6. Sor María

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La primavera trajo nuevas flores, llenando de colores el entorno que rodeaba al convento. Mariposas de distintos colores revoloteaban en el jardín en el que Alba y Natalia hacían la colada tarareando felizmente.

—Bendito día—suspiró la más joven de cara al sol.

—¿Le gusta este tiempo, hermana?

—¿A quién no? —obvió la chica, volviendo a su asidua tarea—. ¿Me ayuda con la sábana?

—Claro—sonrió la morena como había aprendido ella, acercándose y agarrando los dos picos. Los unió igual que Alba, quedando la tela doblada por la mitad. La extendieron mirándose contentas, y se fueron acercando para unir los dos bordes. La rubia se inclinó de puntillas y dejó un pequeño beso en los labios de Natalia, quedándose con la sábana y terminando de doblarla.

Había pasado una semana desde que se desahogaran en la cocina tras días de tensión y dolor de estómago. Aquella charla les vino bien para aclarar sus mentes y abrirse la una a la otra. Aceptaron su verdad, un sentimiento extraño que no sabían identificar ni etiquetar, pero que las hacía mejores. Este hecho las unió significativamente. Pasaban juntas todas las horas libres del día, y, además, Natalia le había pedido a la madre superiora que la pusiera junto a Alba en las tareas diarias, quien aceptó de buena gana la petición.

—¡Sor Natalia! —Julia chilló desde la ventana de arriba.

—¡Buenos días, hermana! —le contestó ella, saludándola con la mano.

—La paz sea con vos.

—Y con usted también, ¿quería algo?

—Sor María la anda buscando. Me ha dicho que no salga corriendo cuando termine la hora del almuerzo, pues la esperará para hablar.

—Gracias, hermana, así lo haré.

La petición la extrañó. Su relación con esa monja no sobrepasaba el cordial afecto que se le tiene a una compañera de trabajo, por así decirlo. Es cierto que la conocía desde que se unió al convento, de hecho, entraron a la vez. Ambas eran dos novicias perdidas que no sabían a qué se enfrentaban. Podían haber sido uña y carne, pero los miedos y las inseguridades que rondaban sus mentes en aquel momento de sus vidas hizo que no llegaran a mantener una buena amistad como sí lo consiguieron con Julia, más veterana. Esta última fue una especie de mentora para las dos, pues se preocupaba por el bienestar de dos almas extraviadas como lo eran ellas.

La campana dio por finalizado el turno de la mañana, así que Alba y Natalia terminaron con la colada y se dirigieron hacia la sala comedor, donde Noemí ya estaba preparada para leer las oraciones pertinentes mientras el resto comía. Se sentaron juntas, por supuesto, y muy lejos de ellas, en la esquina contraria y enfrente, María las miraba sorbiendo la sopa con una suspicacia difícil de descifrar.

—Nos vemos luego, hermana. Voy a hablar con Sor María—le susurró Natalia a Alba, despidiéndose con una sonrisa amarga.

—De acuerdo, hasta más ver—hizo una pequeña reverencia a la morena, dejando una leve caricia en su mano y marchándose. El comedor se vació y quedaron a solas María y Natalia. La morena se acercó intrigada. ¿Qué querrá de mí?

Os vi, hermana—comenzó a hablar la rubia. La otra frunció el ceño, haciendo que el velo de su cabeza se inclinara hacia delante—. No me mire así. Estaba en el suelo con la monjita nueva. Os estabais besando... en la boquita—dijo, señalándose con el dedo índice los labios. Natalia se sonrojó por la manera tan agresiva que había adoptado para hablarle. Nadie en el convento la había tratado así de osada, así de irrespetuosa. Su corazón empezó a bombear con virulencia, intentando entender la hostilidad gratuita que recibía—. ¿Qué hacían?

Amén - (1001 Cuentos de Albalia)Where stories live. Discover now