Capítulo 04.

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Capítulo cuatro – Buena obra del día.


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¿Lo mejor de ser el favorito del maestro de biología? Paso más tiempo haciendo recados que tomando clases, lo cual no es tan malo ya que soy bueno en esa materia y prácticamente me exoneran todos los exámenes y pruebas.

Voy de camino al salón del profesor de matemáticas, el Sr. Crover, para buscar algunos materiales que necesita el Sr. Ponciano. Cuando estoy frente a la puerta del aula le azoto dos golpes y me abre la puerta la señorita Clenton quien parecía ya retirarse del salón.

—Hola, Flavio querido— susurra para que los alumnos no escuchen.

Mi vista por un momento recae en su escote ligeramente provocativo. Parece que ella se da cuenta porque infla aún más su pecho. Sacudo mi cabeza para enfocarme.

—Hola— respondo solo por educación. 

—Hoy estás muy guapo— murmura repasandome con la vista. Hoy solo llevo unos jeans desgastados pero que aún lucen bien, una camisa a cuadros abierta que deja ver una camiseta blanca, simple. Una gorra negra cubre parte de mi alborotado y descuidado cabello, también calzo unos sencillos Vans. Estilo jovial.

—Como diga— trato de pasar por su lado, pero me sostiene del brazo izquierdo enterrandome sus largas uñas.

—¿Te gustó lo que viste ayer?— pregunta cerca de mi oído—. Yo creo que sí.

—A cualquiera le causaría curiosidad ver una mujer masturbándose, no crea que es algo especial ni que me guste, al contrario, me parece una falta de respeto. Pudo verla cualquier otro alumno, y no sabe cuánto lamento que haya sido yo.

—Yo creo que tú lamentas otra cosa, pero tranquilo, bien sabes que la puerta de mi oficina siempre está abierta para tí, junto con otras cosas— ronronea y me separo de ella ignorándola por completo. Todos los alumnos  parecen estar lo suficientemente ocupados con sus clases como para reparar en nosotros.

Camino hasta el Sr. Crover.

—¿Qué te trae por aquí?— pregunta.

—Adivine— le digo levantando una ceja.

—¿Ponciano? 

—¡Bingo!— exclamo.

—¿Ahora qué necesita?— finge molestia.

—Necesita su calculadora científica, borrador y un marcador, de preferencia rojo.

—¿Solamente?— pregunta con notable sarcasmo, a lo que yo me encojo de hombros y río.

—Según lo que dice, se le quedó su estuche de materiales o algo así.

—Bien, aquí tienes— me pasa todo lo que le pedí.

—Gracias— digo al tiempo que me doy media vuelta para marcharme.

—Flavio— me llama.

—¿Sí?

—¿Recuerdas lo que te dije ayer? En estos días te digo a cuales personas tendrás que ayudar.

Me detengo en seco y fuerzo mi mente a recordar algo que Crover me haya dicho referente a ayudar a alguien, pero nada.

—Perdón, ¿de qué habla?

—Ayer cuando estabas en detención te pedí que asesoras a algunos alumnos que no la llevan bien con las matemáticas.

—¿Y yo dije que sí?— pregunto entrecerrando los ojos.

—Claro, se lo pregunté dos veces y me dijo que sí. Entonces antes del martes le doy los nombres, solo son tres.

30 Días en detención ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora