Capítulo 16 - Doble problema

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Un día más de clases terminaba y un día más de problemas con los cuales distraerse. Los rayos ultravioleta acortaban la vida de los abrigos con las malévolas polillas y alargaban la vida de las plantas. A Ángela, el calor la ponía de un humor semejante a reprobar una materia. Pero encontrarse a su padre en la puerta de su casa y dentro de su vehículo, era peor que tener que usar falda y estar sudada. 

En medio de la acera, Ángela se detuvo sin saber cómo reaccionar y a qué lado ir. Sus pies querían seguir, pero su cabeza ponía el freno de mano: era una decisión irrevocable. Su padre contaba su dinero como una máquina automatizada que realiza la misma acción una y otra vez hasta la náusea. Sus manos grasosas estaban en modo bucle. Si no se movía, su padre sospecharía.

No tuvo más opciones factibles y racionales. Y por mayoría de votos, ganó la opción de seguir caminando, como si el vehículo no estuviera ahí. Dejaba que sus pies lo llevaran a su suerte a alguna parte donde pudiera alejar a su padre malhumorado de sus bellos pensamientos.

Sin mirar al vehículo siguió caminando sin freno y con las piernas sudadas y con ganas de buscar un asiento cómodo de cuero. Evitar a su padre fue como salir airoso de un campo minado. Su progenitor ni levantó su pesada cabeza porque sus manos no podían soltar el dinero.

Finalmente, sus cansadas piernas la llevaron a un salón arcade, que eran las maquinitas donde los niños solían gastar sus recreos por fichas de acero inoxidable. Para luego llegar tarde a sus casas y con más conocimientos de videojuegos que de matemáticas.

Ángela entró al salón, muy compacto para todas las máquinas que abarcaba. En vez de fichas, las máquinas solo aceptaban monedas sin doblar o mordisquear. Ajustó su falda para que no se rebelara y se sentó en un asiento giratorio. Con solo una moneda, demostró sus destrezas con las palancas, como cuando era Ángel. Su experiencia en juegos de combate era sobresaliente.

Los chicos se admiraban, otros suspiraban y los pocos que jugaban en el salón comenzaron a retarla. Y con la misma moneda, sus contendientes iban saliendo del salón porque no podían ganarle. Algunos se reían de cómo barría el piso con todos ellos. Hasta que de pronto la retó un chico que parecía otro más del montón.

—Eres muy buena... —dijo Roberto con el semblante pletórico.

—¡Dios! ¿Tú eres Roberto? ¿El del colegio?

—Así es y hoy perderás.

—Eso no pasará. Ni en las peores pesadillas, pendejo... Digo, muchacho.

—Por contextura física mi personaje ganará.

—El mío ganará por astucia...

—El mío dejará al tuyo en camilla. Necesitará un médico urgente y yo todavía estudio...

—¿Quieres estudiar medicina? 

—Sí, y por decisión propia.

«¡Vaya, este chico curará muchos corazones rotos!»

Endemoniado ©️Where stories live. Discover now