Epílogo 1: #Génesis

1.3K 94 54
                                    

No crearon el mundo, tampoco al hombre ni a la mujer. Se valieron de las cenizas de la maldad y el desorden para luchar por la igualdad, la libertad y el amor. Reconstruyeron un mundo existente, podrido por las injusticias, los prejuicios y las verdades absolutas. Inauguraron una nueva forma de ver la vida, lejos de la culpa, la vergüenza, la inseguridad y el miedo que habían creado los juicios dictatoriales y la moral impuesta de nuestros tiempos.

A ellas les debemos nuestras alas, nuestra libertad, y la de las futuras generaciones.

Escrituras de la apóstol Julia, #Génesis.

Junio del año 0

Las monjas del convento La Peseta habían cambiado. Ya no eran las mismas. Ni nunca más lo serían tras haber presenciado semejante milagro divino. Alba y Natalia habían sido sus hermanas, dos personas tan normales como ellas. Verlas alzarse sobre sus cabezas en un beso tan apasionado como romántico les había atrapado el corazón. Ya no eran las mismas.

Ni nunca más lo serían.

Cuando la pareja bajó del cielo, tan perdida la una en la otra, miraron con tremendo miedo a las que habían sido parte de su familia durante mucho tiempo. Sin embargo, lejos de encontrar el desconcierto o pavor del día que las pillaron en el confesionario, hallaron a las monjas arrodilladas con miradas brillantes y sonrisas enternecedoras, excepto María, que seguía en el caballo con gesto serio. Los ojos de las impresionadas monjas iban más allá de la comprensión, denotando claros signos de admiración. Alba tuvo que apartar su rostro, escondiéndose en el cuello de Natalia. Tanta adulación no le gustaba. Acostumbrada a ser parte del rebaño, sentirse el centro de atención la había hecho sentir incómoda. La morena le retiró el velo y dejó ver su pelo rubio que, al deshacerse de aquella prenda opresora, brilló causando destellos que iluminaron la sombría capilla. Natalia sonrió buscando su mirada gacha.

—Levantaos—se dirigió entonces a sus antiguas compañeras—. No buscamos sumisión.

—¿Qué necesitáis, pues? —quiso saber Sor Julia, sin alzar demasiado la cabeza tras haberse puesto de pie como el resto de sus hermanas.

—Nada—contestó, soltando a Alba para acercarse a la monja y agarrarla por los brazos—. Solo que nos dejéis partir.

—Pero hermana... digo... Natalia... —titubeó nerviosa, sintiendo que las manos cálidas de la muchacha le quemaban en el cuerpo a pesar del hábito—. Habéis... sois... habéis volado. ¿Venís del cielo?

—Julia—murmuró, acariciándole el rostro. El gesto provocó que una luz las rodeara, haciendo que las eclesiásticas volvieran a arrodillarse. Alba las miraba desde el centro del círculo que las monjas habían creado—. Somos de la tierra, somos personas corrientes.

—Pero... pero... Estamos brillando—contestó, provocando que Natalia sonriera despacio—. Sois unas diosas.

—No venimos del cielo. Alba resurgió de la pobreza, yo escapé del amor impuesto. Ambas nos refugiamos en la fe por miedo, y ambas la desertamos cuando encontramos el valor para aceptar que nos amábamos—explicó, bajo la total mirada sumisa de Julia, presa del respeto que Natalia le profesaba—. Ahora os pedimos que nos dejéis marchar—repitió. Sor Paquita gateó hasta besarle los pies a Alba. Esta se agachó y la elevó. Luego la abrazó, pidiéndole que no volviera a hacer tal cosa.

—Sois puro amor—susurró acongojada. Alba sonrió por primera vez desde que bajaron del aire.

—Dejadnos partir, hermanas—rogó la rubia, dirigiendo la mirada a las eclesiásticas, aún arrodilladas, excepto Sor Paquita, Sor Julia, y la madre superiora sobre su caballo.

Amén - (1001 Cuentos de Albalia)Where stories live. Discover now