Capítulo 18 | Los ladrillos de mi pared

177K 9.6K 1.8K
                                    


¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.


Una semana después la escuela ya me estaba tupiendo de trabajos, exámenes y otra serie de cosas que me producían jaqueca. Me encantaba leer y el arte en general, pero jamás quise inscribirme en Letras.

Nunca olvidaré su manera de chantajearme, en ese entonces le tenía pavor a mi madre y a sus ataques. Tenía miedo de enfrentarla o de, al menos, decirle a alguien que me ayudara.

Estaba sentada en una de las sillas de mi habitación, la que colindaba con la ventana y el balcón, con un gigantesco libro en mis piernas. En realidad, solo estaba haciendo tiempo para que llegara David, era viernes e iríamos a pasar un tiempo a solas.

Desde hacía días que lo notaba tenso, en múltiples ocasiones le había preguntado si ocurría algo en la universidad o en el trabajo, le creí cuando me había dicho que no, yo no tenía por qué dudar de sus palabras si nunca me había mentido. Puso de pretexto que despachos Cloud había sido vendido y corría el riesgo de ser despedido, sabía lo mucho que significaba su empleo para él y para su carrera. Era un apasionado en lo que hacía, muchas veces me adentré en los debates que Jurisprudencia hacía, él estaba entre los exponentes; me fascinaba mirarlo argumentar cosas y crear estrategias para atacar a sus rivales.

Sinceramente no sé por qué no me salía de mi carrera para irme a lo que realmente amaba hacer: pintar. De pequeña soñaba con ingresar a alguna academia de arte, añoraba hacer exposiciones con mis cuadros y subastas, y ganarme el dinero que fuera por hacer lo que me gustaba. En eso se quedaron aquellos anhelos, en sueños de una adolescente espantada.

Una punta de uno de mis lienzos se asomó debajo de mi cama, ahí los escondía del mundo. Cerré el objeto que se encontraba sobre mis muslos y me hinqué frente a la cama para obtener la pintura.

No obstante, no llegué a sacarlo, mi madre profirió mi nombre en un grito que me hizo suspirar. No respondí con la esperanza de que me olvidara, pero volvió a llamarme un tanto desesperada y furiosa al mismo tiempo. Bajé las escaleras a pasos rápidos, decidida a no enfurecerla porque moría por regresar a mi habitación para pintar o hacer algo mejor que verle la cara.

Me quedé petrificada en la entrada de la sala, no lo había visto todavía porque una pared nos separaba, pero se me heló la sangre al reconocer su voz. ¿Por qué Richard seguía insistiendo en algo que no iba a pasar? No quería ser su amiga ni su novia ni siquiera su conocida. Me quedé ahí, de pie, sin saber qué hacer, no comprendía por qué motivo mi madre lo había invitado a pasar. David llegaría dentro de poco y lo encontraría en mi casa. Tallé mi rostro, frustrada, sintiendo cómo el enojo me recorría. Ese imbécil se había burlado de mí y luego aparecía tan feliz como si nada hubiera pasado.

Me adentré en el sitio y vislumbré la extensa sonrisa de mi madre, en cuanto se percataron de mi presencia ambos guardaron silencio. Clavé la vista en el rubio y apreté la mandíbula. Estaba demasiado enojada, solo quería que dejara de enviar los regalos que no me había enviado cuando éramos novios.

Luz de luciérnaga © (WTC #1) [EN LIBRERÍAS]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora