07 | el big dave y yo|

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Fue cuestión de parpadear. Ya me encontraba derribada como una muerta en el suelo y creía que me había roto una costilla. Me había golpeado fuertemente la cabeza y mis lentes estaban destrozados. Durante unos escasos segundos luché por inahlar, exhalar, o lo que fuera para no perder la pequeña cantidad de aire que sobraba en mis pulmones. La cabeza me daba vueltas bruscas y violentas y ya las sienes comenzaban a palpitarme hasta cierto punto en que pensé que mi cerebro iba a estallar.

                             

Y de repente, recordé que Roger me estaba mirando, posiblemente muerto de la risa. Y eso bastó para hacerme recobrar el sentido y ponerme en acción.

                             

De a poco logré apoyarme en mis codos. Achiqué los ojos como un par de rendijas para lograr tener una mejor visión sobre el campo de juego. Estaba a punto de vomitar y caer desmayada hacia atrás, pero la estridente voz del entrenador Leslie ayudó para traerme devuelta a la realidad.

                             

—¡Debes ir por el maldito balón Foster!—gritó desde un punto que yo desconocía—. No estás en un condenado día en la playa...¡MUEVE ESAS RIDÍCULAS PIERNAS DE POLLO Y CORRE COMO SI EL DEMONIO TE ESTUVIESE PERSIGUIENDO!

                             

Claro, el balón.

                             

Pensaba que no podía levantarme pero conseguí hacerlo. Mis piernas temblaban y me daba un poco de trabajo poder desplazarme por la zona, pero después de una larga batalla con mis pies, en menos de un minuto me encontraba trotando por el campo, aunque viera todo borroso y sólo alcanzara a distinguir siluetas difuminadas e inciertas. Todo me daba vueltas y por unos minutos había olvidado quién era, qué hacía aqui y qué día era hoy, pero de una cosa estaba segura: debía ir por el chico del balón.

                             

Me coloqué mis lentes—o lo que quedaba de ellos— con la esperanza de volver a mi clara y normal visión de la realidad, pero eso sólo consigió marearme y traerme unas desesperadas ganas de vomitar el pulmón por la boca. Podía ver a través de los cristales rotos, me costaba un tremendo dolor de cabeza pero algo era algo y podía arreglármelas como sea.

                             

Sin problemas, intercepté al chico que me había derribado correr hacia la línea de gol. Con el balón. Yo tomé una gran cantidad de aire y salí corriendo como si mi vida dependiera de ello en dirección hacia él. Estaba furiosa, adolorida y nerviosa. Roger me estaba evaluando y quizás me había bajado una considerable cantidad de puntos por culpa de ese idiota.

                             

Por eso no lo pensé dos veces y salté hasta su espalda como una ardilla voladora cuando estuve a unos cuantos centímentros del chico en cuestión. Enredé mis piernas en su cadera y comencé a propinarle golpes a la cabeza mientras gritaba como una loca y gruñía como una perra rabiosa. Le arañé los ojos. Le mordí una oreja. Cuando vi que mis tácticas no funcionaban porque por nada del mundo soltaba esa maldita pelota, le hundí las uñas en los brazos y le escupí en la cara. Entonces el muchacho se cayó y por fin liberó la pelota, la cual tomé entre mis brazos. Luego me giré en vía contraria y corrí hacia la línea de gol.

                             

Pero el atacante se había incorporado más rápido de lo que esperé y me agarró por los tobillos. Caí de bruces al suelo, comí una enorme ración de tierra y me pegué con una piedra en la frente, pero eso no me hizo soltar el balón. Allí, tirada en en suelo, me puse en posición fetal y aprisioné la pelota en mi cuerpo, mientras el chico me zarandeaba bruscamente para quitarmela. En la primera oportunidad que tuve, le acesté un puntapie en la cara que consiguió derribarlo una vez más, ahora llorando como una nenita a la que llevaban por primera vez al dentista. Me levanté con dificultad y cogeando de una pierna, me precipité en zig zag al extremo derecho del campo para anotar el gol.

                             

No me molesté en volverme para verificar si la muralla china andante me seguía, pues a mi espalda todavía escuchaba sus sollozos irregulares y de niña. En el fondo me daba un poco de pena, pero esa bestia peluda se lo merecía. Si Roger no me entraba al equipo era por puro miedo a terminar como su amiguito salvaje. Ahora lo pensaría dos veces antes de meterse conmigo.

ᴛʀᴏᴜʙʟᴇ ʙᴏʏ| ʀᴏɢᴇʀ ᴛᴀʏʟᴏʀWhere stories live. Discover now