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Fue un argumento endeble. Tan débil como una hoja seca. No tenías ni pies ni cabeza. Pero Yacchan le creía. Sólo asentía ante la confesión de Toono y su tímido balbuceó. También apreció el nerviosismo que denotaba al desviar su mirada en distintas direcciones, el temblar de sus labios y los gestos que hacía con las manos.

Yacchan tomó una de sus manos y entrelazó su meñique con el de Toono.

—No importa —dijo Yacchan.

—¿Q-qué?

—Dije que no importa, Toono. Estás balbuceando desde ayer en la noche.

—¿Entonces no estás enfadado conmigo por todo lo que hice?

Yacchan suspiró, ligeramente encrespado, y se mordió la lengua para no llamarlo por cualquier estúpido sobrenombre, sea cariñoso o vulgar.

—¿Quieres que lo esté? —ofreció con descaro, y con su otra mano, lo tomó del codo para acercarlo a su rostro.

Toono se tensó.

—Ahora que lo dices, debería estarlo. Después de quebrar a Rina y pegar sus restos, no sé si aún podremos participar.

Hasta el momento, Yacchan se había ayudado con una bola de aluminio dentro del huevo para darle estabilidad al adherir cada pieza. Luego del desayuno, le pasó una capa de cola entera para reforzarla y lo pintó de un tono rosado, evadiendo teñir el código. Recrear el rostro y pegarle lana nueva fue todo un desafío.

—Hiciste un buen trabajo. No se nota mucho, a menos que pasen el dedo por el cascaron.

Yacchan piñizcó uno de sus cachetes.

—Ten más cuidado, tonto —advirtió.

—¡Auch! ¡Lo siento, lo siento, Yacchan!

REPELÚSWhere stories live. Discover now