Capítulo 2 - Yo te conozco

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Sofía se sintió incómoda al ver a dos chicos detrás de ella. Pero ahora su mente era una maraña por culpa de su vecino sexi. No volteó para atrás y siguió caminando mientras escuchaba el parloteo de los dos estudiantes que la seguían y la distancia se acortaba cada vez más. 

Una cuadra la separaba de su querido hogar, donde su madre estaría preparando la comida que tanto le gustaba. Nada malo había pasado antes y nada debería pasar, pensó. El silencio de la calle la ponía más nerviosa. Pero, cuando la imagen de aquel chico de la ducha regresó a sus inocentes pensamientos, uno de los jóvenes, que iba detrás, se arrimó a ella con disimulo. La muchacha caminó más rápido, pero el joven la alcanzó y, sin un ápice de vergüenza y miramiento, estiró el brazo izquierdo con el fin de abrazarla a la fuerza. 

—¿¡Oye, qué te pasa!? —exclamó Sofía deshaciéndose de sus manos inoportunas. 

—Nada, solo quiero abrazarte. 

Sofía frunció el ceño y, cuando estaba por soltar una grosería, el otro chico de atrás la tomó desprevenida y le levantó la falda. El otro chico de adelante la sujetó de las manos para robarle un beso. 

—¡Suéltame! —gritó Sofía tratando de zafar de los gañanes.  

—¡Solo un beso, un beso! 

—¡Suéltame, maldito!  

En medio del forcejeo, un vehículo apareció por una esquina y luego se acercó donde se desarrollaba el incómodo momento. La puerta se abrió y descendió un joven de chaqueta marrón y contextura robusta. Sus ojos avellana irradiaban gallardía y seguridad. El viento apenas movía su cabello lacio.  

—¡Suéltala! —gritó el extraño. 

—¿Y tú quién eres? —respondió uno de ellos. 

—Me llamo Ángel y es mejor que me hagas caso.  

Los jóvenes ignoraron aquello, pero Ángel insistió. 

—¡Suéltala ahora mismo! 

—¿O qué pasará?  

—Te irás a casa con un ojo morado. 

Uno de los chicos no recibió bien la amenaza. Su amigo se unió a él para enfrentarlo a puño limpio. Por lo que Sofía se liberó y se fue alejando a paso lento del pleito. 

—¡Vamos, mis ojos te esperan! —dijo el gañán. 

Enfurecido, el tipo se acercó para empujarlo y provocarlo. El rabioso lanzó un puñetazo que Ángel esquivó con elegancia. En respuesta, le devolvió el golpe en la cara y el tipo quedó aturdido y tambaleándose. 

Inmediatamente, el otro lo agarró por la espalda. Ángel se resistió y respondió con un cabezazo hacia atrás para noquear al individuo. En el suelo, el esbirro se levantó y huyó despavorido del lugar. 

—¿No te rindes, Danilo? —dijo Ángel. 

—¿Cómo sabes mi nombre? 

—Porque yo fui tu compañero antes de que te expulsaran... —Ángel esbozó una sonrisa y luego su puño terminó en su cara para dejarle el ojo morado. 

Danilo cayó al suelo y ya no respondió al ataque. 

—¡Hijo de perra! ¡Esta me la pagas! 

Sin su amigo cerca, Danilo huyó adolorido hasta desaparecer. 

Ángel alzó su chaqueta y abrió la puerta de su auto para marcharse. Al instante, Sofía se acercó a él. 

—Disculpa —dijo ella con voz cálida. 

Ángel se volteó y la miró sin pestañear con esos ojos avellana.  

—Gracias por defenderme. 

—No agradezcas, niña. Fue necesario. Si te vuelven a molestar les irá peor. 

Una sonrisa se formó en el rostro de Sofía. Se puso su mochila y se despidió de él con un beso en la mejilla.

Endemoniado ©️Where stories live. Discover now