Capítulo 19 - Despechada

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Las clases de matemáticas se habían convertido en las más aburridas de su vida: era una traición a su materia favorita. Por más que trataba de concentrarse no podía ni a cachetadas. Era como si su maestra estuviera hablando en otro idioma. Toda la información entraba a sus oídos: el derecho era la tapa y la izquierda era el recipiente del basurero. 

Las horas se hacían eternas. Una hora era como un día. Sesenta minutos parecían los movimientos de traslación del planeta. Hubiera querido tener un control remoto para adelantar la materia. Sus pensamientos se disfrazaban de su amiga Sofía. Solo faltaba que viera a la profesora con la cara de ella. 

Ya había perdido la cuenta de todos los bostezos que le había obsequiado a la profesora en vez de atención. Sus dedos eran insuficientes para contarlos. Su amiga Priscila tenía cara de Sofía, la profesora y todos los alumnos. Roberto tenía la cabeza normal y era un arcángel cuando estaba en el curso. En cambio, ella en cualquier momento iba a dormirse como koala. 

Apenas podía sostener la cabeza. Se distraía aliviando la comezón que iniciaba en cualquier parte de su cuerpo, hasta en la panocha. Pero no podía rascarse delante de la profesora. 

Fingir atención era complicado. La profesora cerró la boca y el timbre de salida se activó sonoramente. Ángela ya estaba preparada para soñar algo bonito en su pupitre y ni su amiga Priscila lo hubiera evitado: ella no perdía la sonrisa, aunque estuviera despechada. Era como la Pinkie Pie del curso. 

Antes de ver la hermosa rejilla de salida, porque todo era hermoso después del timbre, fue al baño de damas: tenía un trabajo que hacer aún. La premura de sus pasos cegaron su visión y, para su mala fortuna, su cuerpo colisionó con alguien conocido. Roberto yacía en el piso y se quejaba más que ella. «Por lo visto yo no soy el único que tiene ganas de...», se dijo Ángela mientras se sacudía la falda. 

—Disculpa, no te vi venir —dijo Roberto que se tomaba la cabeza. 

Ángela recordó algo y puso cara de niña tierna. 

—No te preocupes. Yo tengo la culpa. Continúa... 

«Estoy excitado y no tengo porno en el móvil», se dijo con rabia. 

Roberto ingresó al baño y, segundos después, Ángela entró al baño, pero de varones. 

Ahí adentro, se miró al espejo y buscó el cubículo de Roberto. Contra todo pronóstico lo abrió. 

—Oye, ya estoy aquí... Me estabas buscando desde hace días... Acabemos con esto. 

—¿Acabar? ¿Pero por qué aquí? 

—Esto... 

Ángela levantó su falda y Roberto bajó la vista con la boca bien abierta. Solo faltaba que se le cayera la lengua. 

—¿No usas ropa interior? 

—No siempre. ¿Ya estás excitado? 

—Un poco... 

Roberto se bajó los pantalones y protegió su serpiente excitada con el condón de emergencia. Era Roberto en el cuerpo de algún sudafricano u hombre taino. 

—¿Me vas a meter esa cosa? —preguntó Ángela con miedo. 

De inmediato, Roberto puso su grifo erecto a trabajar ante la calentura de Ángela que ardía por dentro. Roberto era su bombero salvador. La vulva y el clítoris le dieron la bienvenida al pene y este ingresó a buscar algo más que refugio. 

A pesar del roce de meter y sacar el bicho de la vagina, Ángela se quejaba y no sentía mucho placer. Eran cosquillas en su clítoris. 

—¡Más fuerte! 

—Está bien señorita. Ya pareces mi general. 

Con cada penetración la calentura alcanzaba dimensiones de incendio forestal. Después de varios minutos, Ángel empezó a sentir lo que una mujer siente cuando inicia el coito. La trompa de Roberto empezó a toser semen, pero quedaban confinados por los barrotes del condón. Todavía no era tiempo de liberarlos de su cárcel. 

Roberto no era una máquina porque ya se estaba cansando. Pero Ángela apenas comenzaba a gemir como gatita, aunque Roberto no era muy delicado al penetrarla y había riesgos de que el condón muriera, pero si ocurriera un embotellamiento, el espermatozoide no llegaría al óvulo. 

—Me gusta... Sigue... Ay. 

«Si me llega a embarazar lo mato», se dijo mientras el placer se aliaba con el miedo. 

Endemoniado ©️Where stories live. Discover now