Capítulo 3.

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Desde el momento en que decidiera adoptar a Peter, Tony había dedicado una enorme cantidad de dinero a remodelar la Torre Stark: desde arreglar su habitación hasta construir un jardín en la terraza, no había escatimado en nada con tal de hacer un hogar confortable para su hijo. Esa mañana, cuando entraron juntos por primera vez y vio la carita con ojos como platos del niño, sintió que todos sus esfuerzos habían sido recompensados.

-¿Esta... esta es tu casa?- preguntó sin poder creer lo que veía. Tony se agachó junto a él y le revolvió el cabello cariñosamente.

-Es nuestra casa, Peter. Desde hoy, todo lo que es mío es tuyo. No tengas vergüenza, ven, te mostraré todo lo que quieras para que te sientas a gusto.

-¡Es enorme!- exclamó el pequeño dejando su mochila sobre una silla y avanzando despacio por la sala, volteando hacia su padre con una sonrisa luminosa que encantó a Tony.- Se parece a las casas de los ricos que salen en la tele.

-¿Te gusta?

-¡Claro que sí, me encanta! Casi siento miedo de que esto sea un sueño.

-Te aseguro que no lo es. Ven- repitió, tomándolo de la mano.- Vamos a echar un vistazo a todo.

Peter se quedó pasmado por el tamaño de las habitaciones, la cocina, la sala de juegos; la habitación que compartía en el orfanato con otros dos chicos hubiera cabido entera en el baño de invitados de su nueva casa. Aunque tenía una noción de lo que significaba ser rico, no creyó que su padre lo fuera tanto. Sin embargo, lo que más le gustó no fue el enorme cuarto lleno de juguetes, o el jardín privado que parecía flotar sobre la ciudad: fue que su padre no dejara de sonreírle con amor, y de preguntarle si se sentía cómodo, como si lo único que le importara fuera su bienestar. Siempre había querido un padre así de bueno y cariñoso, que velara por él y lo mimara. No recordaba haber sido abrazado nunca, por ejemplo, hasta el día en que conoció a Tony, y eso era algo que muchas veces en el pasado había necesitado. Mientras desarmaban sus maletas y guardaban todo en sus respectivos lugares, se divirtieron haciéndose cosquillas, saltando sobre la cama y arrojándose peluches el uno al otro. Tony, que había crecido sin padres, también sintió una satisfacción indescriptible al poder jugar tan naturalmente con su hijo, rodando sobre la alfombra y ganándole en la competición de cosquillas. Era como si todo ese cariño que no había podido demostrar a nadie en cuarenta años se volcara de repente en Peter, que se colgaba de su cuello para que lo llevara a caballito por toda la habitación. Entretenido como estaba, se sorprendió mucho cuando miró el reloj y vio que ya eran casi las doce.

-¡Pero si ya es la hora del almuerzo! Peter, cariño, ¿tienes hambre?

-Uy, pues creo que sí- reconoció Peter tocándose la panza con una risita.- Apenas desayuné para poder estar listo cuando llegaras.

-Mm- una mirada reprobatoria muy breve cruzó por su rostro antes que dijera:- eso no está bien, Peter, tienes que hacer las cuatro comidas diarias si quieres crecer saludable.

-Sí, papá... lo siento. Es solo que estaba muy ansioso.

-Está bien. Vamos a la cocina y te prepararé algo. ¿Tienes alguna preferencia?

-¿Hamburguesas?- preguntó con timidez y siguiéndolo hasta la reluciente cocina, en donde Tony mismo comenzó a sacar platos y cubiertos mientras asentía.

-Entonces serán hamburguesas. ¿Quieres ayudarme?

Tony no sabía nada de cocina. Durante toda su vida había dejado esos menesteres en manos de chefs profesionales, tanto los que trabajaban para él como los que trabajaban en los restaurantes a los que solía ir, pero como muchas otras cosas cambió de parecer al tomar la decisión de adoptar. No podía permitir que su hijo, un niño saludable de diez años, creciera comiendo solo lo que traía el delivery; por lo tanto, se tomó la molestia de aprender un surtido de recetas básicas que hasta un principiante como él pudiera hacer bien. Memorizar ingredientes, instrucciones y tiempos había sido sencillo, pero la parte práctica le tomó mucho más tiempo de lo previsto. Fue necesario invitar a comer en reiteradas oportunidades a Pepper, James y Stephen para que su habilidad mejorara y estuviera en condiciones de prepararle la comida a Peter. Una vez más, el trabajo valió la pena. Lo supo en cuanto vio al menor devorando su tercera hamburguesa y su segunda porción de papas fritas.

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