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El timbre volvió a sonar y las puertas se cerraron detrás de ellos. Al mediodía, la cantidad de trabajadores que se dirigían a almorzar era increíble. A Yacchan le costaba mantener a su pareja pegado a él, pues algunos intentaban pasar en dirección contraria, empujándolos. Para su buena suerte, cerca de uno de los grandes avisos publicitarios pegados a las puertas del otro vagón, había tres asientos libres. Yacchan rodeó su brazo sobre los hombros de Toono, abriéndose paso con uno de sus puños, y lograron acomodarse.

—¿No podríamos decirles que me ha salido un tumor?

—¿Quieres inventar una excusa o asustar a mi familia? —mofó Yacchan, y le apretujó la mano—. Me habías dicho que no había problema en que me acompañases, pero no me imaginé que te pondrías tan nervioso.

—¡No lo estoy! Es solo que...

Toono guardó silencio y miró a los lados.

La camisa rosada de Toono estaba ligeramente empapada de sudor en las axilas y en la espalda. Las gotas también empezaron a caer por sus pantorrillas. Usualmente, Toono mantenía una buena postura al caminar, pero desde que salieron de la habitación de Yacchan, lo vio caminar jorobado y algo acobardado. Yacchan lo notó tensarse.

—No va a pasar nada —le aseguró, y retiró un pañuelo de su mochila.

—¿Y si no les agrado?

Yacchan pasó la tela por la húmeda piel de Toono, e hizo un recorrido desde su frente hasta sus tobillos. Toono lo observaba atento, sintiendo una dulzura que apaciguaba su alma por cómo lo cuidaba. Yacchan le obsequió su bordado, y besó sus dedos, los cuales estaban entrelazados con los suyos.

—No digas estupideces. Verás que te querrán, o tendrán problemas —replicó Yacchan, y agitó su puño en son de broma.

Toono rio ante la idea.



La casa de la familia se alzaba como un hogar promedio, aunque llevaba una estructura y decorado rustico japonés que le daban un aire casero. Yacchan acomodó las flores recién compradas que llevaba en uno de los brazos, y se aproximó al timbre. Toono lo detuvo.

—Puedo hacerlo.

—Toono, hemos estado parados bajo el sol desde hace más de un cuarto de hora.

—Solo quería prepararme y tener el valor de hacerlo yo mismo —refutó Toono.

—Si sigues mirando el botón como si fuese un león, jamás entraremos —razonó Yacchan, y lo machucó.

—¡Qué hiciste!

El tono hizo eco en toda la casa, y se escucharon pasos acercándose a la entrada. Toono empezó a dar pequeños saltos, rogándole a Yacchan que se marchasen, que aún tenían tiempo de escapar. Y, cuando Toono pretendió hacerlo, Yacchan lo tuvo bien agarrado del pescuezo.

—Toono, compórtate o me obligarás a...

El portón se abrió, y ambos dejaron de forcejear. Toono se petrificó en el acto y se puso igual de rígido que una tabla; Yacchan sonrió, y le ofreció los tulipanes a una mujer de melena castaña clara, quien los había recibido de un afectuoso abrazo.

—Tú debes ser Toono —dijo ella, invitándolos a pasar de un ademán.

—Sí, yo soy Toono —replicó éste, tartamudeando—. Y él es Yacchan.

Yacchan lo miró pasmado, y se aguantó la risa. La señora parpadeó rápidamente, y asintió con ternura, disimulando su divertida expresión.

—Sí, su nombre me es familiar. Nos conocimos cuando di a luz —rio ella.

REPELÚSTempat cerita menjadi hidup. Temukan sekarang