Catorce

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Está bajando del metro cuando recibe un texto de Zayn:

"Estaré en casa de Louis, no llegaré muy tarde. Z."

Harry suspira, pero no con molestia, se siente bastante feliz por el simple hecho de que Zayn se preocupe de avisarle dónde va a estar. No, no se trata de controlar a nadie, se trata de no preocuparse de más creando escenarios desastrosos en los que algo malo le ha pasado a sus seres queridos porque no sabe dónde se encuentran. Es tan sencillo ser decente y avisar que todo está bien; y aun así, muchas personas parecen no entenderlo.

Caleb es una de esas personas.

Pero Harry no quiere pensar en él en este momento.

En lugar de eso, Harry entra a su limpio y ordenado apartamento; cuelga su maletín en la puerta de su dormitorio, toma un par de velas y su casetera, deja sonar a Fleetwood Mac a todo volumen, enciende un cigarrillo, abriendo la ventana, y se sienta en el pasillo, mirando al cielo oscurecerse al ritmo de la música.

No se siente deprimido, pero sí siente mucha tristeza; recuerda, sin querer, la vez que el primer chico del que se enamoró le pidió que no se lo dijera a nadie pues le daba vergüenza. Harry no considera importante presumirle al mundo entero su vida amorosa, pero, avergonzarse de una cosa así como su sexualidad, eso le hería mucho. Nate ahora vivía en el norte de Irlanda, y salía con uno de sus compañeros de clase. Sin prejuicios. Y el castaño no podía culparlo tampoco, a los quince años uno es vulnerable a los comentarios ajenos, a los veinte, uno es más propenso a buscar la felicidad, derribando las barreras de los prejuicios con ello.

Nate había sido criado en una familia conservadora, y el hecho de que haya asistido a una escuela pública en lugar de a una privada se debía a los "servicios humanitarios" que su madre hacía en la comunidad. Su primer beso había sido en la fiesta de cumpleaños de Megan, su hermana mayor, escondidos detrás de los muebles mientras todos se intoxicaban de cigarrillos baratos y alcohol obtenido de manera ilegal. Semanas después volvieron a besarse en el laboratorio de química, al finalizar la clase, y Harry quiso tomar su mano en el pasillo, pero eso no pasó jamás. Sus encuentros se redujeron a esconderse en dormitorios de casas donde los demás festejaban cualquier cosa; o detrás del gimnasio, mientras habían competencias de deportes a los que nadie les daría atención luego de la graduación; o en la casa de Harry, a oscuras. Terminaron seis meses después cuando el padre de Nate le consiguió a éste una cita con una porrista para la fiesta antes de navidad en la escuela. Y Nate aceptó sin preocuparse por Harry. Y Harry lloró en medio de la calle, abrazado a Zayn, que le decía que debía dejar de enamorarse de chicos cuya sexualidad era un tabú.

Se levanta para encender la luz de la cocina, encender la del pasillo sería un crimen. Sin pensarlo mucho, toma una botella de vino de la despensa, solo hay dos en total; la descorcha y toma una copa, retornando a su esquina, a lado del ventanal que le permite mirar la calle y la entrada.

Louis abre la puerta trasera del departamento, sonriendo a Zayn que ya ha encendido su cigarrillo. Se saludan brevemente con la mano y el castaño se encamina hacia la cocina, donde todas las ventanas tienen red para evitar que se metan mosquitos: las tiene abiertas para que el olor a tabaco no se impregne gravemente en las persianas. Se sientan, uno frente al otro, en la pequeña mesa que hace de comedor diario, un par de cervezas sobre la misma y el ambiente predispuesto a las charlas de cualquier tipo. El reloj de su teléfono marcaba las seis y cuarto cuando le escribió a Harry, y todavía había atisbos de luz cuando se subió a la moto, encaminado a donde se encontraba ahora mismo.

—Mi padre encontró mi cuenta de twitter, leyó un par de tweets sobre mi idea de quemar el estudio por el cobro del seguro y quiso castigarme prohibiéndome salir de mi propio departamento. Tengo prohibidas las visitas también.

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