Capítulo 11.

7.5K 744 522
                                    





Capítulo once – Favio al rescate.

Me encuentro en el parqueo del instituto recogiendo mi bicicleta la cual arreglé anoche porque no pienso compartir vehículo con Amanda, alias; La señorita Clenton. Hoy es el día que quedé en ir a su casa para ayudar a su sobrina, (o algo así) y no me sentiría cómodo en un espacio cerrado con ella.

Así que invertí toda la noche arreglando a mi bebé.

Es una bicicleta negra, un poco vieja, pero no se nota debido a que la pinté y puse como nueva, no tengo coche, pero tengo a mi hija. Sé que puedo utilizar el viejo carro que descansa siempre en el pórtico de casa, pero solo se utiliza en casos de emergencias, y mayormente por mamá.

Me gustaría ahorrar para comprarme un coche, pero tengo más prioridades. Así que si pensabas que todos los chicos con casi dieciocho años ya eran dueños de su propio carro, aquí está la excepción.

Escucho pasos por detrás de mí y volteo para encontrarme con Liz quien viene distraída.

—Eh, vista al frente para no chocar —bromeo y capto su atención. Automáticamente sus mejillas adquieren un tono rosado.

Debo admitir que estoy muy curioso sobre su descendencia, pero voy a ser prudente y no preguntarle inmediatamente sobre sus raíces asiáticas.

—Hola, Flavio —saluda por lo bajo con su peculiar acento mientras se acerca.

—Hola, pequeña Liz —sonrío— ¿Qué haces por estos lados del instituto?

—Vengo por mi coche —murmura.

Claro, como no.

«recuerda que tú eres el único mamón sin coche, Flavio» Me grita mi conciencia, por lo que río.

Mi conciencia tiene complejo de ser mexicana. Producto de todas las telenovelas que mamá me obligaba a ver con ella.

—¿Y tú? —Cuestiona.

—Espero a la señorita Clenton, voy a ayudarle a ella y a su prometido con un trabajo en casa —me encojo de hombros.

—Oh, okay.

Nos quedamos un momento en silencio. Detesto los silencios, acostumbro rellenarlos con cualquier cosa, los detesto con toda mis fuerzas, no es que sea un parlanchín sin control, pero no se imaginan lo mucho que me incómoda quedarme nadando entre medio de un silencio incómodo.

Muchas veces sucede que quieres seguir hablando con una persona, pero no encuentras temas en lo absoluto y ahí es cuando saltas con una estupidez parecida a: "Y cuéntame, ¿Te gusta el pan?"

Nefasto.

—Esto es incómodo —ríe.

—Y no entiendo por qué, no tiene porqué serlo, somos dos personas corrientes y comunes, pero parece que te aburro, ¿Eh?

—No, ¡No! Para nada —luce alarmada—. El problema soy yo, no soy buena socializando.

Pincho sus mejillas sonrojadas y le resto importancia.

—Ya aprenderás a lidiar con eso, mientras tanto, conmigo puedes dejar a un lado esa timidez —asiente.

—Trabajaré en ello. Me tengo que ir —hace un gesto lastimero con sus labios.

Ladeo mi cabeza detallando a la chica.

Es muy bonita, y con su timidez resulta hasta tierna. Me inclino y deposito un beso en su mejilla izquierda a modo de despedida.

—Nos vemos entonces.

Se empína para devolverme el beso y sonrío porque luce nerviosa. La sostengo por sus hombros.

30 Días en detención ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora