Capitulo 17

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El pecho de ____(tn) se agitaba nerviosamente y el papel no era más que una bola arrugada en su mano. Hizo ademán de arrojárselo a los pies, pero él fue más rápido y le agarró la muñeca. Sus ojos reflejaban ira, la primera señal de una emoción sincera que ella le hubiera visto nunca.
—Das por hecho demasiadas cosas —contestó él con frialdad.
—No lo firmaré, Justin —ella se soltó y dio un paso atrás—. Por muy desesperada que estuviese, jamás firmaría la renuncia de mis derechos sobre mi hija.
—De acuerdo —dijo él al fin tras estudiarla impertérrito largo rato—. Haré que mi abogado modifique la cláusula. Le llamaré para que nos envíe un nuevo acuerdo.
—Yo esperaría un poco —dijo ella secamente—. Aún no he terminado.
____(tn) se dio media vuelta y se encaminó hacia el despacho del abogado al que encontró en la puerta con una expresión divertida reflejada en el rostro.
—¿Qué está mirando? —rugió ella.
—¿Nos ponemos con sus alegaciones al acuerdo? —dijo él con voz seria, aunque sus ojos reflejaban un sospechoso brillo.
Tres horas más tarde el contrato definitivo salió del despacho del abogado de Justin y, tras leerlo detenidamente, ambos interesados lo firmaron juntos.
____(tn) había insistido en un acuerdo inflexible según el cual compartirían la custodia de la niña, pero siendo ella la principal custodia. Era consciente de que Justin no se mostraba feliz con los términos, pero se había negado en redondo a firmar otra cosa que no fuera ésa.
—Está claro que no sabes nada sobre el arte de la negociación —dijo Justin secamente mientras abandonaban el despacho del abogado.
—Hay cosas que no son negociables. Que no deberían serlo. Mi hija no es una moneda de cambio. Y jamás lo será —dijo ella con firmeza.
—Lo único que pido —él alzó las manos en un gesto de rendición—, es que entiendas mi punto de vista. Tan decidida como estás tú a conservar la custodia, lo estoy yo a no ceder la mía.
Algo en la expresión del hombre hizo que ella se ablandara y parte de su ira desapareciera. Durante un instante habría jurado que parecía asustado y un poco vulnerable.
—Entiendo tu postura —dijo ella con calma—. Pero no pediré disculpas por reaccionar como lo hice. Fue algo sucio y vil.
—Entonces te pido disculpas. No era mi intención alterarte de ese modo. Simplemente pretendía que mi hija se quedara donde debía estar.
—A lo mejor lo que deberíamos estar haciendo era concentrarnos en que el divorcio nunca llegue a producirse —contestó ella—. Si conseguimos que funcione, no habrá que preocuparse por ninguna batalla por la custodia.
—Tienes razón —él asintió y abrió la puerta del coche ayudándole a entrar—. La solución está en asegurarnos de que nunca llegaremos al divorcio.
Cerró la puerta, rodeó el coche y se sentó al volante antes de poner el motor en marcha.
—Y ahora que nos hemos quitado de encima lo peor, pasemos a los aspectos más alegres de preparar una boda.
Y de ese modo se inició una tarde de compras. La primera parada fue en una joyería. Al serles mostrada una bandeja de anillos de compromiso de diamantes, ella cometió el error de preguntar el precio. A Justin no le gustó que lo hiciera, pero el joyero contestó con naturalidad. A la joven le faltó poco para tener que recoger la mandíbula del suelo.
Sacudió la cabeza y se separó del mostrador. Justin la agarró por la cintura y, divertido, la obligó a acercarse.
—No me defraudes. Como mujer, se supone que deberías estar genéticamente predispuesta a elegir el anillo más grande y caro de la tienda.
—Es cierto —dijo el joyero con solemnidad.
—De todos modos, no es de buena educación preguntar el precio —continuó Justin—. Elige el que quieras y finge que no lleva etiqueta.
—Su novio es un hombre muy sabio —dijo el hombre tras el mostrador con ojos burlones.
Mientras intentaba ignorar el hecho de que con uno de esos anillos se podría alimentar a todo un país del tercer mundo, estudió cada pieza. Al fin encontró el anillo perfecto.
Era un sencillo diamante con forma de pera, perfecto hasta donde su profano ojo podía asegurar. A cada lado había un pequeño racimo de diminutos diamantes.
—Su dama posee un gusto exquisito.
—Sí. ¿Este es el que quieres, yineka mou*? —preguntó Justin.
—Pero no quiero saber cuánto cuesta —ella asintió intentando ignorar una náusea.
—Si te hace sentir mejor —Justin rió—. Haré un donativo por el valor del importe del anillo a la obra de caridad que prefieras.
—Te estás burlando de mí.
—De ninguna manera. Es bueno saber que mi esposa no me arruinará en un año.
Ella lo miró airada mientras él hacía un visible esfuerzo por no echarse a reír. Maravillada, contempló la soltura con que le entregaba la tarjeta de crédito al dependiente, como si estuviera pagando una copa y no un anillo que debía de valer miles de dólares.
—Déjatelo puesto —él le puso el anillo—. Es tuyo.
Ella contempló la mano, incapaz de disimular su admiración. Era un anillo fabuloso.
—Y ahora que hemos solucionado el tema del anillo, deberíamos pasar a otra cosa, como el vestido o cualquier otra ropa que puedas necesitar.
—¡Vaya! Un hombre al que le gusta ir de compras. ¿Cómo has conseguido permanecer soltero hasta ahora? —bromeó ella.
Toda expresión abandonó el rostro de Justin y ella se recriminó mentalmente por haber dicho algo incorrecto en el momento menos correcto.

Una Aventura ClandestinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora