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El maletín deportivo cayó a sus pies. Yacchan notó el par de zapatos escolares tirados en la entrada. Los acomodó a un costado y se quitó los suyos. Toono había llegado antes que él.

—¿Toono? —llamó.

Luego escuchó un revoltijo en una de las habitaciones y pasos acercándose a trancadas. Toono salió al pasadizo con prisa, casi tropezando con el alfombrado. Yacchan lo observó curioso.

—Y-yacchan, viniste. ¿Qué tal estuvo la practica el día de hoy? Terminé temprano con la limpieza del salón y me vine corriendo con Rina.

Yacchan avanzó hacia él. Disimuladamente miró sobre el hombro de éste, pero Toono bloqueó su mirada al colocarse frente a su rostro.

—¿Qué estabas haciendo en mi habitación?

—Estaba acomodándola —replicó seguro—. Esta mañana íbamos tarde, así que pensé que no estaría mal aspirar y acomodar lo que habíamos dejado regado por el piso.

Yacchan asintió lentamente. Prefirió no seguir insistiendo, después de todo, Toono había estado actuando raro últimamente.

Hace un par de días, Yacchan había escuchado ciertos rumores que le desagradaron por completo: Kashima estaba saliendo con Toono. Fue un golpe en el estómago que lo dejó nauseabundo. Pero después de meditarlo durante y después del entrenamiento, Toono no recibía mensajes ni llamadas constantes. Al contrario, ambos hacían la tarea y otras actividades escolares con respecto a Rina, pero nunca lo escuchó hablar con Kashima.

No podía ser cierto.

«Si no tomo las cartas en el asunto, será demasiado tarde», había pensado.

Y se alejó. Yacchan continuó sopesando a dónde deseaba llegar con Toono y su amistad. Al principio tuvo la intención de ganarle a Kashima si tomaba posesión de Toono, aunque ahora era diferente. Al demonio con el plan, al demonio con Kashima. Toono era lo que importaba.

Muchos consejos después con Akemi-senpai y Shikatani-senpai, un par de billetes en la billetera del presidente mismo, el financiamiento de juguetes nuevos y una riña con el metiche de Tamura, lo dejó con una carta sobre la mesa.

Hoy sería el día.

—Como digas... ¿Sabes si hay agua caliente en la terma? Tomaré una ducha.

A paso lento dobló una de las esquinas en dirección al baño. Toono empezó a retroceder con una revista en mano detrás de la espalda hacia el dormitorio.

—¡Claro! Me avisas si necesitas que te frote la espalda —gritó desde el marco de la puerta. En ese instante, deseo cubrirse la boca.

«¿Qué le acabo de decir? ¿Soy estúpido? ¡Argh!», pensó Toono con frustración.

Yacchan se detuvo en seco con un rubor intenso. No respondió y cerró la puerta.

Una vez que Toono escuchó el agua correr, giró sobre su eje y se encaminó a la cama de Yacchan. Se tiró de rodillas y escudriñó debajo de la cama. Antes de que Yacchan llegase, ya había revisado cada rincón del armario y los cajones de la mesita de noche. No había rastro de pornografía ni de cualquier indicio que le dijese si a Yacchan le gustaba la papaya o las bananas. Mucho menos condones ni lubricantes.

«Yacchan no es activo», había pensado con alivio. Luego quiso golpearse mentalmente por alegrarse de algo tan vano.

Después de sacar las revistas viejas de deporte, Toono terminó cubierto en una capa fina de polvo. Tosió y escupió las pelusas que se habían adherido a su cara. No había rastro de absolutamente nada culposo.

«¿De qué tienes miedo? Puedes invitarlo a una cita, y si él te rechaza, sabrás que no tiene interés en ti. ¿Cuánto tiempo vas a dejar pasar para armarte de valor? Te gusta. Ya lo aceptaste. ¿Por qué te torturas? ¿Y si tú le gustas a él?», le dijo una vocecilla.

—¿Toono? —repitió Yacchan.

Giró a verlo. Yacchan estaba parado en la entrada con la toalla a la cadera y otra colgado de los hombros.

—¿D-dijiste algo? —No pudo disimular mirar cómo las gotas se deslizaban por su pecho como perlas y el vapor que todavía cargaba consigo desde el cuarto de baño. Tampoco se le hizo fácil despegar la vista de su cabellera sin ese moño al costado.

—¿Estás bien? Te ves absorto en otra cosa desde que acabo de llegar. No me digas que te volviste a enfermar por estar tomando fotos de Rina en otra de sus aventuras —bufó Yacchan. Sus ojos se posaron en su pecho y añadió—: Deberías dejar de cargar con esa tela. Se te puede caer...

—N-no, todo está bien. No te preocupes por Rina. Está en buenas manos —contestó nervudo y tragó saliva.

—Como sea —resopló—. Te pregunté si te gustaría... —Yacchan bajo el tono prepotente de su voz y prosiguió, casi en suplica—: Si te gustaría ir a cenar conmigo. Como ya es fin de semana, pensé que podríamos... ir... juntos. Solos.

Ambos se ruborizaron hasta las orejas.

Era ahora o nunca, supuso Toono. Apretujó su pantalón, su labio inferior tembló, pero su mirada fue firme. Con el poco de valor que cargaba, preguntó:

—¿Es una cita?

«Lo sabía. No está con Kashima», pensó Yacchan al ver su reacción.

Yacchan torció una mueca, fastidiado. Se cubrió la boca con una mano y sus facciones se marcaron de rabia y excitación. Toono lo observaba, igual de intranquilo.

—L-llámalo como quieras —ladró.

Yacchan corrió a su closet con el rostro en llamas, sacó un juego de prendas con brusquedad y retornó al baño a zancadas. Cerró la madera de un portazo. Toono escuchó un grito del otro lado.

—¿Estás bien, Yacchan? —preguntó apenado.

Una rendija se abrió.

—Sí —respondió a secas y volvió a cerrar la puerta.

Mientras que el corazón de Yacchan se aceleraba y mordía la toalla para no seguir gruñendo del nerviosismo, Toono se revolcaba sobre la alfombra del dormitorio. Definitivamente era una cita.

De repente escuchó un crac y una sensación viscosa sobre su pecho.

Había aplastado a Rina.

REPELÚSWhere stories live. Discover now