08 |en llamas|

2.4K 214 165
                                    


Los siguientes dos días me los pasé caminando como una anciana recién atropellada por una camioneta 4x4. Sentía unas arcadas terribles en la espalda y las piernas apenas me permitían moverme desde mi cama hasta las escaleras. Por las noches, el dolor se intensificaba tanto que terminaba retorciéndome en el colchón como si fuese víctima de algún exorcismo pentecostal, y de vez en cuando, me mordía tanto el labio inferior para intentar no pensar más en el dolor que éste comenzaba a sangrarme. Reagan no paraba de restregarme en la cara que al fin y al cabo ella había tenido razón y Roger se molestaba en recordarme que apenas estaba comenzando mi camino como jugadora de rugby y que esos dolores no eran nada en comparación a los otros que se avecinaban. Mamá no se cansaba de decir en la cena lo orgullosa y sobre todo, sorprendida, que estaba de mí. George sin embargo me vivía repitiendo que tuviera cuidado y pensara las cosas, incluso una noche, delante de mamá, Reagan y yo, le pidió a Roger que me sacara del equipo por mi propio bien, cosa que, y vaya sorpresa, él se negó a hacer rotundamente. Supuestamente yo era buena, mucho, y él me quería en su equipo. Cuando dije que me gustaría quedarme, Roger me apoyó tanto que a su padre no le quedó de otra que ceder y dejarnos tranquilos.

—Oye—le dije a Roger cuando subimos las escaleras y nos disponíamos a entrar a nuestros respectivos cuartos— Me temo que...Debo agradecerte por lo de esta noche.

—No es necesario—dijo recargándose en la pared—. Pero sólo para que sepas, no lo hice por lo que estás pensando.

—¿Qué?—pregunté confundida. Roger tenía esa mala costumbre de hacerse el misterioso y eso me sacaba de quicio.

Él suspiró con ironía y negó lentamente con la cabeza, como si sintiera lástima y nada más que lástima hacia mí. Yo apreté un puño y contuve mi furia, estando consciente de que discutiríamos otra vez, cosa que se había vuelto una rutina. A lo largo de esta semana con los Taylor, me di cuenta de que los desastres venían en secuencia, uno detrás de otro y con un horario fijo el cual habíamos asignado sin darnos cuenta.

Y aqui íbamos otra vez.

—Pobre, ingenua y descerebrada _______...¿Qué haremos contigo? Me imagino que allá en Carolina del Norte la gente se aprovechaba tanto de ti que...

Puse los ojos en blanco y fingí restarle importancia.

—Mira... Versión mutante de Barbie, no tengo tiempo para tus estúpidos e inconclusos enigmas. Por si no lo sabías, tengo mucha tarea por hacer y sólo me estás quitando el tiempo—me di la media vuelta para entrar a mi habitación, pero su mano agarró mi muñeca y me hizo girar bruscamente hacia él. Lo miré aterrada y traté de liberarme de su agarre, pero él no tenía las intenciones de dejarme ir—. ¿Qué te pasa, idiota? ¡Suéltame!

—Mira... Mala versión femenina de Peter Pan, ahora que nos estamos diciendo las cosas en la cara, yo tampoco tengo tiempo para tus estúpidos intentos de chica fuerte, ¿Me entiendes? No me gusta que me retes. Y lo estás haciendo, muy mal a decir verdad.

—¿Quieres explicarte de una buena vez, Roger?—le supliqué irritada. Su mano por fin soltó mi muñeca.

—Aplicar para el equipo de rugby, tratar de acercarte a los maestros y en especial mis amigos, intentar ser la mejor en matemáticas e historia...¿Quieres que siga?

Entonces lo entendí todo. Roger comenzaba a sospechar y quería respuestas. Me maldije mentalmente por ser tan obvia y no hacer las cosas con discreción, pero a pesar de mi nerviosismo, curvé una sonrisa de satisfacción y apoyé mi espalda en la puerta, cruzándome de brazos. Traté de mirarlo a los ojos.

—No te estoy retando, Roger. Desgraciadamente... Tenemos los mismos gustos. ¿Qué te digo?—mentí, pero él se comenzó a reír de mí—. Genial...¿Ahora qué?

ᴛʀᴏᴜʙʟᴇ ʙᴏʏ| ʀᴏɢᴇʀ ᴛᴀʏʟᴏʀWhere stories live. Discover now