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La información del folleto era extensa y aburrida de leer. Yacchan le dio un par de vistazos al párrafo del medio. Después de pasear por varias hileras, concluyó que la participación de los de primer año era obligatoria. Por más que desease negarse, como lo había estado considerando toda la noche, no le quedaba de otra. Además, una vocecilla en un rincón de su mente le decía que no quería decepcionar a cierta persona.

—Yacchan —llamó Toono desde una de las esquinas del pasadizo—. ¡Apresúrate! La charla para el segundo grupo ya va a comenzar.

—Ya te escuché la primera vez —refunfuñó.

Aún no había terminado de leer la parte posterior. Supuso que su profesor se los explicaría una vez allí. Yacchan tiró el librillo en uno de los basureros y apresuró el paso.

Unas cuantas puertas antes de llegar, se percató de ciertos alumnos del primer turno saliendo con una cajita de cartón en brazos, quienes charlaban muy amenamente. Lamentablemente, cuando pretendió echar un vistazo al contenido, una manta de algodón la mantenía cubierta.

Minutos después se les permitió el ingreso. Ambos se sentaron al medio, junto con otros compañeros de curso. Su maestro pidió a uno de los de los de la fila posterior que apagaran las luces e inició el video en el proyector.

Tanto Yacchan como Toono quedaron perplejos por la súbita introducción y la música de fondo. Era como ver una pésima animación de los setentas con voces perturbadoras. Yacchan deseaba arrancarse los ojos. Si la presentación del programa no finalizaba en un par de minutos, su verdadero «yo» saldría a gritar a todo pulmón: «¡Paren con esta reverenda mierda!»

La cinta dejó de correr y la habitación se iluminó.

—Como ustedes han observado, jóvenes, el estado tiene el propósito de promover una paternidad responsable —explicó el profesor—. Ahora que el matrimonio y la adopción igualitaria es permitida en Japón, se busca educar la manera más viable de mantener una relación sana en familia y el crecimiento adecuado de un recién nacido.

Toono asentía, comprensivo. Yacchan quedó boquiabierto.

—No me malinterpreten —continuó—, creo que será una buena experiencia para que sepan cómo desenvolverse en un ámbito familiar con su respectiva pareja, indispensablemente de su sexo.

Hubo un aplauso. Luego uno de los presentes levantó la mano y dijo:

—¿Entonces nos darán un bebé?

—No creo que podamos embarazarnos para eso, ¿o sí?

Muchos chillaron de asombro y otros se carcajeaban nervudos. Se les pidió guardar silencio. El profesor caminó de un lado a otro, sacudiendo su cabeza con una risueña expresión ante los comentarios.

—¿No creen que sería un acto criminal entregarles un crío de verdad? —bromeó, y añadió—: A cada uno de ustedes les entregaremos un huevito. Dentro de cada caja tienen una serie de pautas que deben de cumplir. Y no se olviden de documentarlo por un periodo de 30 días.

Uno de los asistentes, quien había permanecido callado, se acercó al frente y empezó a dar ciertos ejemplos, como: tomarse una foto con el huevito en un día de paseo, construirle una cuna y darle un baño.

—Pueden utilizar una cámara fotográfica o una filmadora. El mejor proyecto de todos tendrá los cupones de comida y un premio sorpresa —anunció el asistente—. Antes de que se retiren con su recién nacido, les advierto que cada huevo tiene un código estampado. Si se les llega a romper o perder, quedan excluidos por completo y se les asignará un castigo. ¿Entendieron?

—¡Sí!

Uno por uno se encaminó al escritorio con su respectiva pareja. Cuando fue el turno de ambos, Yacchan notó que las manos de Toono no dejaban de temblar. Al alzar la vista, también vio sus ojos llorosos y una enorme sonrisa de oreja a oreja.

—¿Y a ti qué te pasa ahora? —inquirió Yacchan.

Con la caja en brazos, Toono giró hacia él y balbuceó:

—Siempre quise un pollito.

Yacchan se llevó ambas manos al rostro y suspiró. Toono podía ser un gran tonto cuando se lo proponía. Si le dijese que ningún animalillo iba a salir de ese cascarón, no querría ni imaginarse de la tremenda decepción que se llevaría. Ni deseaba ver su triste rostro, o sería capaz de hacer una locura con tal de verlo feliz. Fantasear con regalarle una canasta llena de pollos, lo dejó algo preocupado. De verdad se había colado por Toono.

—¿Sexo? ¿Quieres? —insistió Toono.

Tal vez había escuchado mal, no obstante, todo su rostro se ruborizó. Ambos se miraron fijamente, Yacchan perdiendo los estribos y la completa concentración de hacia dónde estaba andando. Chocó con un mural del pasadizo.

—¡Yacchan!

Él se mordió la lengua para no soltar las groserías que se acumulaban en sus labios. Se agachó y hundió su rostro entre sus piernas. Toono dejó la cajita a un costado y se colocó de cuclillas, junto a él. Le frotó la espalda.

—Oye, ¿estás bien?

Con recelo, Yacchan divisó a ambos lados del lugar. Estaban solos.

—¿A qué vino esa pregunta de mierda? —farfulló, frotándose la nariz.

—Sólo te pregunté varias veces que qué sexo deseabas que tuviese el huevito —aclaró Toono—. Según el folleto, tenemos que dibujarle una cara y ponerle un nombre. Pero cuando nazca, supongo que podemos cambiárselo, sea un gallo o una gallina.

Ahí iba de nuevo con su inocencia. Yacchan suspiró y se incorporó lentamente.

—No lo sé —replicó malhumorado, levemente más tranquilo—. Podría ser una niña.

Hizo una pausa y prosiguió:

—He escuchado que suelen ser más tiernas con sus padres. Buscan su protección y hacen monerías para que les den un abrazo.

—¿Qué te parece «Rina»? Estoy seguro de que ella será muy linda con nosotros.

Yacchan asintió. De repente, captó lo que dijo y sus mejillas volvieron a arder: «Nosotros». Se dirigía a ellos como padres, como esposos, como... algo más de lo que eran.

—Creo que será genial pasar tiempo con ella. También podríamos planear una salida al parque o al zoológico. ¿Qué dices?

Las palabras retumbaban en su mente. «Una cita, una cita con Toono». El efecto de crear un escenario donde ambos se levantaban felices al amanecer, donde se tomaban de las manos y jalaban un cochecito, o se decían cuánto se querían, lo terminaron mareando. Yacchan permitió que su organismo falle y se avergonzó de pies a cabeza.

Asintió con pena.

—¡Perfecto! Por ahora me llevaré a Rina y continuaré leyendo las indicaciones. Nos podemos reunir en la mañana para dividirnos las tareas.

—N-no. Podemos ir a mi casa. Ya había terminado la práctica de fútbol.

Toono sonrió.

—Ya veo. Si no estás muy cansado, supongo que...

—¡No me hagas repetirlo, idiota! —interrumpió Yacchan. Cogió la caja y marchó en dirección al primer piso.

«No sabía que Yacchan pudiera hacer esa expresión. Parecía un poco más maduro y tranquilo», pensó Toono al recordar su comentario sobre las niñas.

—¡Yacchan, espérame!

REPELÚSWhere stories live. Discover now