7. Infierno humano

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El tiempo se había parado en el convento. Las monjas rezaban en silencio las últimas oraciones de la tarde mientras Natalia miraba a Alba sorprendida, con los labios entreabiertos. La rubia asintió, reafirmando lo que había dicho.

—¿Está segura?

—Lo haremos—repitió la joven, tomando la mano de la morena y escondiéndola bajo su hábito en señal de promesa. La chica le sonrió, volviendo la vista al suelo y cerrando los ojos. El miedo había ido difuminándose en su cuerpo, y es que con Alba a su lado pocas cosas podían salir mal.

Horas más tarde, Sor María caminaba de manera segura y con una sonrisa en el rostro. Sus andares eran tan felices que el hábito se mecía con gracia de un lado a otro. El silencio la acompañó temeroso de que aquella felicidad sin contención acabara por estallar y lo ahogase. La monja dio por fin con la celda de Natalia, entrando sin llamar.

—Buenas noches, hermanas—sonrió sensualmente, cerrando la puerta. Alba y Natalia estaban inquietas sentadas en el catre, saludando con un gesto a la rubia. Esta se sentó en el escritorio, y estuvieron mirándose sin saber qué decir durante un rato.

—Bueno... ¿qué deberíamos hacer? —rompió el hielo Natalia, atrapada por la atmósfera tensa que empezaba a asfixiarla.

—Lo sabe muy bien—le guiñó el ojo Sor María. Ambas tragaron saliva ante el comentario tan directo y se miraron asustadas. Iba a por todas. De repente se levantó, dando un par de pasos hacia la cama. Estiró sus brazos hacia delante, con las palmas hacia arriba, recordándoles a la figura de la Virgen. Alba y Natalia se agarraron las manos, y entregaron la que les quedaba libre a María. Esta tiró de ellas hasta levantarlas, quedando muy cerca.

—Vaya... —no se pudo contener Natalia, abrumada por el momento. La otra monja sonrió, soltando la mano de Alba y dirigiendo su cuerpo hacia el de la morena, que temblorosa, intentaba evitar su mirada. María cerró los ojos y colocó sus labios para el beso. La novicia las contemplaba insegura, sin saber muy bien qué hacer con la situación. Natalia la miró camino de la boca enemiga, y la chica asintió conforme, apretando la mano que aún las mantenía unidas. Los labios de la morena se fundieron con los de Sor María, que en seguida supieron cómo manejarse. Absorbió el inferior con fuerza. Alba se tapó los ojos con su otra mano, no podía seguir contemplando la escena. Había fuego en su interior, una caldera de sentimientos que no sabía cómo afrontar. Mientras tanto, Natalia se dejaba llevar por la pasión incontrolable de una boca que la atrapaba con seguridad y atino. En su estómago se formó un nudo de sensaciones contrarias que le apretaban amargamente. Frustró su dolor aumentando la fuerza con la que sus dedos y los de Alba se unían.

Pasado un minuto, María se separó con una sonrisa húmeda y dirigió sus pupilas a las de Alba, a quien rodeó la cintura y atrajo hacia sí para fundirse en su boca. Natalia entrecerró sus ojos atónita, intentando entender por qué besaba a la pequeña. Intentó hablar, pero su sorpresa no la dejó articular palabra, quedándose inmóvil frente a ellas.

—Eh... —carraspeó la morena. Las rubias se giraron para mirarla con sus bocas aún enredadas—. No dijo nada de...

—Qué impaciente—soltó María, retirándose de Alba y uniéndolas con un empujón. Ambas se encontraron de frente, muy cerca, y se besaron con urgencia. Sus lenguas se abrazaron impacientes, como si se hubieran esperado toda una eternidad. Su familiaridad les gustó, limpiando todo rastro de sabor ajeno. Sor María las contemplaba embobada con el rostro lleno de envidia. Las envolvió en sus brazos, masajeando las espaldas de ambas. Ellas estaban tan entregadas que no notaron las manos lujuriosas de su peor enemiga hasta que les amasó el trasero.

—¡Hermana! —se asustó Alba, metiendo un salto inesperado que desconcertó a las dos eclesiásticas. María aprovechó la separación de esas bocas imantadas para secuestrar la de la novicia. La chica forcejeó, intentando liberarse, pero solo consiguió que la rodeara contra la pared, sintiéndose completamente sin salida alguna. Cerró los ojos rendida ante la situación, y el sabor de la rubia le pareció de pronto más amable y gustoso que agresivo. Natalia, que se había quedado unos pasos más atrás, observó la escena pensativa. Un tembleque ya conocido comenzó a invadirle las piernas, provocándole un impulso descontrolado que llevó sus manos hasta las nalgas de las rubias. Alba notó esos dedos hundiéndose en su cuerpo y sintió la necesidad de besarla, retirando de un tirón a María, y se fundió alocada en la boca que tan bien conocía.

Amén - (1001 Cuentos de Albalia)Where stories live. Discover now