Epílogo 8: #Eternidad

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Silencio, paz y eternidad. Tonos azules. La inmensidad sin techos ni paredes, sin suelos ni límites terrenales. Nubes que se deshacían a cámara lenta. No hacía frío, pero tampoco calor: la temperatura ideal en un lugar que escapaba de las leyes del tiempo y la gravedad.

El cielo.

El cielo era mejor de lo que las diosas habían imaginado.

Pero había un pequeño problema: ya estaba ocupado.

—¿Quiénes sois vosotras y qué hacéis aquí? —les recibió un alma flotante y vestida de blanco, con barba de llevar muchos años ahí arriba—. Oh, por mi santo padre, el espíritu santo y mi madre virgen... Sois las monjas desertoras... ¡Pecasteis bajo mi pecho!

—Cálmate, Yisus—le pidió Natalia, frenando la verborrea con sus manos alzadas.

—Estamos aquí porque somos unas diosas. Y todo el mundo sabe que los dioses viven en el cielo. En el paraíso. En el Más Allá. Llámelo como quiera—continuó Alba, posicionándose al lado de su esposa, flotando.

—¿Cómo osáis...?

—Reclamamos nuestra parcela de cielo. Necesitamos un lugar en el que vivir y controlar lo que pasa ahí abajo, además de recibir a las almas que caigan—interrumpió la morena, dejando claro que no se iban a rendir hasta conseguir lo que querían.

—Ya hay demasiados dioses en el cielo... Esto parece Benidorm en julio.

—¿Pero no había sitio para todos en la viña del Señor? —le dio Alba de su propia medicina.

—Para todos los creyentes, no para...

—¡Nosotras creemos! ¡Creemos en la libertad individual y en el amor libre! ¡Nosotras defendemos valores que ninguna religión contempla! —se rebeló Natalia, volando unos metros sobre la nada, sobre las nubes—. Somos la esperanza de muchas personas que se encuentran perdidas.

—Lo que sois es unas traidoras... ¡Y encima arrastrasteis a todas mis novias de La Peseta!

—Suerte que usted es misericordioso y bondadoso... un ser que todo lo perdona... —dejó caer Alba, ladeando su cabeza con una sonrisa que solo esperaba una victoria como respuesta. Yisus tiritó. Esas dos lo conocían demasiado bien. Una se había pasado media vida dedicada a él, y la otra rozó ese destino con la punta de sus dedos.

—Está bien... —se cruzó de brazos, abriendo las puertas imaginarias que se habían formado de pronto tras su espalda. Chasqueó los dedos y estas se abrieron de par en par, dando lugar a un edén verde y colorido, repleto de almas que jugaban y reían a sabiendas de su inmortalidad—. Os presento mi cielo eterno.

Las diosas se miraron sobrepasadas, flotando entre árboles cuyas hojas caían y volvían a su copa cíclicamente. Olía a felicidad, a despreocupación, a paz. Observaban todo aquello con extrañeza. La vida eterna prometida existía. Y de qué forma. Pero ellas no estaban allí para comprobar eso, ellas estaban ahí para construir su propio cielo y el de aquellos que encontraran en su religión la libertad y el alivio que habían ansiado durante tantos años sin saberlo.

—Muy bonito su jardín, Yisus, pero ya le hemos dicho a lo que venimos—interrumpió Natalia, adelantándose para frenarle—. Queremos nuestra parte.

—Tendréis que solicitarlo al Ministerio del Reino de los Cielos—hizo una leve reverencia, instándoles a que lo siguieran.

Ahora, en lugar de seguir paseando en volandas por la naturaleza imaginaria y esplendorosa de la que disfrutaban tantas almas inmortales, Yisus y las diosas ascendían hasta un templo inigualable. Dieciséis columnas formadas de nubes componían la fachada de semejante maravilla arquitectónica. Tras estas, cascadas por las que descendían peces de todos los colores daban pie a un pasillo que se antojaba eterno. Suerte que con eso de planear en el aire pudieron cruzarlo rápidamente.

Amén - (1001 Cuentos de Albalia)Where stories live. Discover now