Capítulo 01.

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«Capítulo dedicado a Pigeonguedez mi mitad Jeza, porque me empujó a actualizar de una vez por todas. ¡Te amo, perris!»


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Capítulo uno – El asiento sagrado.


El timbre que indica que las clases han culminado resuena recordándome que no podré ir a casa como de costumbre al salir del instituto, hoy empiezan mis días infernales en detención.

Termino de guardar todo lo que descansaba en mi pupitre en mi mochila para luego incorporarme y colgármela en un solo hombro. 

—Flavio, acércate un momento por favor— la voz suave, pero firme de la señorita Clenton interrumpe mi salida y yo tomo cortas respiraciones para mantenerme calmado y no faltarle el respeto.

En cuestión de segundos el aula se ve solo ocupada únicamente por la maestra de idiomas y por mi. Resoplando me acerco hacia dónde está descansando parte de su peso en su escritorio.

Maestra Amanda Clenton, mejor conocida en esta institución por la señorita Clenton, es una mujer alta con figura esbelta, su piel es pálida y hace un contraste fascinante con su larga cabellera color castaño oscuro, sus ojos del mismo color, sin contar la textura de su rostro refinada, tanto la nariz como la forma de su cara. Vestía de manera formal y jovial, con su toque sexi pero no demasiado, ese la caracterizaba.

Era hermosa, eso había que aceptarlo, la profesora más joven de la que presidía el instituto School Brunx. Por algo tenía a muchos de los profesores babeando por ella y gran parte del alumnado también.

Incluso Dorian, mi mejor amigo, me contaba las de sueños húmedos en los que la señorita Clenton era la protagonista y las dos o tres veces que se masturbó en clases solo viéndola.

Sí, en clases. Ni me pregunten cómo porque más detalles no le pedí.

El punto aquí era que no quería meterme en este líos, la maestra estaba comprometida con el subdirector de la institución, yo estoy optando por una beca y no está en mis planes joder lo único que podría ayudarme a cumplir mis sueños. Chicas hermosas habían de más, no necesitaba un acostón con ella, por más buena que esté y lo mucho que insista.

—Todavía estás a tiempo de aceptar mi oferta— habla arrastrando las palabras luciendo así más sensual.

—Entonces estoy asumiendo que usted se considera una mercancía para ponerse en oferta, ¿O no?

Frunce el ceño por mi comentario.

—Entiendes perfectamente a lo que me refiero, Flavio, no te hagas el tonto— espeta.

—Ya consiguió enviarme treinta días a detención ¿y aún así quiere seguir con esa estúpida idea?— hablo rozando la poca paciencia que me queda.

—Tú me llevaste a eso cariño.

Se me acerca arrinconándome en la paredes que da con la pizarra y el escritorio, e inclina su cabeza para olisquear mi cuello. A pesar de que usa tacones y es alta, le llevo una cabeza de altura.

Pasea sus manos por mi pecho y termina por llevarla a mi entrepierna. 

Respiro.

No quiero nada de esto, no quiero meterme en problemas, pero una mujer malditamente hermosa e insistente está toqueteándome y mi pene no entiende de razones, el muy cabrón y traicionero despierta ante sus toqueteos.

30 Días en detención ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora