Capítulo 11 | Paciencia

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Los rayos del sol pegaron en mi cara, dejé que mi mirada paseara por el paisaje, el césped verde intenso y el cielo azul hacían una combinación hermosa

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Los rayos del sol pegaron en mi cara, dejé que mi mirada paseara por el paisaje, el césped verde intenso y el cielo azul hacían una combinación hermosa.

Nuestras casas de campaña adornaban el terreno, al igual que el toldo donde estaban nuestros víveres. El baño era una construcción blanca con un inmenso tinaco encima, nuestros padres lo llenaban cuando nos instalábamos —no sé cómo lo hacían—, así que teníamos que ser cuidadosos con las duchas y no gastar agua en exceso.

Una sombra se pintó en el suelo, pero antes de que pudiera girarme para identificar al dueño, unas manos cubrieron mis ojos.

—¿Quién soy? —preguntó con voz chistosa, una risa burbujeó de mi interior

—No lo sé, ¿tienes alguna pista para mí?

—Una persona que se alegra cada vez que te ve y su corazón se acelera cuando te tiene cerca. —Otra ola de emociones me embargó, no estaba acostumbrada a esa clase de acercamientos. Dave retiró sus palmas, tomó mi mano y me dio vuelta. Colocó mis dedos en su cuello, pude sentir los golpeteos acelerados que su corazón daba—. Hola, luciérnaga.

—Hola —respondí con timidez.

—Encontré algo que podría gustarte —dijo, al tiempo que aparecía una radiante sonrisa en su cara. Jaló mi brazo, instándome a seguirlo.

Recorrimos, tomados de la mano, la inmensa arboleda repleta de vegetación. Había flores en los arbustos y la maleza, algunos árboles tenían frutos y en otros había panales, las aves cantaban y llenaban el aire de melodías.

—¿A dónde vamos? —Se detuvo en seco y me enfrentó.

—Ya llegamos, cubriré tus ojos, ¿de acuerdo? —Asentí. Me dio instrucciones para caminar con los ojos cubiertos, a trompicones nos encaminamos hacia algún lugar desconocido para mí, podía sentir su sonrisa en el costado de mi cabeza, escuché su risita cuando tropecé y me aferré a su antebrazo para no caerme.

—Listo, hemos llegado —susurró frente a mi oído.

Una vez dicho eso, descubrió mi mirada a una de las vistas más preciosas que había tenido el placer de ver. Los colores amarillentos del pastizal estaban adornados con flores blancas, lindas florecillas que parecían algodones.

—Es precioso, D —dije sin poder apartar los ojos del panorama.

—Tal vez podrías hacer una pintura. —Tenía toda la razón, aquel era mi estilo, siempre buscaba paisajes donde pudiera mezclar justo esas tonalidades.

—Te has fijado —solté, enfocándolo.

—¿En qué? —Alzó una ceja y se acercó sonriendo hasta que quedó de pie frente a mí, solamente estábamos separados por unos cuantos centímetros.

—En mis colores predilectos al momento de pintar —murmuré un tanto confundida, ni siquiera mi padre se fijaba en esos detalles. Sus dedos se entrecruzaron con los míos, su cabeza se ladeó y me estudió con detenimiento, un sonrojo subió hasta mis mejillas, así que aparté la mirada. ¡Maldición! ¿Por qué no podía dejar de sonrojarme?

Luz de luciérnaga © (WTC #1) [EN LIBRERÍAS]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora