρα