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—¿Tienes que hacerlo en frente de todos? —balbuceó Toono, mirando a los lados.

—Estás exagerando, no hay nadie.

Antes de que Toono pudiese protestar, Yacchan se agachó con una mano sosteniendo su mechón y lamió la punta. Toono quiso apartarse, pero fue detenido al ser sujetado de las muñecas. Yacchan alzó la mirada y le sonrió, retirándose la crema de los labios de otra lamida.

—¿Qué pensarán los demás si te ven así? —murmuró Toono, abochornado.

—Dirán que estoy compartiendo un helado con el chico que me gusta.

Toono frunció ceño y mordisqueó el barquillo, ligeramente meditabundo por su respuesta. Como había escuchado de los compañeros que se sentaban a su lado, Yacchan poseía una conducta más afable y honesta. Aunque también hubo comentarios negativos hacia su persona cuando sus defectos se relucían. A veces preguntaban a dónde se había marchado aquel bello ángel, y qué clase de entidad demoniaca lo había poseído.

—¿No te incomoda que los demás se enteren que estamos en ese tipo de relación?

—No, no es su problema —tajó Yacchan, ofuscado—. ¿Por qué lo dices? ¿A ti te incomoda?

Toono negó, y dijo:

—Como pensé que querías agradarle a los demás... —replicó vagamente, aún sosteniendo el resto del helado. La fresa empezó a resbalarse por la galleta hasta humedecer sus dedos. Toono la lamió y guardó silencio.

Yacchan asintió, recordando la conversación que tuvieron ese día en la cabaña. Nunca supo qué se apoderó de él para terminar vomitando lo que su corazón realmente sentía, cómo lo había carcomido competir con Kashima, y las caretas que tenía que mantener con cada persona diferente que conocía.

Era agotador.

Hubo días en que se preguntaba si valía la pena fingir alegría y pretender ser como su primo. Y esos días se convirtieron en largos meses, para luego terminar en interminables años de completa soledad e hipocresía profesional. Fue vivir una constante mentira.

Yacchan era tan bueno en ello, en ser una versión similar a Kashima, que hubo momentos en donde creyó haber perdido su esencia. Si se miraba en el espejo, tenía que abrir los ojos con fuerza para asegurarse que era su propio reflejo, y no el de su primo.

Una noche antes de iniciar el nuevo año escolar, Yacchan abrazó su almohada y lloró. Sabía que, si continuaba con aquella farsa, tarde o temprano perdería la cabeza. Incluso consideró dejarse llevar y permitir ser como realmente era. Comenzar desde cero.

Lo curioso fue que, no se le cruzó por la mente tener a Kashima en el mismo plantel al amanecer. La noticia se le hizo tan devastadora que su plan dio un giro tremendo: destruirlo. ¿Y qué mejor manera de arruinarlo con la persona que era dueño de sus afectos? Arrebatar a Takashi Toono por puro placer y capricho.

—Eso quise. Pero...

«Toono se enojará conmigo si le digo que me enamoré del peón del tablero.»

Yacchan se entreveró los cabellos y escondió su rostro entre sus manos. Respiró una y otra vez, profundamente para luego continuar en un quejido:

—Asumí que... —inició inseguro, casi inentendible. Bajó sus hombros, descubrió su rostro y le dio una mirada lánguida. Toono pudo ver lo enrojecido que se encontraba. Yacchan agregó—: Si Toono me quiere tal y como soy, puede que otras personas también lo hagan. No soy mi primo, y tampoco debería intentar serlo.

Toono sonrió con orgullo y se acercó a abrazarlo con la mano libre. Yacchan lo reciprocó sin chistar.

—Yacchan es genial. Un poco terco y bruto como un asno, pero genial.

—No te pases de listo —gruñó Yacchan en su oído, dándole un fuerte tirón de las patillas.

—¡Estoy bromeando, Yacchan! —aulló de dolor.

De otra sonrisa y un beso rápido en la mejilla, Yacchan se despidió de Toono y se encaminó hacia la cancha de fútbol. Ni se quería imaginar la reprimenda del entrenador si se demoraba más de la cuenta. Con un último vistazo sobre su hombro, aceleró el paso. Toono lo vio atravesar el jardín y desaparecer al ingresar por uno de los pabellones para cortar camino.

Es cierto. Yacchan había madurado. Mucho.

—¿Toono?

Su voz provino de la entrada de la cafetería. Toono se volvió a verlo, extrañado. Kashima lo saludó con un refresco en mano y un semblante taciturno, no aquella expresión risueña de siempre. También pudo notar el brote de ojeras y palidez. Ambos se encontraron y empezaron a caminar por el jardín.

—¿Kashima? ¿Dónde has estado? No regresarte a la sesión anterior en el taller desde la última vez que hablamos. ¿Estuviste enfermo?

Kashima estrechó sus labios.

—No tenía muchas ganas de ir —admitió—. Tenía un montón de cosas en la cabeza, y yo... Bueno, siento que he cometido un error muy grande y que es muy tarde para remediarlo.

Toono continuaba a la par en silencio, masticando el resto del barquillo. Kashima le ofreció sentarse en uno de los asientos de piedra y lo siguió, sentándose a una distancia prudente. Toono siguió sin pronunciar palabra alguna, poniéndole atención a la respiración de ambos, el chillido de las aves y las voces de los estudiantes que marchaban a casa.

—No te puedes afligir por algo que ya sucedió. Es bueno que sepas que te equivocaste, pero no puedes permitir que eso te hunda. Tienes que saber cuándo mirar hacia adelante... Sería horrible que caigas en la depresión y descuides tu persona. Algunos ni se bañan —aconsejó Toono, y por instinto, se cubrió la boca. Lo había vuelto a hacer.

—¿Tengo tan mal aspecto? —rio.

—Lo siento. Solo que... siempre has tenido la imagen de ser un estudiante feliz y bondadoso.

—¿Es así como me ves? ¿Cómo alguien perfecto? —suspiró Kashima.

Toono negó con la cabeza, agitando los brazos.

—¡No, no! Quiero decir, eres muy bueno en todo y la mayoría quiere ser tu amigo. ¡Hasta te llevas excelente con los del club! Muestras que estás interesado, por más que las ideas que tienen sean descabelladas y pesadas —contestó Toono, alarmado.

Kashima volvió a suspirar.

—Toono, ¿quieres que te sea sincero? —preguntó con firmeza. Kashima lo miró con determinación, y espero a que Toono le encontrase la mirada.

Aquella misma expresión con el brillo de sus orbes, su cuerpo inclinándose hacia él, y la dirección en la que sus rodillas apuntaban, denotaban un posible secreto del que no quería saber ni escuchar. No ahora.

—Tú me gustas —confesó Kashima.

No hubo respuesta. Toono contuvo la respiración. Con cada segundo que pasaba, Kashima notaba cómo Toono se asombraba, y como su cuerpo lo delataba: sus brazos cruzados, la vista apartada, y la mueca de disconformidad. No era bienvenido.

—Yo... No sé qué decirte.

—No tienes que decir nada —dijo Kashima, derrotado—. Sé que estás con Kyousuke. No estoy seguro de su relación, pero me da la impresión de que son más que amigos...

Toono asintió, avergonzado.

—Sé que no te fijarías en mí. No por ser hombre, sino porque, me imagino que Kyousuke debe de ofrecerte algo especial que yo no puedo. Y, aunque yo no tenga la oportunidad de que me veas en otra luz, te pido que... —Kashima pretendió tomarle de la mano, pero desistió—. Por favor, cuida de Kyousuke.

—De eso no hay duda —murmuró Toono, sintiéndose imposibilitado de verlo a los ojos.

Kashima se colocó de pie.

—Gracias, Toono.

Y se marchó.

Toono por fin pudo respirar con normalidad, aliviándose de que no hubiese terminado en algún forcejeo u otro tipo de debate del que no pudiese huir.

—Yuu... —susurró para sí mismo.

«Lo lamento, debí ser más firme contigo antes de que tus sentimientos por mí hayan escalado. Te pude haber rechazado desde el inicio.»

REPELÚSWhere stories live. Discover now