Capitulo 11: Divide y triunfaras.

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Manhattan, New York, Estados Unidos.

Existen infinidad de situaciones incomodas y desafortunadas que podría pasarle a cualquiera, desde lo más simple como la lluvia inesperada, hasta una estrepitosa caída con severas consecuencias. En cualquiera de todas las situaciones mencionadas y posibles de mencionar, siempre su solución sería algo meramente razonable e incluso cotidiano, y vamos: que hasta lo impensable como una cirugía a corazón abierto a último minuto por un inesperado paro cardíaco en plena calle ingresaba en aquel ranking. Pero definitivamente no se podría catalogar como algo meramente común a un par de semidioses mal heridos y un centauro nerviosamente inquieto mordisqueando una lata. Pensándolo bien, aquella imagen sería algo distinta para los mortales y terriblemente atractiva para los monstruos. Por una parte, ellos aparentaban un par de chiquillos desaliñados, ambos poseían la apariencia de dos chicos desafortunadamente arrollados por una estampida (la que fuera) de animales, con polvo, sucios y visiblemente acongojados. Ela mantenía sus deseos de llorar motivada por la emoción (pues no fueron uno, sino cuatro arrastrados por el Lestrigón mal encarado), arrastraba su pierna cojeando y pensativa por los chicos; mientras tanto Grover simplemente arrastraba sus patas disfrazadas por pantalones, mordisqueando para todo aquel mortal que se encontrara en el camino, un panecillo sencillo y mugriento: parecían vagabundos, no pudo evitar quejarse internamente Marcelo (al ver que además él no distaba mucho de la misma apariencia de sus amigos).

Después de la plática mantenida con Leo, Emiliano y compañía, no podía evitar sentirse verdaderamente molesto por la situación. Parecía que todo el equipo de ambos aún se mantenía completo (y solo se dividiría por su culpa), mientras su propio grupo se había disuelto en un abrir y cerrar de ojos por la aparición de un Lestrigón mal oliente, el cual se suponía que cinco semidioses podían controlar. Nada estaba saliendo como quería: empezando porque su objetivo personal no se cumpliría estando lejos de Leo, de tal manera; no sería fácil manipular la situación. Por lo pronto, debería tener paciencia y esperar el desarrollo de aquella situación, planeaba seguir las instrucciones de su amiga (que siendo sincero era lo mejor que podía hacer en tales circunstancias) y seguir hasta el apartamento que ella le indicó con anterioridad.

En un pasado, Leo le llegó a entregar la llave de acceso a ciertos apartamentos, solía entregarle alguna llave de acuerdo a la región del país en donde necesitaba realizar una misión. No podía negar que en un inicio le había emocionado, pero rápidamente todo se disipó al descubrir que también le entregaba llaves a Ela, Javier y Dulce, su ego decayó aún más al saber que también Emiliano era parte de aquella lista. Poco tiempo después, descubrió que aquellos departamentos y su familia cumplían con ese objetivo: refugiar a semidioses. Para la misión en la que estaban, Leo le llego a entregar una llave del apartamento de New York y, una tarjeta especial de presentación y acceso a otros apartamentos en otras regiones en caso de necesitarlo: pues nadie sabía con exactitud a donde llegarían a parar en aquel inesperado escenario. Por lo tanto, en aquellos momentos se dirigían al centro de Manhattan no muy lejos de Central Park hacía el apartamento que les daría refugio, todo esto, explicaba él por qué de su pequeña caminata por el lugar. Anduvieron poco más de quince minutos por las calles hasta llegar a uno de los edificios del barrio Upper East Side.

— ¿Es aquí? —Interrogo Grover con voz claramente sorprendida, acompañado con su característico baleo. — ¿No es algo... poco modesto? — Los tres estaban a las afueras de un edificio bastante lujoso y resplandeciente, el cual Grover no dejaba de detallar ampliamente. —Cuando dijo apartamento, no me esperaba algo como esto.

—La sorpresa es bastante común durante la primera vez. —Le respondió Marcelo con algo de desinterés, siendo acompañado con un asentamiento de cabeza por parte de Ela. —Venga, entremos.

A cada paso que daba dentro de aquel resplandeciente y elegante edificio, les transmitía de alguna manera un sentimiento de no encajar en ese lugar, al menos en el caso de Grover; el sentimiento se hacía aun mayor. No paso desapercibido para él, que el guardia de seguridad solo les mirara de reojo y los dejara pasar sin más (teniendo en cuenta la apariencia con la que contaban). Sin complicación alguna llegaron hasta el ascensor e ingresaron cerrándose la puerta tras ellos, vio como Marcelo introducía la llave que cargaba en un escondido compartimiento y el ascensor empezó a funcionar de improvisto.

La Tercer Gran Profecía.Where stories live. Discover now