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Yacchan había inflado su pecho como todo un campeón y se había jactado de que nadie ni nada se interpondría entre el romance que contaba con Toono, aunque aquella imagen suya empezó a quebrarse al momento en que ambos se iban acercando al otro extremo de la estación de tren.

Una noche antes, la pareja se quedó hasta altas horas de la noche viendo una comedia romántica que escogieron al azar sobre una abuelita que quería impedir el amorío de su nieto. Hizo un montón de diablurías para separarlos, pero el amor triunfó al final. Toono reía amenamente, y Yacchan sintió un ligero tembleque en las rodillas al imaginarse estar en la situación del pobre hombre.

Para empeorar su incomodidad, luego de la película, pasaron una repetición de las noticias de hace no más de cinco horas. Mientras Toono se preparaba para ir a dormir, Yacchan siguió en frente del televisor, viendo videos aterradores de una anciana asesina o de una abuela que prefirió darles veneno a sus familiares para impedir que su nieta "arruine la raza" al casarse con alguien que no le complacía. Yacchan tragó saliva y apagó todo aparato electrónico.

Ahora, la idea de conocer a la abuelita de Toono, se le hacía como un acto heroico, donde él sería el vencedor si lograba sobrevivir toda la tarde con ella. Si no presta atención, podría terminar con profundas mordeduras gracias a los postizos o como un perro moribundo a causa de un potente veneno para ratas. Yacchan sudaba frío.

—No la veo —comentó Toono, apartando a los pasajeros que acababan de salir de uno de los trenes. Intentó colocarse de puntillas, pero era en vano. La avalancha de personas seguía llegando.

—¿Sabes cómo iba vestida?

—No se me ocurrió preguntarle —replicó risueño.

Yacchan le dio la espalda y paseó su mirada por el tumulto. La mayoría iba y venía en diferentes direcciones, unos más apurados que otros. Divisó por las columnas, pero solo atinó a ver a estudiantes absortos en sus celulares o a trabajadores gritando por el teléfono. Luego observó las maquinas dispensadoras; vacías. Súbitamente, en uno de los rincones más alejados, cerca de la entrada, vio a una minúscula figura encorvada con un bastón en mano.

Sus miradas se cruzaron y Yacchan la desvió de inmediato.

—Tal vez se le olvidó qué día era —excusó Yacchan con un ligero nerviosismo apoderándose de sus labios.

—Lo dudo. Mi abuela todavía se acuerda de todos los cumpleaños de sus familiares sin la necesidad de revisar Facebook. Puede que se le haya hecho tarde o esté esperando sentada.

—¿Y quiere que la encontremos o algo así?

—Ella prefiere que le demos el alcance —dijo Toono, continuando con la búsqueda.

—¿No es muy grandecita como para querer jugar a las escondidas? —bufó Yacchan.

Yacchan.

—No me des esa mirada. Solo bromeaba.

Toono negó con la cabeza, divirtiéndose ante los disparates y prosiguió con lo suyo. Luego agregó:

—Sé que nunca la has visto, pero siempre lleva un bastón. Si ves a alguien con uno, avísame.

Yacchan enmudeció por unos segundos y asintió con dejadez, recordando a la mujer que había visto. Toono avanzó unos pasos, completamente distraído. Una vez que Toono se animó a ver los horarios de llegada, Yacchan giró sobre su eje con disimulo y miró de reojo hacia el mismo lugar donde la había visto. No había rastro de ella.

—Puede que tengas razón... —inició Toono—. Dice que su tren ha llegado hace veinte minutos, pero no la veo por ningún lado. ¿Podríamos dar una última vuelta por el recinto y verificar que no esté? Si no la encontramos, vamos a casa para poder llamar a mamá.

—Claro. —Yacchan notó lo cabizbajo que estaba y le acarició la cabeza—. Podemos pedir comida rápida para la noche, ¿te gustaría?

—¿Pizza con piña? —pio Toono; el brillo retornando a sus orbes.

—Toda la piña que quieras —rio Yacchan, y le ofreció un beso en la mejilla.

Como lo prometió, Yacchan acompañó a Toono por toda la estación central y se tomaron la molestia de preguntar a seguridad si habían visto a una anciana con las características que detalló Toono. Lamentablemente, nadie la había visto. Toono aceptó su ausencia y ambos se encaminaron a la entrada principal.

—Es una pena —dijo Yacchan—, me hubiese encantado conocerla.

—Lo es. Mi mamá le había contado tanto de ti y me dijo que estaba emocionada de conocerte. Hasta juró que se comportaría.

—¿C-comportarse? —balbuceó Yacchan.

Ni bien salieron de la estación, Toono lo detuvo de golpe y su sonrisa se amplió.

—¡Abuela!

Frente a ambos, una mujer vestía con botas de combate, pantalones holgados y una camisa a cuadros. La anciana llevó sus gafas de sol hasta el puente de la nariz y le ofreció un guiño a su nieto. Con ayuda de su bastón, avanzó hacia ellos.

—Mi adorado Toono —dijo con una voz gruesa y tosca.

—¿Qué te ha pasado? ¿Estás bien? —Corrió a abrazarla.

—He estado un poco indispuesta, cariño. Pero no es nada grave. Tú sabes que soy más resistente que cualquier metal. —Le devolvió el mimo—. ¿Por qué se han demorado tanto? Estuve sentada, esperando y... —Miró sobre el hombro de Toono y vio a Yacchan, parado como una estatua.

Toono se despegó de inmediato e hizo un ademán.

—Él es Yacchan, abuela. Él es mi novio.

Al escuchar su nombre, Yacchan se acercó velozmente, casi tropezando, y estrechó su mano.

—Es un placer conocerla.

La abuela no se inmutó, solo parpadeo, ignoró el saludo con desdén, y dijo:

—Diría lo mismo, pero me viste sentada como una estúpida y no le dijiste nada a mi nieto.

Yacchan se quedó petrificado en el acto.

REPELÚSWhere stories live. Discover now