Capítulo 19 | Alma abierta

175K 11K 2.9K
                                    

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.


Asistía a la secundaria, en ese entonces salía a jugar todas las tardes con David en el parque cerca de nuestras casas. Recuerdo que llegaba a casa con los zapatos manchados de lodo, solía agachar la cabeza cuando mi madre me gritaba colérica por ensuciar su piso costoso de madera.

Aquel día estábamos jugando en el jardín con una pelota de fútbol americano, no pude parar uno de los pases, así que esta se estrelló en la ventana de la habitación de mamá y papá; ella dormía una siesta justo en ese momento.

La vimos asomarse con los ojos repletos de rabia, ya me la imaginaba gritoneándome lo tonta que era, no deseaba que me avergonzara delante de Dave como hacía en ocasiones, así que me despedí de él y entré.

Escuché sus pasos apresurados bajando las escaleras, se acercó a mí y me sacudió apretando de forma asfixiante mi cuello. Ya estaba llorando, estaba asustada porque, aunque siempre había sido reacia conmigo, jamás me había maltratado así. No lo vi venir, levantó su mano y me profirió una cachetada en mi mejilla, el golpe fue tan fuerte que me envió al suelo. No reaccioné en ese instante, solo la miré asombrada y con los ojos un poco nublados.

Pero para ella eso no había sido suficiente, de un jalón me levantó y me golpeó en la mejilla opuesta; me levantó de nuevo tirando de mi brazo y, cuando estuve de pie, volvió a darme una cachetada, así continuó hasta que se cansó de mis súplicas y ruegos. Se fue de ahí, dejándome tirada en el suelo con lágrimas bañando partes doloridas de mi rostro, las sentía arder, al igual que mis talones y rodillas.

Pronto regresó y a rastras me llevó a mi habitación, me colocó delante del espejo y me dijo que no le dijera nada a papá porque si lo hacía él iba a sufrir demasiado, mientras maquillaba las partes rojas en la piel de mis pómulos con una crema del color de mi piel.

Me gritó que dejara de llorar porque estropeaba el maquillaje y susurró que era como un niño que no disfrutaba de lo que a las chicas les gustaba. Me hizo pedirle perdón porque tendría que limpiar el desorden que yo había hecho, pero después cambió de opinión y me dio un recogedor, no me dejó levantarme a pesar de que el piso ya estaba limpio, me miraba con superioridad desde arriba. Luego se dirigió a la cocina, no sin antes decirme que me enseñaría lo que era ser una verdadera mujer y que, después de que aprendiera, no querría volver a comportarme como un niñato. Alcancé a ver su cabello rubio a pesar de mis ojos empañados y, de alguna manera, me convencí de que me lo merecía porque era una mala hija. Que si fuera de otra manera ella no habría actuado así, de verdad lo sentía de esa forma.

Cuando papá volvió aquel día, evitaba mirarlo a los ojos porque sabía que lloraría y se lo contaría todo, sentía las pupilas de mi madre clavadas en mí —amenazándome en silencio—, mientras le sonreía a mi padre y lo miraba comer la cena que le había preparado. Yo tenía miedo de que papá sufriera, así que no le dije a nadie. Ni siquiera a David, quien no se cansaba de cuestionarme, él sabía que algo ocurría porque me mantenía en silencio cuando normalmente no paraba de hablar.

Luz de luciérnaga © (WTC #1) [EN LIBRERÍAS]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora