06|un microbio|

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Las pruebas para ingresar al equipo de rugby eran este viernes. Y mientras en el transcurso de la semana me mataba haciendo ejercicio día y noche, Roger se lo tomaba muy a la ligera, no hacía nada y se burlaba de mis pobres pero muy admirables esfuerzos para poder pertenecer al equipo. Reagan no paraba de señalarme mis débiles piernitas de fideos y mi defectuosa descoordinación. Nunca fui una chica deportista, y según lo que piensa mamá, aplicar para un equipo de rugby sólo conseguiría matarme en vez de hacerme desarrollar músculos, cuerpo y destreza física. Sin embargo, yo no me rendía y corría todos los kilómetros que pudiera cada tarde, aunque eso implicara llegar a casa sudando como una perra a las diez de la noche.

                             

Desde que tenía ocho años, o mejor dicho, desde que nací, era alérgica al atletismo. Siempre terminaba rompiéndome la nariz, un brazo, el cóccix o un diente. Mis lentes no me permitían ver más allá de cinco centímetros y por eso acababa tendida en el suelo retorciéndome del dolor.

                             

El martes vi algunos vídeos de un partido de rugby en Londres, y para ser honesta, no dormí esa noche pensando en todas las posibilidades que tenía de morir el viernes. No estaba segura de qué podían hacerme en la prueba, y me rehusaba a preguntárle a Roger para no tener que romperle la cara. Mis días estaban contados.

                             

Me encontraba casi orinándome en los pantalones del miedo, pero no podía manifestar mi terror ya que me tomarían por cobarde e ignorante. Las personas en la escuela no se atrevían a dirigirme la palabra, mucho menos la mirada, y eso reducía todas mis alternativas para poder llevar a cabo mi plan contra Roger. La única persona que no esquivaba todo contacto visual conmigo era una chica extraña que se sentaba a dos sillas de mí, tenía el pelo castaño con un curioso mechón verde en el flequillo, y en cada recreo, siempre la veía con un bate de béisbol en la mano. Por eso nunca me atrevía a hablarle.

                             

Por otro lado, Reagan había encajado a la perfección con sus compañeros. El hecho de que no le hablaran por mi culpa no la detuvo y se propuso a conseguir por lo menos una amiga. Al final ya salía con un grupo de cuatro y en el patio del instituto se la pasaban riendo y charlando de, y podía apostar toda mi colección de libros de astronomía: Roger.

                             

Terminé de entrar a la casa después de durar tres horas consecutivas corriendo por el vecindario y subí lo más rápido que pude al baño. Aquel idiota sin escrúpulos, cómo odiaba que tuviera todo ese tipo de atención mientras que la profesora apenas se sabía mi nombre. ¿Qué era lo que hacía a ese chico tan especial? En la escuela lo adoraban de una forma tan exagerada que parecía idolatría, y aquí en casa, bueno, era el niño querido de mamá. Sin mencionar que era el amor platónico de Reagan.

                             

Lo odiaba más que a otra cosa en el mundo, quería deshacerme de él pero nada jugaba a mi favor. Tendría que trabajar lo más duro que pudiera para destronarlo y exiliarlo de su propio reino superficial y estúpido. Tenía que darle en donde más le doliera. En su defecto: la atención y popularidad.

                             

Casi una misión imposible. Casi.

                             

Mañana le demostraría que debajo de este saco de huesos se escondía un animal que le arrancaría la cabeza en el campo de juego. Una bestia sedienta de venganza que no toleraba injusticias. Una vencedora. Quizás mañana por fin lograría poner en marcha mi estrategia para hundir a Roger. Le demostraría que yo era más de lo que aparentaba ser...aunque en realidad no aparentara nada y lo que menos inspirara fuera miedo, me vengaría y él sufriría. Punto.

                             

Pero cuando llegó el gran día que tanto ansiaba, hice un esfuerzo sobrehumano por no volarle arriba a Roger y arrancarle sus estúpidos cabellos a sangre fría.

                             

¿Capitán del equipo? ¿En serio?

                             

Sentí el bolso amarillo en donde llevaba mi ropa resvalárseme por los hombros y caer con un golpe seco en la tierra, mientras miraba incrédula al entrenador...con Roger parado a su lado...sonriéndome, como si me dijera "te gané...otra vez".

                             

¿Por qué a mí?

                             

-Como varios muchachos de mi equipo del año pasado se encuentran el último año-nos explicó el entrenador Leslie con el semblante serio, aunque se le notaba un pequeño atisbo de sonrisa-. He decidido que el capitán del año pasado, ya que esta es la segunda vez que aplica, sea el que los lidere de ahora en adelante-se escucharon aplausos y vítores por parte de los principiantes, mas yo permanecí callada y con los brazos cruzados-. Esta futura temporada, Taylor nos llevará a las nacionales, y si es posible, a la victoria-finalizó con un suspiro de orgullo y esa expresión tan típica de los fanáticos del deporte. Luego de pellizcarse el puente de la nariz, aclaró la garganta, cambió de tema y se enfocó en los nuevos aplicantes-. Ahora...nenitas, quiero que me formen una fila en medio del campo para que se preparen a iniciar la prueba física. ¿Entendieron?

                             

-Si entrenador Leslie-dijimos al unísono, aunque no sonó tan fuerte y claro como el entrenador quería porque nos pidió a gritos que repitieramos lo que acabábamos de decir-. ¡Sí entrenador Leslie!-vociferamos desde lo más profundo de nuestros pulmones.

                             

La prueba física era lo más aterrador y horroroso del mundo. Se realizaba de manera individual, uno por uno, y yo era la última de la fila. Los muchachos que estaban en último año no tenían que someterse a ninguna prueba, entre ellos estaba incluído Roger...El "capitán del equipo", quien también decidiría los que entraban al cuadro y los que se irían a casa llorando con sus mamis.

                             

Miraba expectante a los pobres chicos que eran aplastados por mastodontes de seis y siete pies de alto. Sus gritos de dolor inundaban el aire y el sonido de los huesos rotos y músculos estirados me taladraban los oídos. La mayoría de muchachos que pertenecían a los dos primeros curso de secundaria salieron con la nariz vuelta un desastre y un par de dientes menos, mientras que el resto, aunque tenían sus magulladuras y e hinchazones, lucían perfectamente y no abandonaron la prueba como los demás.

                             

Entonces llegó mi turno.

                             

-¡Foster, ________!-me llamó el entrenador Leslie después de sonar el silbato. Tuvo que mirarme dos veces para poder creer que era una chica y luego apuntó, con incredulidad, la línea de media cancha. Caminé hacia ella y una vez más, sentí cómo se me encogía el estómago cuando un chico que parecía una pared de concreto me esperaba en posición de ataque al otro lado de la raya.

                             

Respiré hondo e intenté relajarme. Excarvé con la punta de mis pies en la tierra y me preparé física y mentalmente para lo que se avecinaba. Sabía que cuando el entrenador tocara el silbato, era el final de mi corta e insignificante vida. Por la incercia, le lancé una mirada desesperada a Roger y vi que éste tomaba nota sobre mí en un cuaderno. Apartó la vista de sus anotaciones, me observó con aire profesional...y luego sonrió. Yo me estremecí, lo maldije mentalmente y me coloqué, al igual que el chico pared, en posición de ataque.

                             

Después de un segundo de tensión y nerviosismo, el entrenador Leslie sonó el silbato y el mastodonte, como un torpedo, salió disparado hacia mí.

ᴛʀᴏᴜʙʟᴇ ʙᴏʏ| ʀᴏɢᴇʀ ᴛᴀʏʟᴏʀWhere stories live. Discover now