Capítulo 8 - Una noche loca

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Cada vez más gente glotona y de aspecto semejantes a luchadores de sumo, frecuentaban el restaurante de Don Xiang. Luego de zampar, los platos se acumulaban a raudales en la cocina. Columnas de platos sucios y cochambrosos clamaban por limpieza y dos manos no eran suficientes para lidiar con la cochambre. A Xiang ya le hubiera dado un infarto. 

Como sobraban músculos, ni mil platos eran un desafío para Ángel y Tadeo. Las vajillas sucias, con residuos de carne y fideos, pasaban a limpios y, en cuestión de minutos, estaban listos para contentar las barrigas de los clientes y también a Xiang. 

Las manos de Ángel eran tan ágiles que terminó soltando un plato de porcelana que se hizo añicos en un tris. A los pocos segundos, otro plato más acompañó al primero que provocó un bullicio tremendo en la cocina. 

—¿Qué pasó? Tienes manos de pulpo... —dijo Tadeo intentando no imitar a su amigo. 

—¿Qué son unos cuantos platos para ese chino ricachón? Que se joda... —respondió Ángel con una sonrisa malévola. 

—Calma, calma, rebelde. No mates más platos. El chino no solo nos puede botar por la ventana, sino también convertirnos en comida. 

—La excitación, Tadeo. Mi miembro tiene más autoridad que en mi casa. 

Luego de dejar los platos limpios y dignos de una cena real, quedaron libres y recién eran las diez. La juventud de la noche no era apta para acostarse a dormir. 

A la salida del restaurante, dos chicas de diecinueve años venían juntas, desfilando por una pasarela llamada acerca y con los reflectores que eran los paparazzi avejentados. Las dos chicas llevaban una ropa que apenas cubrían sus cuerpos. Una con un vestido violeta y la otra con un top oscuro y una falda vaquera. 

Ángel y Tadeo trataron de esconder sus miembros agrandados en sus pantalones. 

—¡María, María! —dijo Tadeo encogido de hombros—. Pensé que odiabas las faldas —dijo Tadeo de forma jocosa.  

—Sí, un poco, pero Nahir me obligó —dijo la chica tímida que se bajaba la falda. 

—Hicimos una apuesta y ella perdió —dijo Nahir—. Como casi siempre llevaba pantalones, a pesar de tener bonitas piernas... 

—Hum, no le hagan caso. Es una bocazas —replicó María palpando su cabello crespo. 

Ángel quedó mudo y Tadeo casi se contagió. 

—Hermano, te presento a María y a Nahir. Son dos chicas solteras que conocí en las clases de reforzamiento. 

—Oh, un gusto, un gusto —dijo Ángel sonriente y tímido. 

—Ahora vamos a tomar algo caliente. Digo, algo frío —Tadeo hurgó sus bolsillos. 

Luego de matar un par de horas en la disco, los jóvenes seguían pensando que la noche era muy joven. Pero la hora les daba una bofetada de realidad. La música electrónica despertaba a cualquier muerto con semblante aburrido. Los pies timoratos entraban y salían con ganas de correr un maratón. Pero aún el sueño no llegaba para mudarse sobre ellos, por lo que Tadeo, Ángel y las damas fueron succionados por una rockola. 

Eran las dos de la mañana y Ángel y Tadeo eran máquinas de incoherencias. Las lágrimas no iban a faltar a una noche que parecía eterna. Las dos chicas se reían de los dos payasos que estaban pronto a terminar en el piso. 

—¡Ya me tengo que ir! —dijo Ángel pensando en cómo lo recibiría su padre. 

—Perfecto, hermano. Yo me voy con mi Nahir. Tú no sé qué harás... 

Toda la noche Ángel y María se venían buscando con la mirada y el muchacho ya tenía la excitación a punto de rebalsar. 

—¡Acompañaré a María a su casa! 

Tadeo abandonó el antro renqueando, y Ángel se dispuso a llevar María a su casa, casa que no conocía, aunque seguramente no sabía cómo llegar a la suya. Pero gracias a María, Ángel vio un chalet unifamiliar. El lugar no parecía ser idóneo para hacer bulla. El silencio era el rey del vecindario. Al frente, una casa deshabitada era el temor de algunos niños. 

—Listo, María. Esta es tu casa y yo ya me voy. 

—Gracias... ¿Seguro que te quieres ir? 

—Siendote sincero, no. 

Ambos ingresaron a la casa deshabitada. Con la excitación hasta el cuello, dejaron que la oscuridad fuera testigo de una noche de sexo salvaje. De inmediato, Ángel la desvistió y la chica se puso de cuatro. Ángel usó su último condón y su banano se convirtió en aeroplano y aterrizó en la pista de su suave piel. Luego, bajó como alpinista hacia su sexo. La chica jadeó al sentir al sentir el roce y la penetración. 

—¡¿Te gusta?! —Ángel se rindió a la excitación y su pene estremecía su cuerpo de placer. 

—Sí, ay... —La chica emitió sus primeros gemidos suaves y casi insonoros. 

Aquellos tímidos gemidos ponían a Ángel como un puma que pasaría a convertirse en un volcán. El alcohol apagaba sus jadeos. Su miembro lo gobernaba: le daba placer y se lo quitaba cuando se aguantaba el orgasmo. Su corazón golpeaba al ritmo de la pelvis de la chica que disfrutaba con gruñidos de satisfacción. 

El roce de muslo y glúteos provocaba en María unos intensos gemidos que no podía reprimir, a pesar de su timidez. Cada vez más fuertes. 

—¡Gime, gime, gatita! —exclamó un ebrio Ángel que se movía rápido, empujado por el orgasmo que estaba próximo a llegar. 

Los gemidos sincronizados se intensifican conforme Ángel tocaba sus nalgas y no tenía contemplación. Llegado el momento, los jadeos se apagaron de repente, dando paso a un estallido de placer, provocado por el clímax. Ángel fue silencioso frente al orgasmo. 

—Ay... Aghgggggh... Aghgggggh —María fue escandalosa y sus espasmos parecían eternos.

Endemoniado ©️Where stories live. Discover now