▸01

5.5K 565 145
                                    

Yaguchi no estaba del todo seguro de cómo debería reaccionar ante el ridículo descubrimiento de la noche anterior. Aunque odiase admitirlo y le dejase una asquerosa sensación en la garganta, algo en él había cambiado. Demasiado. Si se atreviese a consentir la posibilidad de haber desarrollado una especie de afecto, no se lo perdonaría.

Lamentablemente, cada vez que su mirada se perdía en el firmamento, su mente encontraba la manera de emanar los recuerdos de una persona en particular: su tonta expresión de sorpresa, el timbre de su voz, el peso de su cuerpo sobre su espalda. Para empeorar el sonrojo sobre sus mejillas, su memoria fue lo suficientemente generosa como para acordarse con sumo detalle el contorno de sus labios cuando sonreía.

«Tch, esto es malo... Sólo concéntrate en lo que tienes que hacer. ¡Deja de enfrascarte en semejante estupidez!», pensó con sumo enfado.

Luego de terminar de escribir los apuntes de la pizarra, pretendió recoger sus pertenencias y apresurarse para la práctica de fútbol. Aunque no contaba que uno de sus compañeros lo tendría sujetado de la muñeca. Se tensó ante el tacto de éste. Observó su mano y alzó la mirada.

—¿Sucede algo? —musito con amabilidad. Casi empalagosa.

—Yacchan. —Toono hizo una pausa y ambos observaron al último alumno retirarse de clase junto con el profesor por el rabillo del ojo.

Al escuchar la madera deslizarse y golpear contra el marco de la puerta, Yacchan dejó de esbozar la careta de un ángel. Fue una transición que aún mantenía curioso a Toono. Cómo su tierno aspecto infantil se tornaba tétrico y hostil.

De una fuerte sacudida, Yacchan se soltó de su agarre y se encorvo de forma amenazante, con las manos en los bolsillos y una exasperante mueca adornando su verdadero perfil.

—¿Qué? —espetó.

—Veo que sigues mostrándome tu verdadero «yo» cuando estamos a solas —murmuró entretenido.

Su respuesta vino con un bufido y otra mueca desaprobatoria. Nuevamente Yacchan pensó que no vendría al cabo continuar con la charada. Después de aquella tormenta en el bosque, se le escapó un sinfín de insultos que había batallado para contener. ¿Quién lo podía culpar? Estaba sudoroso, empapado, sucio y encabronado. La cereza de la torta fue escuchar el berreo de Toono, enumerando platillos de comida como un desaforado, retrasado mental.

—Yacchan —repitió Toono—, sé que has estado un poco distraído el día de hoy.

Otra vez ese redoble de tambores en su pecho. Su temperatura se disparó por el techo en una fracción de segundos. Sus ojos se agrandaron y sintió que sus músculos se atiesaban por un potente hechizo. Sus mofletes ardieron. Yacchan desvió la mirada.

—Tampoco le diste bocado a tu sándwich esta mañana.

«¿Me ha estado observando desde temprano?»

—Y eso qué —tajó abochornado, procurando pronunciar correctamente sus palabras.

—¿Te encuentras bien? No estarás enfermo, ¿verdad? —inquirió Toono, dando un paso hacia adelante. Yacchan tragó saliva.

—¿Acaso te importa? Tienes... —replicó irritado, bajando el tono de voz. Miró a ambos lados, y cuando ganó coraje, se volvió hacia Toono y agregó—: Un debilucho como tú tiene que preocuparse por sí mismo.

Toono emitió un resoplido.

No era la primera vez que se lo decía. Todavía podía recordar la tarde en que uno de los muchachos codició su cuerpo. Yacchan había llegado a salvarlo de un salvaje puñetazo que mandó a volar a su agresor. Pese a haber sido la víctima, Toono se llevó una grandísima reprimenda, y a la vez, una vaga demostración de aprecio.

Recordó la pregunta de Yacchan:

»—¿P-Podría... Debería protegerte?

También, el berrinche que le hizo cuando pidió que le disculpase por el rechazo de la propuesta:

»—¿De qué estás hablando, idiota? Dije que cuidaría de ti. ¿La respuesta no debería ser algo entre las líneas de «por favor, hazlo»? ¿O algo así por el estilo? ¡Vamos, dilo!

«Tierno», creyó Toono.

—¿Qué es tan malditamente gracioso? —Yacchan ladró con extrañeza. A veces no podía entender en qué se abstraía Toono.

—Perdón. Sólo estaba considerando cómo pedirte que seas mi compañero.

Su defensa se hizo añicos en un pestañar. La respiración se le cortó y un millón de escenarios corrieron por su mente. Yacchan terminó aturdido, por poco perdiendo el balance de su postura.

—El profesor nos pidió buscar una pareja para el proyecto de Ciencias Sociales y recoger los materiales en el despacho. Pensé que tú y yo... —hesitó—. ¿Querrías participar conmigo? Escuché que el premio sería cupones de comida por medio año escolar.

No comprendió qué clase de corto circuito se desató en su interior. Yacchan gruñó en voz alta, con sus cachetes pintados de carmesí y le dedicó una brusca mirada.

—B-bien.

—¿Entonces aceptas? —pio Toono.

—¡S-sí, mierda! ¡Como sea! —replicó a regañadientes, y salió apresurado.

Mientras que Toono se cuestionaba si había dicho algo malo, Yacchan sólo logró estampar su espalda contra la pared del baño. Suspiró profundamente y esperó a que su pulso se normalice.

«Esta sensación... es venenosa para mi salud».

REPELÚSWhere stories live. Discover now