Capítulo 23 | Golpe doloroso

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Me aseguré de que los papeles estuvieran en orden para presentarle al consejo de recursos humanos los casos que estaba manejando, los cuales consistían en dos demandas de divorcio y algunas acusaciones de delitos menores.

Ya le había entregado a la secretaria las copias para los directivos, esperaba que las hubiera colocado en las carpetas de color negro y no en las azules, las azules eran viejas. Nadie en el despacho deseaba que le tocaran las carpetas azules.

Ese día los practicantes harían sus exposiciones y, al día siguiente, darían la lista de los que permanecerían en Empresas Cloud, todos colgábamos de un hilo.

Me sentía presionado, pero no estaba nervioso, no hasta que vi las jodidas carpetas azules puestas en los asientos. Ahí estaba el señor West y el coordinador de recursos humanos, también estaba Amanda. ¿Qué mierdas hacía esa mujer en una junta oficial de trabajo? Pero decidí ignorar la situación debido a que era la hija del dueño.

Me coloqué en la parte delantera con toda la confianza que pude reunir y, una vez que me instalé, di inicio a mis discursos. Era fácil hacerlo porque siempre me había fascinado lo que estudiaba, cuando me colocaba en un estrado las palabras y los conocimientos fluían, la lengua tenía vida propia y mis neuronas iban disparadas. Me gustaba la abogacía, la amaba, hasta que me di cuenta de que debías tener una característica que yo no tenía: ser capaz de sacrificar cosas importantes para poder ascender en los peldaños.

Cuando terminé me sentí orgulloso, feliz, al bajar la adrenalina me di cuenta de que los oyentes me contemplaban en blanco.

El padre de Amanda revisó la hora en el reloj de su muñeca, su hija le dijo algo al oído, el asintió.

—Gracias por tan maravillosa exposición, señor Stewart —emitió West con su voz ronca y dominante. Me recordaba al Padrino, casi podía verlo con un puro y una copa de vino tinto en su otra mano—. Como todos, mañana daremos la lista y sabrás si quedaste entre los seleccionados de nuestro nuevo equipo.

Estuve conforme, por lo que me preparé para retirarme. Ansioso pues me sentía observado, junté mis cosas con la mayor rapidez que me fue posible. No los miré en mi viaje hacia la salida. La misma voz me frenó antes de que pudiera salir, no me giré, me quedé quieto en la espera de lo que tenía por decir, con la mano en la manija.

—¿Le molestaría llevar a mi hija a comer? —Di un respiro profundo y desabroché el primer botón de mi camisa como si me estuviera asfixiando. Intenté recomponer mi postura porque si titubeaba en mis respuestas él se daría cuenta y encontraría el modo de arrinconarme.

Enderecé la espalda, aclaré mi garganta y lo enfrenté. Y sí, me miraba con ojo crítico, calculándome, estudiando mi comportamiento. Era un tiburón queriendo encontrar el punto débil de su presa, curiosamente yo era la presa en aquella ocasión. Era un inexperto, un estudiante que solo se enfrentaba a otros estudiantes, él era experimentado, él podría demolerme a mí y a mi futuro en un segundo.

Luz de luciérnaga © (WTC #1) [EN LIBRERÍAS]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora